1983: Alfonsín y el mito del cajón

Se construyó el relato de que el líder radical no ganó, sino que perdió el peronismo por culpa de Herminio Iglesias. Se minimiza y banaliza las elecciones de aquel año y se reduce todo a un error no forzado de un político

Siempre que aparece algún error grueso en el escenario político electoral, muchos se tientan y vuelven a la quema del cajón funerario en el acto de cierre de campaña del peronismo en 1983. La escena se transita a partir de un planteo falaz, una ecuación desdeñosa con aquella sociedad, donde el error de Herminio Iglesias fue la razón de la derrota justicialista. Un buen mecanismo para ocultar el liderazgo social de Raúl Alfonsín y el triunfo radical.

Sin embargo, si volvemos la mirada sobre los hechos incontrastables de aquella noche de 1983, vamos a entender que no fue así. El cajón se quemó el viernes 28 hacia el final de los discursos del multitudinario cierre de campaña de Luder-Bittel en el Obelisco. A esa misma hora, Alfonsín cerró en Rosario, la por entonces capital nacional del peronismo, frente al Monumento a la Bandera.

El acceso a la información se circunscribía a la radio, la TV (aún muchos de los aparatos eran blanco y negro) y los diarios. Si bien se editaban gran cantidad de revistas, sus coberturas no llegaron a dar cuenta de los actos de cierre. Quien siguió la transmisión en vivo por alguno de los cuatro canales porteños tuvo la imagen del cajón que fueron acercando paulatinamente al palco, las risas del candidato a gobernador del PJ, el encendedor que también le acercaron y que se empecinó por eternos segundos en no prender, la ampulosa condescendencia de Norberto Imbelloni (el mismo de “¿Quién mató a Rosendo?”, el texto clásico de Rodolfo Walsh). De los que estuvieron en el masivo acto céntrico, pocos lo vieron. De los que no siguieron la transmisión, probablemente algún noticiero al cierre de transmisión de esa misma noche lo haya repetido. Es muy posible que no. En el fin de semana, imposible. Dos razones básicas: había comenzado la veda política y no había canales de cable, ni de noticias, tampoco telefonía celular, redes sociales o mensajes de texto.

“Imponente clausura de la campaña justicialista”, tituló Clarín en la mañana del sábado 29, con dos imágenes que favorecieron a Luder y cero mención al incidente. Los actos eran noticia y la masividad se llevó todas las miradas. Alfonsín había hecho su Argentinazo en el Obelisco; el PJ lo había superado. Pero hay más, tanto Clarín como La Nación reprodujeron, en sus páginas interiores, el cable de la agencia DYN que denunció la agresión y el robo de equipos a su fotógrafo (Dani Yako), apostado en Rosario, donde se acusaba a la militancia alfonsinista por la sustracción. Ese sábado hasta hubo tiempo para noticias que ensuciaban el cierre de campaña rosarino.

¿A cuento de qué viene todo esto? Porque se construyó un relato: Alfonsín no ganó, perdió el peronismo por culpa de Herminio. Como si ese proceso electoral hubiese sido sencillo. Una gorilada que niega las convicciones y las certezas de una sociedad que había resuelto esa elección en los meses previos, como lo indicaban las escasas encuestas que se difundían. Se minimiza y banaliza al 83 y se lo reduce a un error no forzado de un político. En definitiva, una derrota autoinfligida que intenta borrar una gesta épica y colectiva, que encontró su conductor y avanzó. Un líder que interpretó ese momento de la sociedad y lo condujo con un mensaje de paz y democracia. Sencillo, real, palpable para cualquiera que haya transitado esos meses previos.

