“Francamente, no creo en los planes económicos”, declaró Alberto Fernández el 20 de julio de 2020.
El Presidente argentino realmente sorprendió a la ciudadanía en general y a los mercados en particular al revelar que carecía de un plan económico para reactivar el país.
A casi un año de haber formulado estas declaraciones, parece seguir estando demasiado prisionero de la presente pandemia (o de alguna otra presión) como para planificar, para establecer un programa de desarrollo de la economía del país.
Todos (con más razón si se es Presidente) deberíamos tener siempre presente esto: para triunfar nada es más esencial que apuntar a un objetivo, y atenerse a él.
La única solución
La historia enseña que, en todos los órdenes de la vida, la única solución consiste en planificar a largo plazo. Las actitudes vacilantes y zigzagueantes conducen de modo inevitable a la decadencia y a la caída.
El obispo y estadista francés Armand Jean du Plescis, más conocido como cardenal Richelieu, dijo: “La experiencia nos demuestra que, si uno prevé de lejos los objetivos que quiere alcanzar, es posible actuar con rapidez cuando llega el momento para hacerlo realidad”.
Dicho de otro modo, un gobernante que se precie de tal debe planificar. Debe prever el futuro con la misma claridad con que lo hacían los dioses griegos del monte Olimpo, que miraban a través de las nubes y veían el final de todas las cosas.
El ejemplo de los dioses
Los antiguos griegos creían que los dioses tenían una visión completa del futuro. Que eran capaces de ver todo el porvenir, hasta en los detalles más íntimos y complejos.
También creían que, contrariamente a los dioses, los hombres eran víctimas del destino, prisioneros del momento y de las emociones, e incapaces de ver más allá de los peligros inmediatos.
Por eso hombres como Ulises eran héroes: porque eran capaces de ver más allá del presente, porque planeaban varios pasos por adelantado, porque con su planificación presente determinaban el futuro.
El final lo es todo
La historia de los gobernantes de éste mundo enseña que gran parte del poder de un líder o Jefe de Estado tiene que ver no tanto con lo que hace sino con lo que no hace.
El Presidente argentino ha tomado medidas respecto de las cuales después ha debido desandar el camino, retrocediendo y devolviendo la situación a su estado original.
Con esas actuaciones zigzagueantes demostró que no ha planeado en detalle antes de tomar esas medidas, permitiendo que la vaguedad de sus decisiones lo pongan en situaciones embarazosas.
Al fin y al cabo, el final lo es todo. Es el feliz desenlace de las acciones lo que le da a uno la razón, la gloria, el dinero, o el premio.
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