A 70 años del renunciamiento de Evita: en sus ojos la Patria de Perón

En agosto de 1951, Eva Perón renunció a la candidatura a vicepresidenta

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El renunciamiento de Eva Perón, el 22 de agosto de 1951 (Télam)
El renunciamiento de Eva Perón, el 22 de agosto de 1951 (Télam)

El título de esta nota es un verso de “Poema fiel” de Juan O. Ponferrada. Lo elegí para reflexionar sobre el renunciamiento al cargo de vicepresidente de Evita porque simboliza su unidad inquebrantable con el General Perón.

Cientos de invenciones se han tejido en torno a este acontecimiento con el objeto de fomentar una quimérica hostilidad entre ambos que va a vertebrar el mito del “evitismo”, que la convierte en una figura maniquea e ideologizada utilizada como contracara revolucionaria/progresista del Perón “conservador”, “patriarcal” y toda la serie de necedades que se inventan en una revolución contrapuesta a la que efectivamente fue.

Porque el eje central del “evitismo” es, lisa y llanamente, la destrucción del pensamiento de la revolución justicialista que es la doctrina humanista y cristiana. Y la falsificación planificada del aporte que Evita realizó al cuerpo doctrinario de la revolución. Que le otorgó a la mujer el lugar de mayor trascendencia al decirle que ella era síntesis de la espiritualidad y de los valores más preciados del movimiento, la primera formadora del pensamiento nacional ya que enseñaba desde la cuna la honradez, la virtud y el patriotismo. A la que le dio su propia herramienta de organización y un protagonismo inexistente en el mundo entero en unidad de concepción y solidaridad con el varón.

Soy un convencido de que uno de los insumos discursivos que más contribuyó a montar la tontería del “machismo” de Perón que “coartó” la posibilidad de que Evita fuera vicepresidenta, fue la novela Santa Evita (1995) de Tomás Eloy Martínez. Nobleza obliga: hay que decir que el mismo autor refirió en la entrevista “Novela significa licencia para mentir”, realizada Juan Pablo Neyret en el año 2002 y publicada en Madrid, que su texto no era un documento histórico sino una ficción. Apuntó la responsabilidad sobre el guionista de la adaptación cinematográfica de la novela: “Me quejé al guionista (José Pablo Feinmann) y me respondió: pero, cómo, ¿no era una entrevista? Le dije que hay un subtítulo enorme al pie de Santa Evita, que yo me he empeñado siempre en que aparezca siempre, que dice NOVELA. Novela significa licencia para mentir, para imaginar, para inventar (…) la invención es absoluta. No hay una sola línea de verdad allí”.

La realidad es que Perón otorgó a Evita una cuota de poder y una responsabilidad como conducción táctica de su estrategia, inaudita para el momento histórico. El amor del pueblo humilde y trabajador la honró solicitándole sea vicepresidenta.

En la rama femenina del Partido Peronista prendió enseguida la idea de Evita candidata. (Foto Archivo General de la Nación)
En la rama femenina del Partido Peronista prendió enseguida la idea de Evita candidata. (Foto Archivo General de la Nación)

Su discurso del 22 de agosto de 1951 en el “Cabildo Abierto del Justicialismo” en la Avenida 9 de Julio convocado por CGT para lanzar la fórmula Perón-Perón para el período 1952-1958, es tremendamente emotivo. Tanto como el fervor popular. Evita ya sufre los dolores de su enfermedad. Desgarrada por el llanto dice: “Yo no he hecho nada, todo es Perón. Perón es la Patria, Perón es todo y todos nosotros estamos a distancia sideral del líder de la nacionalidad. Yo, mi General, en la plenipotencia espiritual que me dan los descamisados de la Patria, os proclamo, antes que el pueblo os vote el 11 de noviembre, presidente de todos los argentinos. La Patria está salvada porque está en manos del General Perón. A ustedes, descamisados de mi Patria y a todos los que me escuchan, los estrecho, simbólicamente, muy pero muy fuerte sobre mi corazón”.

Una enorme ovación popular vitorea su nombre como candidata. Ella dice: “Les digo hoy que prefiero ser Evita, porque siendo Evita sé que me llevarán siempre muy dentro de su corazón… Sobre mis débiles espaldas de mujer argentina ustedes cargan una enorme responsabilidad. No sé cómo pagar el cariño y la confianza que el pueblo deposita en mí. Lo pago con amor, queriéndolo a Perón y queriéndolos a ustedes, que es como querer a la Patria”. El pueblo insiste en un enorme grito y ella dice: “Compañeros, por el cariño que nos une, les pido por favor que no me hagan hacer lo que no quiero hacer. Se los pido a ustedes como amiga, como compañera”.

