Hace unos días Máximo Kirchner, responsabilizó a los medios por el ataque al diputado correntino Miguel Arias. Dijo que “el odio de los medios es el caldo de cultivo para que luego haya gente que actúe de esa manera”. El discurso del hijo de la persona más poderosa del país, iguala las palabras a las balas. Porque los periodistas, en los medios, utilizan palabras, no balas como los atacantes del diputado Miguel Arias, sobre quienes debe caer todo el peso de la ley. De ninguna manera es inocente que el hijo de la vicepresidenta apunte a la prensa de esa manera y en un contexto de enorme gravedad institucional como lo es un atentado político. Lo que hace el diputado es, una vez más, convertir a la prensa en el enemigo, pero también en el blanco. Y lo hace en medio del estupor por un atentado de violencia política que debe ser esclarecido verazmente y no usado con bajeza. El que ataca a un dirigente haciendo política, ataca a la democracia y el que ataca a un periodista también ataca a la democracia.
Tristemente, no es la primera vez que un poderoso emparenta a la prensa con las balas. Alfredo Yabrán, para quien el poder era impunidad, había dicho que sacarle una foto a él era pegarle un tiro en la frente. Y el capítulo más oscuro de la historia periodística en democracia es el asesinato del reportero gráfico que le sacó la foto: José Luis Cabezas.
Las palabras pesan. Las palabras significan. Y cuando vienen de un líder político adquieren la categoría de órdenes, de instrucciones. Para el kirchnerismo, los periodistas son enemigos y está dicho en voz alta por una de sus figuras más importantes. El mensaje es tan inquietante como peligroso.
La convivencia democrática en sí misma, es el antídoto que han encontrado las sociedades modernas para dejar atrás los códigos de venganza y violencia supeditándose al imperio de la ley. Y sin periodismo y libertad de expresión no hay democracia. El libre fluir de ideas es la base de una sociedad donde convivan en su diversidad e iguales ante la ley unos con otros. Sin que ser el otro signifique ser el enemigo. Claramente, con declaraciones así, la patria no es el otro y menos si el otro es periodista.
Declaraciones como las de Máximo Kirchner, tienen varios efectos inmediatos. Dada su jerarquía e influencia en la línea del poder oficial sus seguidores reciben un mensaje claro: el periodista es el enemigo. El que ose expresar una crítica es el enemigo. No extraña que las redes se conviertan en ese campo de lapidación pública donde las palabras se usan como piedras contra cualquier periodista crítico. No hay titubeos ni siquiera en atacar a una mujer con la misma violencia misógina que le critican ellos mismos a otros. Lamentablemente, para el kirchnerismo los derechos de las mujeres no valen igual si no son kirchneristas. Y ni hablar si encima, son periodistas. Lo sabe Guadalupe Vazquez de La Nación +, que reveló la fotografía que desnudó la doble moral de Olivos. Y en lo personal sufrí ataques en numerosas oportunidades. Pero más allá de nosotras o de cualquier periodista hombre con los que se han ensañado, como Nicolas Wiñaski o Jonatan Viale, hay algo que va más allá de las personas. De hecho, no estamos hablando de una cuestión personal. El ataque a la prensa es siempre el ataque al derecho de los ciudadanos a informarse libremente. Y como suele afirmar la periodista Norma Morandini, atacar ese derecho, “delata una concepción profundamente antidemocrática”.
La libertad de prensa y de expresión le permiten a la ciudadanía expresar sus ideas e informarse en forma libre y contrastada. No son los derechos de los periodistas, son los derechos de la sociedad toda los que resultan lesionados cuando se intimida o se hostiga a la prensa. Nadie obliga a un ciudadano a escuchar, ver o leer a tal o a cual. La gente elige o deja de elegir a quienes los informan. Cuando el poder político ataca al mensajero en realidad está buscando bajarle el precio a la verdad que lo deja en evidencia. Hemos visto en estos días que eso es como intentar tapar el sol, y los cumpleaños en Olivos, con la mano. El problema es lo que estas expresiones intolerantes gatillan en sus fanáticos.
Dice el psicoanalista José Abadi, que para el fanático, “el diferente a él, pasa a ser un mal” y por lo tanto “el fanatismo es, una forma de violencia”. Sin dudas, el ataque fanático a un periodista es violencia política. Violencia política que encima, baja legitimada desde el discurso en la cúspide misma del poder. Si realmente está en contra del odio, el diputado Kirchner debería empezar por no incitar a la violencia contra los periodistas. Porque tendrá que hacerse responsable de las acciones de los fanáticos de su espacio que actúan de mínima como jauría virtual. La campaña recién empieza. Y, ya se sabe, la única diferencia entre un ciego y un fanático, es que el ciego, sabe que no ve.
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