Conviene de entrada decir que todo progreso en el conocimiento hace que muchos de los que sostenían opiniones distintas hasta ese momento imperantes se sientan incómodos, molestos, a veces humillados, ridiculizados y ofendidos. Pero precisamente el derecho a expresar libremente las ideas -la libertad de prensa- resulta trascendental no solo para que la gente se entere de lo que viene sucediendo sino especialmente para el aprendizaje en un contexto siempre evolutivo de permanentes corroboraciones provisorias abiertas a refutaciones.
Todas las ciencias y todo el conocimiento está sujeto a estos avatares, de lo contrario para no molestar, incomodar, ofender o humillar habría que estancarse y renunciar al progreso. Esto también se aplica a otros territorios que últimamente se han debatido que se refieren, por ejemplo, a preferencias o inclinaciones sexuales varias, lo cual, demás está decir debe ser aceptado si no hay lesiones a los derechos de terceros pero también en este caso o similares no quiere decir para nada que otros adhieran o se que se abstengan de analizar. Pongamos un ejemplo muy extremo: supongamos que una persona se autopercibe gallina, nadie puede recurrir a la fuerza para que esa persona cambie de opinión (incluso si se ejercita en cacarear) pero esto no significa que otros no puedan decir abiertamente que esa autopercepción constituye un error de apreciación.
Claro que como he escrito antes hay también una cuestión de modales y de buen gusto. Digamos que estamos en un almuerzo con otras personas y el vecino de asiento tiene mal aliento, en lugar de denunciarlo públicamente es mejor respirar para otro lado. Consigno estos razonamientos porque aparecen talibanes aquí y allá que pretenden que todos se callen frente a actitudes que se estiman problemáticas. En realidad estos personajes absurdos apuntan a que todos suscriban sus posiciones lo cual es el mayor ejemplo de intolerancia y estupidez de dogmáticos que solo pueden rendir ilimitado culto a la personalidad de algún personaje muerto porque no piensan por sí mismos. También es una cuestión de buena educación el consejo de no insultar gratuitamente religiones o creencias que uno no comparte, a menos que se trate de estudios filosóficos-teológicos y asimismo muchos otros ejemplos que revelan la conveniencia de recurrir a buenos modales como una manera de alimentar la cooperación social.
Pensemos en la cantidad enorme de personas que se sintieron ofendidas cuando Galileo desarrolló su tesis condenada severamente por la Iglesia Católica a pesar de que como escribe Ortega y Gasset “lo obligaron a arrodillarse y abdicar de la física”. Pensemos en la medicina y los adelantos que dejaron atrás teorías equivocadas que fueron reemplazadas por otras, pensemos en la física: antes he ilustrado el tema con dos premios Nobel en esa rama que fueron padre e hijo, Joseph Thomson en 1906, entre otras razones obtuvo el galardón por mostrar que el mundo subatómico está caracterizado por partículas, sin embargo su hijo -George Thompson- recibió el premio en 1937 por señalar que en verdad son ondas.
Por supuesto que como ha destacado una y otra vez Karl Popper, el conocimiento es un peregrinaje en busca de verdades y para el logro de encontrar trozos de tierra fértil en el mar de ignorancia en que nos desenvolvemos hay que estar atentos a nuevos paradigmas. Por ello es que el lema de la Royal Society de Londres nos advierte nullius in verba, a saber, que no hay palabras finales. Y es por eso que Emanuel Carrére ha estampado la conclusión que “lo contrario a la verdad no es la mentira sino la certeza”. Esto no suscribe la sandez del relativismo epistemológico sino que muestra que las certezas nublan la mente ya que no está abierta a la incorporación de nuevas ideas.
Otra cosa es si hay apología del delito y figuras tales como las injurias, calumnias y equivalentes a través de lo que se dice o hace, en esta situación intervendrá la justicia para poner las cosas en orden y proteger derechos en caso de haberse lesionado. Pero la opinión que terceros tengan de uno no es algo que pueda controlarse, en última instancia depende de la reputación de cada cual que cuanto más abierto sea el proceso mayores garantías habrá para que surja la verdad.
La reputación no es algo que se obtiene por decreto, inexorablemente depende de la opinión libre e independiente de los demás. En este sentido, autores como Daniel B. Klein, Gordon Tullock, Douglass North, Harry Chase Bearly, Avner Grief, Jeremy Shearmur y tantos otros que han trabajado el territorio de la reputación, enfatizan en la natural (y benéfica) descentralización del conocimiento por lo que el proceso del mercado abierto provee de los instrumentos e incentivos para lograr las metas respecto a la calidad en estas y en otras ramas. Y cuando se alude al mercado, demás está decir que no se refiere a un lugar ni a una cosa sino a las millones de opiniones y arreglos contractuales preferidos por la gente al efecto de coordinar resultados.
En conexión con este tema de la reputación, uno de los tantísimos ejemplos del funcionamiento de lo dicho es el sitio en Internet denominado Mercado Libre donde múltiples operaciones se llevan a cabo diariamente de todo lo concebible sin ninguna intervención política de ningún tipo. Los arreglos entre las partes funcionan espléndidamente, al tiempo que se califican y certifican las transacciones según el grado de cumplimiento de lo convenido en un clima de amabilidad y respeto recíproco que hace a la reputación según las opiniones vertidas. Estas calificaciones y certificaciones van formando la reputación de cada uno que es el mayor capital de los participantes puesto que así condicionan su vida comercial.