Nueve días después renuncia a la candidatura. El 31 de agosto en un mensaje radial anuncia: “Compañeros y compañeras: yo no renuncio a mi puesto de lucha, renuncio a los honores. Yo me guardo, como Alejandro, la esperanza, por la gloria y el cariño de ustedes y del General Perón”. Días después le será conferida la Gran Medalla Peronista en grado extraordinario como distinción a su ejemplar renunciamiento. La recibirá con estas palabras: “Nunca me dejé arrancar del corazón el alma que traje de la calle, un alma dura, áspera tal vez, como la de todos los hombres y mujeres que trabajan, pero siempre leal; un alma que el 17 de octubre se hizo un voto de fe para con el pueblo argentino, contrayendo la deuda de trabajar noche y día para mitigar sus dolores y restañar sus heridas”.

Eva Perón
Eva Perón

Tenía 33 años y había quemado su vida en sacrificio por el Pueblo y por la Patria. Un verdadero martirio: “Sabía que ya no podía más, que me estaba matando, pero el camino de la redención de nuestro pueblo, el camino de la gloria de Perón es largo y no podía detenerme”. Por eso desde el inicio de la revolución justicialista su entrega fue total: “No me importan los sacrificios, no me importan los desvelos ni restar horas al sueño y al descanso, y si la vida fuera necesario, la daría gustosa, por el pueblo de mi Patria”.

El 4 de junio de 1952 escribe su última carta al General Perón. Cada vez que la recuerdo me conmueve. Transcribo algunos pasajes: “Mi siempre querido viejito: en este día jubiloso para los humildes, para el pueblo, para tus descamisados, para nuestros fieles descamisados de las horas amargas y de los días felices, en este día de gloria para la Patria justa y libre que soñaste y realizaste con tan acendrado amor, he querido materializar en alguna forma toda mi gratitud de humilde mujer de tu pueblo, a la que quisiste con generosidad otorgarle el singular privilegio de compartir a tu lado tus luchas y tus sueños de patriota. Tú sabes que a ese privilegio respondí haciendo de mi vida una llama que ardió en una vigilia permanente, sin descanso y con alegría, para restañar en la carne y en el corazón de tus humildes -como tú lo querías- las heridas que les abrió la despiadada e inhumana garra de la injusticia y de la explotación. (…) Velé constantemente a tu lado y en mi afán de protegerte contra la infamia, la traición y la maledicencia, me ofrecí yo misma como blanco de sus dardos. Ellos no sabrán nunca cuánta alegría me proporcionaron cada vez que me herían, porque no te herían a ti. No sé si habré llegado a hacerlo como tú lo merecías, pero sí puedo asegurarte que lo hice con todas las fuerzas de mi alma, de mi corazón y de mi sangre. Evita no reservó para ella ni una sola gota de su vida. Todo fue para ti y por ti para tu pueblo. En esa dura batalla de todos los minutos debimos sacrificar la tranquilidad y las naturales y legítimas satisfacciones propias de todo hogar. Había soñado que algún día tuviéramos un hogar que fuera únicamente nuestro, para, en la intimidad de su calor, dedicarte solamente a ti todos mis minutos, rodeándote de todos mis cuidados y de todo mi amor de esposa y compañera”.

Poco menos de un mes después Evita pasó a la inmortalidad y el amor popular se transformó inmediatamente en veneración. Millones de altares en hogares humildes, en los clubes, los sindicatos, en las unidades básicas a lo largo y ancho de la Argentina. Una simple velita encendida frente a su imagen junto a la de Jesús y la Virgen María. En las plazas, fueron emplazados grandes retratos con su rostro bajo los cuales el pueblo depositaba flores y rezaba. Ningún santo católico tuvo tantos fieles en nuestro país como Eva Perón. Jamás las iglesias habían sido tan concurridas. Su santificación la dispuso la honda devoción popular y permanece inalterable hasta nuestros días.

Es por eso que en el año 2018 propuse que la CGT inicie el proceso formal de beatificación ante el Vaticano para que la Iglesia Católica consagre lo que ya hicieron los humildes de nuestro país y de varios países extranjeros que igualmente la veneran. Si lo importante en la vida de la Iglesia es la liturgia, no podemos negar que ella vive merced a la religiosidad popular y que ésta concede un lugar privilegiado a Santa Eva Perón.

Y antes de cerrar esta nota, quiero recordar que había dicho el 1 de mayo de 1950 en el festejo del Día del Trabajador, como vaticinando lo que sería la entrega patriótica de la otra alumna dilecta del General Perón, María Estela Martínez, que en 1974 será la primera presidente mujer en el mundo: “Yo he tomado una bandera, con sacrificio y con devoción: la bandera de los humildes de mi Patria. Quiera Dios que el día que ella pase a otra mujer, esa mujer luche, trabaje y se sacrifique con la misma devoción con que yo lo hago por todos los humildes del pueblo. (…) Quiera Dios que las mujeres que me sucedan no tengan que sufrir el escarnio que está sufriendo una descamisada por el sólo hecho de querer hacer el bien, de querer hacer algo por los humildes y de querer trabajar por todos los hogares obreros”.

Y lamentablemente para los argentinos sus deseos no serán realidad porque Isabel sufrirá de manera insondable el precio de la valentía y de la lealtad a Perón, a la Argentina y al pueblo peronista.

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