Emblema de la educación superior de excelencia, múltiples corrientes de pensamiento y los avances científico-tecnológicos, la Universidad de Buenos Aires cumple ya doscientos años y resulta una ocasión oportuna para reflexionar sobre el valor de la educación, en general, y la universitaria, en particular, ante el escenario de pandemia y pospandemia que Argentina debe atravesar en clave nacional, pero integrada a una agenda global.
Durante estos dos siglos, la UBA albergó la genialidad de egresadas y egresados ilustres que iluminaron la escena local e internacional con sus aportes hasta alcanzar, inclusive, el galardón del Premio Nobel. Fue la cuna de avances científicos memorables en múltiples áreas del conocimiento y vio pasar por sus aulas figuras que han sido orgullo e historia de nuestra Nación. No conmemoramos simplemente el aniversario de una institución sino la capacidad distintiva de la Argentina de brindar educación universitaria de histórica reputación y producir ciencia pura y aplicada a pesar de las crisis y la adversidad.
En este sentido, sabemos que la gran apuesta nacional debe ser la educación como epicentro del desarrollo sustentable, la salud pública, el empleo de calidad, la tecnología, el valor agregado, la alimentación saludable y la convivencia armónica sin desigualdades. La educación constituye la salida real de la crisis y debe implicar el trabajo mancomunado de todos los estratos gubernamentales para que circule un hilo conductor intergeneracional que una a toda la ciudadanía a través de la herencia educativa, que pondere los grandes ejemplos de nuestra historia, pero que los articule con las demandas socioeconómicas y culturales del siglo XXI.
El prestigio de la educación universitaria argentina nos ofrece una oportunidad de oro para el escenario de pospandemia si se lo asocia virtuosamente con otros dos actores centrales, es decir, una tríada inseparable entre la universidad, el sistema productivo y el Gobierno. Mientras que las universidades crean conocimiento, producen ciencia y tecnología y forman profesionales con idoneidad, el sistema productivo incorpora la ciencia y la tecnología y emplea a las y los profesionales en condiciones laborales óptimas que les permita crecer en su país. Para ello, la mediación del Estado gestionado por los distintos estamentos gubernamentales debe implementar políticas públicas de mediano y largo plazo para que esta interdependencia se traduzca en desarrollo sustentable para nuestra Nación.
La planificación de las políticas públicas en el ámbito educativo debe trascender las gestiones y proyectarse hacia la Argentina que nos merecemos, con una economía del conocimiento robusta. Y, para ello, debemos orientar la formación de las nuevas generaciones hacia actividades que requieran un aporte intensivo de conocimiento humano altamente calificado, que generen valor y le ofrezcan a la sociedad nuevos productos y servicios que mejoran, directa o indirectamente, todo el entramado productivo en su conjunto.
En un año en el que la UBA fue premiada, una vez más, internacionalmente por su reputación académica de proyección global y su alta calidad formativa de acceso público y gratuito, motoricemos todo el ecosistema educativo. Que se transforme en la piedra angular de una Argentina con más posibilidades para las niñas, niños y jóvenes, con inclusión y armonía con el entorno, en el marco del respecto por el conocimiento y el estímulo por las preguntas, la reflexión y el debate. En este primer bicentenario de la querida Universidad de Buenos Aires, propiciemos el camino para que no haya extractivismo intelectual y científico, sino una Argentina de oportunidades para que las próximas generaciones no encuentren un mejor ámbito de desarrollo que su propia patria.
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