En este mismo contexto, Harold Berman y Bruce Benson muestran el proceso evolutivo, abierto y espontáneo del mismo derecho comercial (lex mercatoria) a través de la historia, sin que haya sido diseñado por el poder político tal como fue el sentido original de la ley. Por su parte, Carl Menger ha demostrado lo mismo respecto al origen del dinero y los lingüistas más destacados subrayan el carácter libre de toda decisión política respecto al lenguaje. Como la perfección no está al alcance de los mortales, la ética también es un concepto evolutivo que no involucra a los políticos (o en todo caso lo hacen para corromper) y, desde luego la ciencia misma es independiente de las decisiones políticas (afortunadamente para la ciencia).
Todos estos ejemplos de peso están atados a la noción libre de la reputación extramuros del ámbito político, en este sentido las corroboraciones en cada campo dependen del mercado de las ideas que, en el contexto de la mencionada evolución, va estableciendo la reputación de cada teoría expuesta de modo equivalente a lo que sucede con la calidad y cumplimiento en el ámbito comercial.
El mercado libre de restricciones gubernamentales estimula a la concordia, enseña a cumplir con la palabra empeñada, mueve a la cooperación social y decanta las opiniones válidas sobre personas y cosas. En cada transacción libre las dos partes se agradecen recíprocamente puesto que ambas obtienen ganancias, lo cual es precisamente el motivo del intercambio. Ambas partes saben que uno depende del otro para lograr sus objetivos personales. Las dos partes saben que si no cumplen con lo estipulado se corta la relación comercial. El mercado necesariamente implica cooperación social, es decir, cada participante, para mejorar su situación, debe atender los requerimientos de la contraparte.
La trampa, el engaño y el fraude se traducen en ostracismo comercial y social puesto que la reputación descalifica a quien procede de esa manera. Significan la muerte cívica. Solo la politización intenta tapar malversaciones. En la sociedad abierta, el cuidado del nombre o, para el caso, la marca, resultan cruciales para mantener relaciones interpersonales.
Las opiniones derivan de los sucesos en el ámbito del mercado a contracorriente de lo que ocurre en el plano político donde siempre hay discursos desaforados, gritos, enojos, donde se muestran los dientes en el contexto de enemigos que siempre hay que combatir. En el proceso del mercado, en cambio, se destaca la amabilidad en intercambios libres y voluntarios donde cada cual para mejorar su posición debe servir los intereses de los demás. Por ello es que la reputación de políticos -es decir la opinión de otros sobre su desempeño- no suele ser buena.
Los derechos de propiedad permiten delimitar lo que es de cada uno y consiguientemente permiten establecer con claridad las transacciones. Por el contrario, la definición difusa y ambigua de esos derechos y, más aún, la “tragedia de los comunes” inexorablemente provocan conflictos y se opaca la contabilidad con lo que se dificulta la posibilidad de conocer resultados. En libertad cada uno da lo mejor de sí en interés personal, en la sociedad cerrada cada uno saca lo peor de sí para sacar partida de la reglamentación estatista por la que el uso de los siempre escasos recursos resultan siempre subóptimos.
John Stossel en su programa televisivo en Fox subraya las enormes ventajas del contralor privado frente al estatal. Al mismo tiempo destaca cómo las regulaciones gubernamentales, que bajo el pretexto de una mejor calidad, cierran el mercado para que privilegiados operen, a pesar de que si hubiera libertad contractual otros serían los proveedores de bienes y servicios.
Un ejemplo paradigmático de lo que estamos abordando es el oscurecimiento de la reputación de casas de estudio debido a la politización de sellos oficiales y absurdos “ministerios de educación”, en lugar de obtener la acreditación por parte de academias e instituciones internacionales especializadas y en competencia, a su vez, cuyas reputaciones dependen de la calidad de sus veredictos y sus procederes. En cualquier caso, constituye siempre un reaseguro el separar drásticamente la cultura de los aparatos políticos (cultura oficial es una contradicción en los términos, lo mismo que periodismo o arte oficial). Esto con independencia de las respectivas inclinaciones de los políticos del momento, puesto que la educación formal requiere puertas y ventanas abiertas al efecto de que el proceso de prueba y error tenga lugar en el contexto de la máxima competitividad y apertura mental.
En varios de sus ensayos Walter Block objeta parte de las visiones convencionales relativas a la opinión que terceros puedan tener sobre la reputación de ciertas personas consideradas por el titular como injustificadas, puesto que reafirma que la reputación no es algo que posea en propiedad el titular sino que, como queda expresado, deriva de la opinión de otros. Como ha subrayado el antes mencionado y tan ponderado profesor Daniel Klein, los incentivos fuertes que genera la sociedad libre en competencia constituyen el mejor modo de producir opiniones valederas sobre los muy diversos aspectos que se suscitan en las relaciones interindividuales y, asimismo, la manera más eficiente de poner al descubierto y descartar las opiniones falsas.
Por último en este tema crucial, es pertinente resaltar que la discriminación es inaceptable cuando se pretende vulnerar la igualdad ante la ley desde el aparato estatal pues todos tienen los mismos derechos, pero es natural y necesaria la discriminación en los ámbitos privados ya que todos al actuar preferimos algo y dejamos de lado lo otro, esto es, seleccionamos, preferimos o discriminamos entre los amigos que elegimos, nuestras lecturas, comidas, ropa, deportes y en todo lo que hacemos discriminamos lo cual desde luego incluye a quienes recibimos y a quienes no en nuestras propiedades, al contrario de lo alegado por energúmenos que protestan porque tal o cual restaurante o similar no los dejan que entren a su local. Es otra vez el espíritu talibán que intenta que todos actúen según sus parámetros, en ese clima ya no habría ofensas ni opiniones adversas puesto que dominará el detestable pensamiento único en un contexto en el que desaparecerá el mercado libre y la igualdad ante la ley como reflejos de una sociedad civilizada.
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