Los acontecimientos de la última semana en Afganistán, con imágenes de gente intentando huir del país desesperadamente, fueron motivo de análisis sobre la decisión del presidente Joe Biden y su impacto internacional. A continuación, algunas consideraciones que reflejan lo previsible de la decisión tomada por el Presidente de los Estados Unidos.
En primer lugar, llama la atención la incapacidad de la inteligencia norteamericana para anticipar la avanzada talibán y la nula resistencia del Ejército afgano. 20 años de experiencia en el territorio y billones de dólares en entrenamiento y equipo no fueron suficientes para entender la red de complicidades locales y las capacidades reales del talibán. Es llamativo que el presidente Biden no contara con información de calidad cuando afirmó que era improbable que cayera el gobierno descartando cualquier posibilidad de “una caótica evacuación” al estilo Saigón.
La segunda cuestión es que Biden no es un improvisado en temas de política exterior. Ya sea desde el Senado o como vicepresidente de Barack Obama tuvo intensa participación en los conflictos de los Balcanes, Irak y Afganistán. Biden sostiene que Estados Unidos debe liderar con el ejemplo y no con el poder. En un discurso en The Graduate Center en Nueva York, donde presentó el ensayo “El ejemplo del Poder de los Estados Unidos: Plan para liderar el Mundo Democrático para enfrentar los desafíos del siglo XXI”, anticipó su objetivo de poner fin a las guerras interminables ya que mantenerse en conflictos imposibles de ganar solo agota la capacidad de liderar en otros asuntos e impide reconstruir los otros instrumentos del poder estadounidense. Era necesario salir de ahí y no hay un buen momento para hacerlo. No hay forma de enfrentar semejante decisión sin pagar altos costos. La población americana mayoritariamente avala el fin de la guerra.
El tercer componente es que, independientemente de un regreso a los organismos internacionales de los cuales Trump se había retirado o de la restauración de las alianzas tradicionales con Europa y Asia, hay “continuidades” de las administraciones republicana y demócrata en temas centrales de política exterior como Afganistán y China. Biden honró el acuerdo de Doha firmado por el ex presidente Trump en febrero de 2020 con su calendario negociado para la retirada de las tropas estadounidenses y sus aliados antes del 11 de septiembre de 2021 a cambio del compromiso talibán de que Afganistán nunca servirá de base a grupos terroristas. “La decisión que tuve que tomar como presidente fue cumplir con ese acuerdo o estar preparado para volver a luchar contra los talibanes”, dijo Biden conocedor de que esa alternativa implicaría un esfuerzo que el pueblo americano no está dispuesto a apoyar y comprometer de ese modo lo que queda de su mandato. Argentina debería tomar nota de que más allá de la pirotecnia discursiva electoral propia de la contienda democrática, las políticas de estado sólo llegan a ser tales cuando logran continuidad en el tiempo.
Un cuarto elemento es que tal vez la crisis en Afganistán muestre un nuevo posible punto de contacto entre Estados Unidos y China. Ambos aspiran a evitar que Afganistán se convierta en refugio del terrorismo. Estados Unidos para evitar nuevos atentados en su territorio y China para mantener controlada a la minoría uigur (etnia musulmana de estrecha relación con los grupos terroristas afganos y que operan desde allí) que atentan contra su orden interno en Xinjiang. La eventual derivación del conflicto a Pakistán (y su arsenal nuclear) también hace sonar alarmas de ambos países. Una nueva variante inesperada de la “competencia inevitable, cooperación imprescindible” en la relación entre Estados Unidos y China postulada por el profesor Roberto Russel.
El quinto punto lo constituye el reconocimiento explícito del movimiento talibán por parte de países como Rusia, China, USA y la moderación del discurso (prometen combatir la producción y el tráfico de heroína, una de las principales fuentes de ingreso del país), de sus principios (promesas de respetar los derechos de las mujeres y niños) y de sus formas de comunicación (aseguran que habrá libertad de los medios de comunicación). Los talibanes de hoy utilizan prácticas sofisticadas de las redes sociales ajustándose a las reglas de contenido y sin levantar sospechas por su comportamiento. Probablemente se trate de una estrategia para negociar y asegurarse apoyo internacional formal para luego instaurar un régimen fundamentalista del terror.
El último elemento destacable es el cambio en la concepción geopolítica de la misión de Estados Unidos como potencia mundial y promotor de la democracia liberal y los derechos humanos. La retirada de Estados Unidos de Afganistán es una derrota simbólica de los cultores del intervencionismo liberal exportador de valores (democracia, capitalismo y derechos humanos) a imagen y semejanza de occidente. A decir de Biden, la misión de 20 años no estuvo nunca destinada a construir una nación o crear una democracia central unificada, sino que estaba diseñada para prevenir un ataque terrorista en suelo estadounidense.
Quedan dudas respecto del futuro de Afganistán y de la retórica talibán. Pocos confían en que efectivamente se respeten las promesas del acuerdo y las garantías de seguridad dadas a los ex colaboradores de tropas internacionales o miembros del antiguo Gobierno de Ashraf Ghani. Hay temor de un nuevo régimen sangriento y autoritario, como el que tuvo lugar entre 1996 y 2001. Biden encara el recuerdo de los 20 años de los atentados del 11-S habiendo cumplido lo que prometió en su campaña. De los objetivos iniciales planteados cuando se inició el despliegue de tropas en Afganistán, sólo se alcanzó el haber acabado con Osama Bin Laden. La decisión de permanecer, acabar con el terrorismo e intentar establecer un gobierno democrático con un ejército moderno y equipado que pudiese eventualmente resolver los problemas de los afganos resultó un rotundo fracaso y dejó como saldo para Estados Unidos 2.500 americanos muertos, mas de 20.000 heridos y un rojo en las cuentas por billones. Cómo y cuándo salir de ahí se convirtió en el mayor desafío para los presidentes estadounidenses. En su discurso de asunción de la presidencia en enero de 2021 Biden anunció “un nuevo día” para Estados Unidos con la diplomacia en el centro de nuestra política exterior, actuando militarmente donde deba pero sin despliegues militares interminables. “Un liderazgo digno en casa y respetado en el escenario mundial”, para que otros países tengan razones para confiar y respetar la palabra de un presidente estadounidense. El tiempo dirá lo acertado o no de su decisión.
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