Presidente, serénese. Empiece por no retarnos si el error fue suyo. Suele tener mejores efectos un arrepentimiento sincero y, en este caso, ponerse a disposición de la justicia para honrar la igualdad ante la ley y su propia palabra. Enójese con usted mismo en todo caso, no con quienes tienen el derecho y la obligación de exigirle que se comporte según su investidura. Es preocupante que ensaye como explicación posible que a veces usted olvida que es presidente. Y si eso ocurre, estamos en problemas. Quizás le pasa porque en su propia fuerza se encargan de hacerle notar permanentemente que la que manda es otra persona. Y con ellos usted no se enoja tanto. Pero supongamos que es así, que usted se siente y actúa como un hombre común. Si usted realmente fuera un hombre común, probablemente le hubiera importado mucho más no violar los decretos de aislamiento porque seguro lo multaban o le abrían una causa penal. Eso no pasó justamente porque usted es el Presidente y no lo trataron como un ciudadano común. Aunque lo peor es que para usted eso fue totalmente natural.
Usted se mostró furioso, Presidente, porque afirma haber tardado sólo 24 horas en disculparse. La verdad es que tardó más de un año. Sólo salió a disculparse -y a medias- cuando quedó en evidencia lo ocurrido hace exactamente 13 meses en la residencia de Olivos por una foto inapelable. En el mientras tanto, señaló a los vivos y a los idiotas que incumplían las normas cuando usted estaba entre los infractores.
No hubo miserables que dijeron que usted le echó la culpa a su pareja. Usted le echó la culpa a su pareja. Si eso es miserable, usted sabrá. Porque todos lo escuchamos decir que “Fabiola convocó a una reunión con sus amigos a un brindis que no debió haber ocurrido”. Esa fue su explicación. No la nuestra. Usted eligió no hacerse cargo de que en la residencia de Olivos las fuerzas de seguridad que perseguían viejitas tomando sol, permitieron, como si nada, realizar un cumpleaños y que usted que es la principal autoridad del país no hizo nada para evitar que eso pasara y salió sonriente en la foto. Y que esto demoró un año en ser conocido, cosa que no hubiera ocurrido sin revelaciones periodísticas, mientras usted jugaba a ser Winston Churchill aunque después se vio que no lo era. Porque los números de la gestión sanitaria están entre los peores, porque hubo vacunados VIP, porque faltaron vacunas por empecinamiento ideológico y porque, además de todo eso, el aislamiento, ahora se sabe, era para la gilada. Y usted, en este contexto, no tiene mejor idea que apelar a una furia sobreactuada, a una ira defensiva y facciosa, el mismo día que marchan familiares de muertos por COVID-19 que no tuvieron despedidas ni velorio y que sólo llevaron en la mano la piedra pacífica de su dolor con el nombre de alguien que no volverán a abrazar. ¿En serio cree que tiene la potestad del enojo presidente?
El Presidente apeló a fuegos artificiales de la grieta para puentear las consecuencias de su propia ofensa haciéndose él, increíblemente, el ofendido. No siempre la mejor defensa es el ataque, a menos que el Presidente quiera atacar a la sociedad a la que ha decepcionado. Pocas veces se sintió más distancia entre él y la ciudadanía que hoy (por ayer, lunes), en esta versión sacada y prepotente.
Un 91,7% de los consultados, respondió que leyó o escuchó algo sobre el Olivos Gate en una encuesta realizada por Management and Fit y para 6 de cada 10 se trata de un escándalo político que merece consecuencias. Todo ocurre en plena campaña electoral por las elecciones de medio término.
Las esquirlas de la caída en desgracia de Alberto no dejan indemne a Cristina Kirchner. Después de todo, ella lo puso ahí. Es la madre de la criatura. El abroquelamiento del Frente de Todos victimizándose, cuando las victimas son los que perdieron sus seres queridos o los que se fundieron, se explica porque intentan lo que dice el manual: fugar para adelante y culpar a otro para controlar, si pueden, algún daño. El relato se ha reducido al acto bobo de culpar. Como un cassette, como un contestador automático, como un loro repetidor. Fue la pandemia, no fue la cuarentena. Fue Macri y el Fondo Monetario. Fue Fabiola. Estamos a un paso de “fue Dylan”. Y la última de todas: fueron los periodistas. Están tan acostumbrados a que la verdad no importe que no logran darse cuenta de que la verdad quedó tan a la vista que salir a culpar a los periodistas es casi como defender la mentira. El problema no es quién reveló la foto, el problema es la foto. Lo que revela la foto. El relato termina convirtiéndose en su propia confesión de falsedad. Si sólo les importa acusar al que reveló la verdad, no hay ni siquiera arrepentimiento, sino casi una apología de la impunidad.
Presidente, no busque destituyentes. No banalice cuestiones delicadas para zafar. Y si busca culpables, mírese al espejo, y hágase cargo.
* Editorial de Cristina Pérez en “Confesiones en la noche” (Radio Mitre)
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