La vida diaria en la Argentina es algo difícil de transitar. Las muertes y las dificultades cotidianas producto de la pandemia incrementaron una crisis cuyas manifestaciones más destacadas son el incremento del desempleo y la pobreza y el deterioro generalizado de las condiciones de vida, pero que va mucho más allá de éstas u otras variables.
Lo que está en crisis es el entramado institucional que sostiene la sociedad argentina. Grandes sectores de la población desconfían de la mayoría de las organizaciones que deben proveer bienes públicos esenciales en el mundo contemporáneo. Es cierto que un fenómeno de desconfianza ciudadana atraviesa casi todas las democracias, pero aquí adquiere un punto dramático: la mayor parte de las instituciones no sólo no cumplen con su función de manera efectiva, sino que sí son efectivas para dificultar aún más la vida de los ciudadanos y las ciudadanas.
En este contexto, organizar un festejo puede parecer fuera de lugar. Pero no conmemoramos la mera permanencia en el tiempo, sino que conmemoramos la trayectoria de una casa de estudios que contrasta por varias razones con la realidad que nos toca vivir en nuestro país y nos puede servir de ejemplo frente a la desesperanza colectiva.
En primer lugar, es un modelo de eficacia estatal. Es la demostración que podemos tener instituciones estatales que respondan a las expectativas sociales y que compitan con éxito internacionalmente. Todo nuestro sistema público de educación superior nos muestra que la discusión sobre más o menos Estado es superficial si no se mejoran sus capacidades; si lo público no vuelve a convocarnos como ciudadanos y ciudadanas. Hoy la sociedad desconfía de lo estatal en casi todas las áreas, salvo en la universidad pública.
También es un modelo sobre cómo gestionar lo público, entendido también como una instancia de compromiso de los actores que la componen. Nuestra universidad funciona bien porque sus estudiantes, sus profesores, sus graduados y sus no docentes le ponen el cuerpo a la institución, la sienten propia y su compromiso es el que genera tanto éxitos y reconocimientos nacionales e internacionales. Su formación te prepara con un imperativo ético sobre tu rol como profesional. Ésta es una de los principios de la corriente de pensamiento reformista: una formación comprometida socialmente es parte de la excelencia académica.
En tercer lugar, la UBA es un lugar con mucha política. Muchas veces se señala esto como una crítica, pero justamente nos sirve para mostrar un modelo de hacer política muy diferente al preponderante. Tenemos la forma de gobierno más abierta y participativa que conozca cualquier centro educativo del mundo. Los estudiantes, graduados y profesores debaten y toman decisiones sobre las reglas que rigen todos los aspectos de la vida universitaria, desde los planes de estudio hasta las asignaciones presupuestarias.
Es un modelo porque, a pesar de la efervescencia participativa que genera esta forma de gobierno, el resultado es muy satisfactorio. Las decisiones cuentan con amplios consensos, y en su seno conviven personas con cosmovisiones partidarias, culturales y religiosas bien distintas pero que priorizan la casa en común que es nuestra universidad. Tenemos verdaderas políticas de estado que no enunciamos para las cámaras; funcionan todos los días en las aulas, los laboratorios, los centros de investigación, los hospitales y las políticas de extensión.
Por ser un modelo que contrasta tan fuerte con las formas de la decadencia argentina es difícil de encasillar y se la mira con desconfianza desde los sectores radicalizados del campo político. La UBA es perturbadora para quienes afirman que todo lo privado es siempre superior a lo estatal, por su éxito en todos los indicadores de calidad educativa internacional; e incómoda para los cruzados que sueñan con claustros monocolores porque les recuerda cuánto mejor es el pluralismo, la búsqueda de consensos y el abandono de los prejuicios ideológicos.
Por eso fue castigada una y otra vez en todos los regímenes autoritarios y tentada por gobiernos demagogos para ser utilizada, desnaturalizando su función crítica.
La Universidad de Buenos Aires ha sido y es la esperanza de progreso concreto que existe y persiste en una Argentina que se ha “des” desarrollado año tras año. Es un esfuerzo colectivo en donde coexisten masividad y calidad. Una universidad que tanto se preocupa por neutralizar las diferencias de los ingresantes con su CBC, así como también premia al esfuerzo y al conocimiento.
Pero la universidad es una educadora de tercer grado. Se nutre de la escuela secundaria, como ella se apoya en la escuela primaria. Y ellas reflejan, y últimamente, refuerzan una desigualdad que era para los argentinos algo desconocido.
Ya que tenemos el privilegio y el orgullo de festejar nuestro éxito, frente a esta tragedia también queremos comprometernos de lleno con todas nuestras capacidades y potencia a orientar a la Universidad de Buenos Aires a producir investigaciones e ideas para enfrentar y eliminar la pobreza, cosa que debería ser la política de Estado del país.
Mientras tanto, en cada estudiante que se esfuerza para alcanzar los parámetros de exigencia de nuestro cuerpo de profesores, en cada docente que busca nuevas alternativas para enseñar las últimas transformaciones de cada profesión, en cada nueva investigación que extiende las fronteras de conocimiento de la ciencia y en los miles de voluntarios y voluntarias que todos los días colaboran con la vacunación y el monitoreo de los casos de Covid, que salen a brindar atención odontológica gratuita a personas en situaciones de vulnerabilidad social y que reparten cientos de viandas comida para personas en situación de calle, la UBA se recrea.
Todos ellos hoy están de festejo, al igual que miles y miles de profesionales en Argentina y en el resto del mundo. Por eso festejamos. Habrá tantas celebraciones como personas pasaron por la UBA. Cada quien festejará por lo que logró y va a conseguir gracias a su formación, pero de algo estoy seguro: todos sabemos que parte de esta alegría es porque lo hicimos juntos.
* Diputado Nacional de la UCR, Profesor y Vicedecano FCE-UBA