Curtida por las cicatrices que le marcó el tiempo, mastica todo el día Paan, la nuez de betel envuelta en unas hojas verdes arrugadas que extrajo de la misma planta. El Paan es altamente cancerígeno y le ha dejado algunos pocos dientes teñidos de ese color rojizo que genera la espesa pasta gomosa. Sus efectos son estimulantes y tremendamente adictivos, pero son los que la ayudan a tolerar las décadas de miseria, hambre y abandono. Nenujahan tiene 55 años, sin embargo su aspecto es el de una mujer anciana y arrugada por el cansancio, cercana a los 90. Vivió más de la mitad de su vida en el olvidado campo de refugiados de Kutupalong, en Bangladesh. Es una sola historia, de las más de 750.000 historias de Rohingyas que llegaron desplazados desde Birmania. El Paan y sus recuerdos hacen de su horroroso pasado algo más liviano de llevar, que este dramático presente: “En los años 90 no asesinaban a tantas personas como ahora. Entonces no nos mataban. Sólo nos pegaban, violaban a las mujeres y quemaban nuestras casas para echarnos de nuestras tierras”.
Los Rohingyas son una minoría musulmana de Birmania, actualmente República de la Unión de Myanmar. En Birmania, el 90% de la población es budista y, desde hace décadas, lleva adelante con los Rohingyas lo que diferentes organizaciones humanitarias internacionales han llamado una “limpieza étnica de manual”. Las Naciones Unidas se han expresado sobre los Rohingyas como “un pueblo sin estado y sin amigos”. En el censo realizado en 2014, las autoridades de Myanmar decidieron no incluirlos, por lo que además de innombrables se transformaron en invisibles. El terror desatado contra ellos por el Ejército de Myanmar llevó a una escalada de violencia desde 2015 que trajo ejecuciones sumarias, infanticidios, violencia sexual, apartheid y trabajos forzosos.
Nenujahan fue parte de los primeros exiliados a los campos dantescos de la vecina Bangladesh. Llegan allí cada semana cientos de nuevos refugiados, con la esperanza de huir de las masacres. Pero el exilio a esa región de Cox´s Bazar no trajo mejores tiempos, ni tampoco bienvenidas por parte de la población local. Las precarias chozas de bambú no resisten el calor agobiante del día, ni a la helada de cada noche. Hoy son centenares de miles que viven agolpados. Médicos sin Fronteras asegura que la superpoblación de las familias ha llevado a la propagación de enfermedades que ya se consideraban erradicadas. Los brotes de sarampión y la difteria son corrientes. La desnutrición infantil lleva a la muerte a centenares de niños que tampoco escapan del horror en ese exilio. En pocas semanas comenzará la época de tormentas. Los ciclones arrasarán con las chozas precarias. Las aguas fecales de los cientos de miles de urinarios portátiles que pueblan cada esquina de los campos se mezclarán con el lodo y contaminarán los ya escasos pozos de agua potable de los campos. Entonces volverán el tifus, la diarrea y la hepatitis.
Lo que está sucediendo con la perseguida minoría musulmana Rohingya es el primer genocidio del Siglo XXI.
Hace unos días recibí un llamado por Zoom desde Londres. Del otro lado había un hombre de tono amable, que combinaba en su voz un dejo de tristeza y a la vez, de compromiso. Era musulmán, hablaba inglés y la tez de su rostro y su acento delataban que era nacido en el subcontinente indio, el otro rincón del mundo. Nada más conmovedor y cierto que el momento en que me dijo: “You are my brother”. (Tú eres mi hermano).
Tun Khin es el fundador y presidente de BROUK, la Organización Rohingya de Birmania del Reino Unido, la cual trabaja para resaltar la difícil situación de los Rohingya en el mundo. En el cuadrado del Zoom, detrás de él, tenía colgada la imagen de un militar con el título: “Wanted! Ming Aung Hlaing – Genocida del pueblo Rohingya”. El llamado pedía nuestra ayuda. En noviembre de 2019, BROUK presentó un caso histórico ante el Poder Judicial Argentino. Denunció en nuestros Tribunales los atroces crímenes de guerra contra su pueblo en Myanmar, pidiendo que se abriera un caso contra los líderes militares y civiles bajo lo que se conoce como “jurisdicción universal”. El caso se basa en que algunos crímenes son tan aberrantes que pueden ser juzgados en cualquier lugar, sin importar dónde se hayan cometido.
