Nos costó tanto llegar a lugares de poder, de derechos, de deseos, de realización, de exhibición, de diversión, exposición, de plenitud, de pasión. Nos costó tanto que ahora cuesta entender que la nueva meta es correrse para preservarse. Ya no es querer llegar, ya no es permanecer, ya no es ir por más, sino dar un paso al costado, respirar y autocuidarse.
En el deporte, en la política y en el espectáculo son muchas las mujeres que se suman al fenómeno de Simone Biles y eligen preservarse antes que consagrarse. Ya no son mujeres que corren con los lobos, ni que quieren ser las lobas, sino las que se corren de los lobos.
¿Es una vuelta atrás o una vuelta de tuerca para que el éxito no se convierta en una trampa o es una trampa para abandonar la carrera? No es una, son muchas las mujeres que están dejando de lado lo que consiguieron (o los medios para conseguirlo), corriéndose de donde llegaron y en vez de ir para adelante, deciden salirse, ir para atrás o dar un paso al costado. ¿Es una vuelta al closet? ¿O es un alivio de presiones?
Detrás de todo gran hombre no hay una gran mujer. Las mujeres ya no tienen que quedarse atrás y ser las forjadoras de grandes varones en lugares claros, expuestos, redituables y reconfortantes. Estar al lado es una apuesta equitativa de difícil resolución (y tampoco es que hay que estar cuidándose de dar ningún paso que se les adelante).
La igualdad real cuesta. Algunas pueden estar adelante, otras atrás y otras al lado. ¿Pero por qué ante el mayor avance de las mujeres el nuevo fenómeno es abandonar la carrera y correrse a un lado? La reacción histórica ante el avance de las mujeres no es -como hubiera sido esperable- ver cómo pueden llegar más lejos, cómo se logra seguir en la carrera o cómo se alienta a que sean más las que corran atrás de sus sueños.
¿Las mujeres se corren solas, por voluntad, limitaciones propias y autonomía de sus deseos o la crueldad de las redes, la presión por mostrar que son mejores que ninguna y las condiciones para ganar son tan crudas y hostiles que la deserción está mostrando que hay que cambiar las reglas para que el avance de las mujeres puedan seguir en juego?
El retroceso es un discurso de odio global, tan caro y tan complejo, que está logrando que sean muchas las que se vencen, no quieren pagar intereses tan caros sobre su salud física y mental y eligen dejar de mostrarse, soltar sus ambiciones y echarse a resguardo de una vida con menos exposición y menos agresión. El nuevo no es no es: “No puedo”; “No quiero”; “No sigo”.
¿Está mal correrse? No, para nada mal. Es bueno elegir las batallas y elegir no dar todas las batallas. Es bueno aceptar que no siempre se puede ganar, pero que tampoco siempre se puede pelear. Es bueno entender que vencer no tiene sentido si es a costa de perderse. Es bueno no alardear la gloria a un costo tan alto que los intereses salgan más caros que el saldo a ahorrar.
Es bueno entender que a veces hay que correrse, acompañar a las que se corren, no exigir que no se corran y saber dar un paso al costado para cuidar y cuidarse. La meta no está siempre adelante, sino que puede ser quedarse y no exigirse más o aceptar que hay precios que son demasiado caros como pagar con el cash del resto emocional.
Correrse es uno de los sinónimos latinos de orgasmo. Correrse es gozar, igual que acabar. Estar corridas no es estar acabadas. Se puede disfrutar, entonces, de correrse. Y bienvenido el goce de no tener que seguir, sino de gozar la llegada. A correrse se ha dicho, que ya no hace falta correr para demostrar nada.
El punto es hasta donde vamos a llegar corrida y si no hay que tener cuidado de la apología de la corrida. La corrida en Argentina suele maridarse con corrida bancaria o cambiaria para que ganen los especuladores con las devaluaciones tan autóctonas como el mate o el vino. Y, el punto, es que aceptar correrse, no devalue el valor del empoderamiento femenino y nos baje el precio al final del poroteo.
No hay que juzgar a ninguna que se corra (y a una tampoco), ni pedirle a ninguna mujer, lesbiana, no binarie o trans que aguante odio, violencia o agresiones con tal de llegar u ocupar algún lugar de poder (mediático, virtual, político, deportivo, cultural o social). Pero tampoco ser ingenuas en pensar que es un movimiento autónomo o espontáneo. No se corrieron solas, recibieron varios empujones para que lleguen a la puerta de salida.
El odio que despertó el despertar de las mujeres genera presiones, cargas y agresiones tan altas en todas las áreas que están provocando una deserción masiva de mujeres en los puestos que llegaron a ocupar o que aspiraban a lograr y que hoy se vuelven demasiado pesados.
La propuesta es que cada una haga lo que quiera y pueda, que ninguna se cargue ni que aguante lo que no quiera soportar. Pero que sí entendamos que esta corrida femenina no es porque sí, sino porque nos están diciendo que si queremos llegar al podio, tenemos que aceptar pasarla tan mal que el podio va a tener más espinas que plumas.
