¡Increíble! Contra toda racionalidad económica, la tendencia a incrementar el gasto público se fortalece día a día. Y se toman medidas como si el principio de escasez que rige la vida humana no fuese verdad. Porque nada es gratis en este mundo.
Como si no hubiese inflación, el Gobierno acaba de lanzar un programa de créditos a tasa cero para monotributistas, casi al mismo tiempo que el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec) publicara el índice de precios al consumidor que para el mes pasado llegó al 3 por ciento.
El programa consiste en créditos de hasta 150.000 pesos, para 1.500.000 monotributistas, con seis meses de gracia y un plazo de devolución de 12 cuotas mensuales, sin interés, según anunciaron la vicejefa de Gabinete, Cecilia Todesca, y la titular de la AFIP, Mercedes Marcó del Pont.
La medida no sólo olvida el costo de oportunidad sino que, libre de todo pudor, dispone de recursos que no tiene y lo presta sin aplicar costo alguno, como si fuera gratis. Pero en rigor, como bien enseña la economía, es pagado por la mayor parte de la gente.
El economista austríaco Friedrich von Wieser acuñó el concepto de costo de oportunidad en su Teoría de la Economía Social (1914) y se refiere a lo que se deja de ganar cuando se elije una alternativa entre varias disponibles. ¿Realmente alguien mínimamente racional puede creer que la suma involucrada se dirige a la mejor alternativa? Decididamente, no.
El Gobierno dispone discrecionalmente de este dinero. Ahora… ¿verdaderamente lo tiene? La verdad es que como no lo tiene, lo “fabrica”. Y al hacerlo, no solo aumenta la oferta monetaria sino que, también, incrementa la velocidad de los pesos, porque emite una clara señal de irresponsabilidad que incentiva la huida de nuestra moneda hacia otros destinos donde el dólar es uno de los preferidos por la gente.
Los gobiernos populistas incrementan su poder bajo la ilusión de que la gente recibe algo gratuitamente, sin que caiga en la cuenta de que ella misma es la que paga el “regalo”
Es fácil disponer de algo que no se tiene, a fin de “regalar” ayudas, quitando dinero a la mayoría, sobre todo a los más humildes, para dirigirlo a la “compra” de votos. Robin Hood era un ladrón que, al menos, robaba a los ricos para entregar algo de riqueza a los pobres, sin pedir nada a cambio. El Gobierno, por el contrario, nada tiene que ver con el famoso personaje de Nottinghamshire. Está claro que su propósito es puramente electoralista. Los gobiernos populistas incrementan su poder bajo la ilusión de que la gente recibe algo gratuitamente, sin que caiga en la cuenta de que ella misma es la que paga el “regalo”.
Al final de cuentas, la verdadera causa del problema inflacionario es política. Como la sociedad ha naturalizado un cierto nivel de inflación, digamos entre un 20 y 30% anual, este flagelo, en tanto en cuanto se mantenga en este rango, claramente es funcional al interés electoralista de los gobiernos. Así, puede explicarse el carácter estructural de la inflación argentina que –en mayor o menor medida según se el gobierno de turno– muestra profundas raíces en sus sistema político.
Es fácil disponer de algo que no se tiene, a fin de “regalar” ayudas, quitando dinero a la mayoría, sobre todo a los más humildes, para dirigirlo a la “compra” de votos
Su propósito electoralista muestra la contradicción económica. El Gobierno promete aumentar los impuestos en forma progresiva a fin de robustecer al fisco. ¿Un ejemplo? Recientemente, una precandidata a Diputada Nacional oficialista afirmó “Nosotros llegamos con una mirada diferente, dijimos ‘vamos a poner alícuotas más importantes para robustecer al fisco’. Así tuvimos mayor capacidad de recuperar vía impuestos dinero para nuestro fisco.” Y agregó “Desde el inicio de la gestión nos propusimos fortalecer nuestra matriz impositiva con un carácter progresivo…”
Efectivamente, los impuestos explícitos han crecido. Y el peor de los gravámenes, el implícito, es decir inflación, continúa haciendo de las suyas en una sociedad cada vez más empobrecida. La inflación es un mecanismo de distribución fuertemente regresivo, donde pierden aquellos con menos poder negociación: los más humildes.
La farsa continúa. En las próximas elecciones, veremos cuán grande es su rédito.
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