El primer paso: la educación

Argentina debe actuar en las urgencias que plantea el presente, pero también proyectar a futuro

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Escuela primaria de la ciudad
Escuela primaria de la ciudad de Buenos Aires

Argentina se acerca a las primeras elecciones luego de que la pandemia irrumpiera en el mundo y poco hablamos sobre el debate real que hay que dar en cuanto a la crisis educativa que atravesamos, que no se resuelve sólo con que nuestras niñas y niños estén en las aulas. Aunque ese era el primer paso.

Quienes tenemos el compromiso de gestionar políticas, debemos anteponer la educación a cualquier discusión, siempre sobre la base de que el conocimiento es el motor del desarrollo.

Entonces, no podemos hablar de economía, inseguridad, salud, inversión, confianza y progreso si no ponemos por delante a la educación, que es la principal herramienta de movilidad social ascendente. En un país donde seis de cada diez niñas y niños son pobres, sin lugar a dudas necesitamos que estén en las aulas con una educación de calidad e inclusiva, para igualar oportunidades.

Por supuesto que los problemas de la educación no son nuevos. Argentina desde hace muchos años acumula déficits en esta área y la pandemia no hizo más que visibilizarlos e intensificarlos. Si queremos un país que progrese, que sea equitativo y productivo, debemos pensar sin desvíos en la educación.

Para generar un cambio en esta problemática estructural, las políticas públicas deben ser fuertes y decididas; a través de un acuerdo que incluya a todos los sectores de la sociedad, con una mirada a largo plazo. No podemos permitir que nuestros jóvenes no accedan al sistema laboral por no comprender consignas.

La poca comprensión y los saberes prioritarios de los estudiantes no son ninguna novedad para quienes venimos de la educación superior, sino por el contrario cuestiones muy observadas y trabajadas en ese ámbito.

Por lo que es imprescindible que la política y quienes estamos involucrados en ella breguemos por un rediseño de nuestro sistema educativo.

Suelo decir que no hay años perdidos, por eso lo ocurrido durante este último año y medio en nuestra educación nos tiene que despertar para poner en debate la educación: su calidad, sus políticas de inclusión y su innovación. Tenemos que hacer de esta situación una oportunidad que nos enseñe a resolver lo que urge con la mirada puesta en el futuro.

Para eso debemos pensar al sistema educativo en su conjunto, en todas sus dimensiones. No se trata solo de que nuestras niñas y niños accedan al sistema escolar obligatorio, sino que además puedan progresar, que puedan continuar sus estudios, y que el paso por la escuela sea un paso para igualar oportunidades. Esa es la verdadera inclusión.

Hablar de calidad en la educación significa no solo hablar de lo que aprendemos en la escuela, el contenido que incorporamos, sino también de aquellas habilidades y aptitudes que podemos aprender en el aula con nuestros docentes, con nuestros compañeros. Significa que toda la institución educativa pueda garantizar esa calidad, con infraestructura, con las herramientas adecuadas, con una sólida formación docente preparada para los desafíos que nos plantea el presente y con las oportunidades que podemos pensar para el futuro.

La innovación debe ser parte también de esta educación y la escuela debe volver a encontrar un significado. El sistema educativo tiene que poder vincular a los jóvenes en el ámbito productivo para que puedan insertarse en el mundo laboral.

Luego de lo que creo es la crisis educativa más sustantiva de nuestra historia, uno de los principales problemas en términos globales que la Argentina debe resolver es la deserción escolar. En la prepandemia uno de cada dos estudiantes secundarios no se graduaba, pospandemia se estima que quedarán excluidos un millón y medio de niñas y niños. Estamos hipotecando el futuro de los jóvenes y de nuestro país, por lo que hay que repensar el sistema educativo como un paso previo al mundo del trabajo, el cuál además es cada vez más competitivo y especializado.

La escuela debe orientarse a garantizar la adquisición de los aprendizajes prioritarios, a incorporar las nuevas tecnologías y estar en permanente contacto con los intereses de las nuevas generaciones. Requerimos de una escuela aggiornada y dispuesta a los cambios necesarios. Si algo nos ha enseñado la pandemia es la necesidad de poder adaptarnos rápidamente a los cambios en situaciones que pueden ser dinámicas. Y la escuela debe ir por ahí, porque por allí va el mundo. Un mundo que venía evolucionando y que la pandemia irrumpió.

Por su puesto que en el camino es necesario pensar rápidamente en una recuperación, en un plan de fortalecimiento de los conocimientos que no se adquirieron y una reestructuración a medida que se visualicen las distintas situaciones en las aulas.

Hoy, además de trabajar para achicar la brecha de aprendizaje y tecnológica que ya existía y que se potenció con las medidas tomadas por la situación sanitaria, debemos trabajar nuevamente en la reinserción y el acceso a la educación, algo que parecía una cuestión saldada.

Necesitamos pensar la educación de nuestro país a corto y a largo plazo: primero lograr que los jóvenes hagan en buenas condiciones el recorrido educativo en todos los niveles, después que se gradúen e ingresen al modelo socio productivo del país. Hay que actuar en las urgencias que nos plantea el presente, pero también proyectar a futuro. Eso podemos lograrlo si conseguimos una estructura educativa preparada: que pueda contener a quienes quieren insertarse en el mundo del trabajo cuando se gradúan y a quienes quieren seguir estudiando, hacer carreras de posgrado y hacer camino en el mundo de la ciencia, ya sea a través de la investigación como a través de la docencia y la gestión.

Un país que apuesta a la educación tiene muchas oportunidades de resolver sus problemas estructurales y plantearse un crecimiento y un desarrollo real, que nos permita aprovechar todo el potencial que tenemos como nación.

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