Alfonsín había conocido la derrota en 1972 cuando perdió la interna presidencial con su mentor, Ricardo Balbín. Así y todo, se construyó a sí mismo presidente desde que, en 1982, eligió a contramano de la mayoría de la sociedad no avalar la guerra. Tras la derrota en Malvinas fue el primero en romper la veda con el acto en la Federación de Box y caminó todas las provincias. A fines del 82 ya había completado y presentado su fórmula en el Luna Park. En el verano del 83, salió al mundo a decirle que iba a ganar; mientras el peronismo no paraba de presentar precandidatos en los medios o en actos públicos con luces porteñas: Deolindo Bittel, Antonio Cafiero, el coronel Vicente Damasco, Ítalo Luder, Raúl Matera, Jorge Paladino, Ángel Robledo, Vicente Saadi, o el general Acdel Vilas, son los que surgen en este conteo. Probablemente, olvidemos alguno y no podemos omitir todas las operaciones para restablecer los derechos cívicos de la ex presidenta Martínez de Perón, hasta que el 9 de septiembre (al otro día del Congreso Nacional del PJ que proclamó la fórmula Luder-BIttel) efectivamente la indultaron. Si, la dictadura indultó a Isabel.

El precandidato radical, armó las valijas y partió junto a uno de sus hombres de confianza, Germán López, a presentar sus cartas credenciales en la Venezuela de la ejemplaridad democrática, donde lo recibieron Luis Herrera Campins Jaime Lusinchi y Carlos Andrés Pérez; mientras que en Europa, se entrevistó y fotografió con Bettino Craxi, Felipe González, Pierre Mauroy, y Sandro Pertini, entre otros.

Volvió y eligió no consensuar una fórmula con Fernando de la Rúa. No paró de girar por el interior y ganar internas, le demostró al electorado independiente que podía dejar atrás al radicalismo del 25 por ciento. Semana tras semana se fue construyendo y mostrando un camino de salida al horror. La dictadura anunció la autoamnistía y él respondió que la iba a derogar ni bien asumiera. Había denunciado que se tejía un pacto entre sectores del gobierno y el peronismo. Lorenzo Miguel lo negó y volvió a hacerse cargo de su gremio en agosto, 81 días antes del domingo 30 de octubre. Emilio Eduardo Massera, con su partido de discurso socialdemócrata y vocación peronista, anunció su apoyo a Luder para completar el álbum.

En el sprint final, Alfonsín llenó estadios y lugares inimaginables, marcó hitos históricos de concurrencia en la mayoría de esos pueblos y ciudades que, aún hoy, nadie superó. Se detuvo en cada tribuna para hablarle al votante del sentimiento peronista que había quedado huérfano desde el invierno del 74. Con respeto y convicción, rescató a Evita y a Perón, y ante la rechifla de su propio público, respondía con las manos en alto para que cesara. Sabía que le estaba hablando a alguien más que a aquellos que concurrían a sus actos. Tenía claro que la TV le jugaba a favor. Eso explica como ganó las intendencias en nueve municipios del conurbano bonaerense: Avellaneda, Quilmes, y Esteban Echeverría, en la inexpugnable tercera sección; y Morón, San Isidro, San Martín, Tigre, Tres de Febrero, y Vicente López en la primera.

Alfonsín sumó el 51,75%, quedó a 1,7 millón de votos de distancia. No solo no fue hijo del cajón, sino que muy probablemente ni lo vio previo a ese domingo. Estaba en Rosario y en su cierre de campaña hablando ante más de 400 mil personas. También ahí marcaba un hecho histórico. Rosario, aún hoy, no recuerda un acto de esas características.

La sociedad quería votar y votó masivamente en los meses previos, la concurrencia a los actos fue su termómetro. El electorado cargaba con una íntima certeza, no quería volver atrás. En ese secreto a voces de la comunicación política, lo viejo era el peronismo y los militares; y lo nuevo, Alfonsín y la UCR. Había que sacarse de encima la tragedia del desgobierno militar e isabelino; y la violencia de los 70, que estaba a la vuelta de la esquina.

Ese fue Alfonsín, el artífice y el acreedor de esa confianza de aquella sociedad que, con sus miedos a cuestas, se permitió sembrar este futuro de continuidad democrática y libertades garantidas.

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