Desde la Segunda Guerra Mundial, más de 15 países han utilizado el concepto de jurisdicción universal para procesar penalmente a personas por crímenes que tuvieron lugar fuera de sus territorios. El más famoso fue el utilizado en el caso que finalmente condujo al arresto del ex dictador chileno Augusto Pinochet, en Londres en 1998.
Los Tribunales de la Argentina han tomado otros casos de jurisdicción universal en el pasado, incluso en relación con el gobierno del ex dictador Francisco Franco en España y el movimiento Falun Gong en China. Tun Khin me explicaba que: “Dado que Myanmar no quiere ni puede investigarse a sí mismo, la comunidad internacional debe intervenir y apoyar todos los esfuerzos para lograr que se haga justicia”.
El caso presentado en nuestro país podría ser ese destello de esperanza para una justicia reparadora a tantos años de persecución y dolor. Sin embargo, el pasado 2 de julio el Juzgado Nacional en lo Criminal y Correccional Federal Nº1 desestimó esta causa, argumentando que era “prematuro” tratar la cuestión bajo los criterios de la jurisdicción universal.
Nosotros, los judíos sabemos de exilios. Nosotros, los judíos sabemos en la piel de odios, racismo e intolerancia. Nosotros, los judíos sabemos qué se siente ser ignorados, maltratados y olvidados. Conocemos esa mirada cargada de desprecio sin sentido. Conocemos el sentimiento de no saber ya hacia dónde más escapar. Conocemos lo que se siente al reclamar justicia y que nadie, nadie escuche. Hemos sido exiliados de cada frontera, en cada generación. Reconocemos en cada registro de nuestros antepasados la huella del destierro, del hambre, la miseria y la nostalgia de cada tierra que dejábamos atrás.
Sin embargo, los siglos de dolor nos transformaron en un pueblo resiliente y sabio. De alma despierta y mano tendida. Nuestra solidaridad con nuestros hermanos Rohingyas, es parte de nuestro propio recorrido. Porque nosotros estuvimos en ese lugar. En los mismos campos hedientos, escapando de la muerte segura que trae el fanatismo.
El sobreviviente de Auswitch y Nobel de la Paz Elie Wiesel dijo: “Lo contrario al amor no es el odio, es la indiferencia. Lo contrario a la belleza no es la fealdad, es la indiferencia. Lo contrario a la fe no es herejía, es la indiferencia. Y lo contrario a la vida no es la muerte, sino la indiferencia entre la vida y la muerte”.
Tun Khim me miró con sus ojos penetrantes, cargados del dolor y el exilio de los años. Entonces me susurró: “Brother, help us to get Justice” (Hermano, ayúdanos a conseguir justicia). Es porque somos parte de la familia de la humanidad, que no podemos ser indiferentes. En los Estados Unidos, la Asamblea Rabínica se ha transformado en miembro fundador del Jewish Rohingya Justice Network – la Red Judía de Justicia para Rohingya. Como miembros de la Comunidad Judía de la Argentina, nos ponemos de pie junto a nuestros hermanos, el pueblo Rohingya, en su lucha por alcanzar justicia. Tenemos la esperanza de que las Cortes Federales de nuestra Argentina acepten la denuncia de @BROUK y de las mujeres victimas, asumiendo que el genocidio no reconoce fronteras.
Hermanos queridos. Hermanos todos.
En esta semana leemos de nuestra Torá, el famoso texto que solemos recitar en las noches de Pesaj: “Arami Oved Abi”, " Mi padre era un arameo errante” (Deut 26:5).
Quien esté leyendo estas líneas, lleva en su historia algún pasado de exilios. Todos hemos sido errantes alguna vez. Las caminatas de nuestros padres nos han traído hasta lo que somos. El lugar que sea que ocupemos hoy nos llama a la responsabilidad para con aquellos que no tienen ningún lugar ni ningún hoy.
La anciana Nenujahan mastica su Paan y ve llegar a nuevos Rohingyas desplazados. Tan jóvenes como cuando ella llegó a Kutupalong. Entonces, baja la cabeza y llora: “Es impactante ver cómo se repite la historia”.
Sólo podemos cambiar la historia en ese momento en que nos atrevemos a ser parte de ella.
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