Y ahí es donde no acepto hacer oda -ni ola- de corrernos. Tenemos que cambiar las condiciones -o la letra chica- del camino a ser deportistas, periodistas, actrices, políticas, funcionarias, abogadas, docentes, escritoras o lo que sea que reluzca fuera de las cuatro paredes para que tener un letrero con nombre propio no salga tan caro y se pague con tanta angustia.
Los varones tienen que aceptar la llegada de las mujeres a lugares de poder (en su casa, en la cancha, en la oficina y en la televisión), bancarse la interpelación a sus privilegios y disfrutar del desafío de construir una nueva, placentera y democrática igualdad en momentos donde hasta las vacunas encuentran como combinarse mejor para potenciar la resistencia a un mundo que sin juntarnos ya no es viable.
Pero las mujeres también tenemos una misión. Deshacernos del machismo y no usar la excusa del debate para descuartizar a las otras, la palabra sororidad para convertirse en una neo inquisición sobre cada decisión de las que (¿a quién se le ocurrió?) si son mujeres y –vade retro- feministas tienen que dar explicaciones o ser juzgadas en un tribunal por cada botón que se desabrochan, operación que se realizan o trabajo que deciden llevar adelante.
Hay que cuidar a las otras (y no se trata de coincidir sino de no ser crueles con las demás) de no someterlas a más presión que las que implican sus propios desafíos, no fomentar los comentarios humillantes en redes sociales, no erosionar los lugares de poder de las mujeres con liderazgo, respetar formas de autoridad feminizadas y sostener a las que llegan para que puedan ser más las que quieran seguir llegando.
En la última toma del documental Becoming, estrenado en Netflix en mayo del 2020-, que muestra la gira de Michelle Obama, abogada y ex primera dama, por Estados Unidos, para presentar su libro “Mi historia”- se la ve desilusionada viajando en auto y sintiendo que la vida vale la pena más allá –mucho más allá- de la política.
Ella arenga para la ambición con un discurso, un porte y una historia que parecen un trampolín para cualquiera. “Me he sentado en las mesas más poderosas del mundo: en cumbres del G20, castillos, palacios. Y vengo desde lo alto de la montaña para decirle a cada joven pobre, de clase obrera, independientemente del color de su piel, al que le han dicho que no encaja, que no hagan caso. Ellos ni siquiera saben cómo llegaron hasta ahí”, dice en el documental.
Pero ella no quiso ser candidata a la presidencia. ¿Por qué tendría que quererlo? Y su legado es de fuerza individual para las niñas afroamericanas. Pero mostró que no solo todavía no hay una presidenta mujer en Estados Unidos, sino que, al menos ella, salió huyendo de la Casa Blanca.
“Nunca se va a presentar a la presidencia”, había anunciado su esposo, Barack Obama cuando las encuestas la aclamaban en octubre del 2016. El ex mandatario norteamericano reafirmó: “Es la persona más brillante y talentosa que te puedas encontrar, pero Michelle no tiene la paciencia ni la inclinación de convertirse en candidata”.
El problema es la paciencia y que cuando se ataca a una no se la ataca solo a esa, sino a todas las que no quieren estar en ese arco a donde solo van pelotazos en un partido donde no hay nadie más en la cancha y los goles no cuentan, sino son en contra. ¿Ella no quiso o las contraindicaicones desalientan el deseo de aspirar al poder?
El 4 de agosto Florencia Peña tuvo un pico de estress y se retiró a su casa a pesar de estar en los estudios de Telefe sin poder realizar su programa. Ella fue tildada de “petera presidencial” y estigmatizada por el diputado Fernando Iglesias y Waldo Wolff a raíz de su visita a la Quinta de Olivos para hablar de la situación de actrices y actores durante la cuarentena. “Todo tiene un costo emocional. No es gratis que te digan puta por todos lados”, contextualizó la periodista Nancy Pazos que comparte el programa “Flor de equipo”.
Ofelia Fernández fue un símbolo de la incidencia política de las más jóvenes en contra del acoso sexual de parte de docentes y preceptores a estudiantes secundarias y de la lucha por el aborto legal de la marea verde de jóvenes. Logró ser legisladora porteña y fue más atacada que ningún otro diputado/a o concejal en Argentina.
El costo de la violencia política contra Ofelia es uno de los procesos más dolorosos y reaccionarios de la política argentina. Las listas volvieron a estar confeccionadas -o armadas- por dirigentes con espalda y respaldos masculinos aunque se trate de puestos femeninos y las jóvenes casi no existen en las boletas electorales fueron al puesto 13 a ver si cae un número de casualidad que sortee el mito de la mala suerte.
El 3 de abril de este año Ofelia, de 21 años, tuvo que dejar Twitter porque no hay salud mental que pueda soportar el nivel de agresión contra la política más joven de Argentina. En una entrevista al diario español El País, en donde se destacaba su liderazgo, ella había dicho: “Twitter me gusta, podría ser mi red favorita porque ofrece una buena síntesis de lo cotidiano, pero cada vez que lo abro leo cosas horrorosas sobre mí”.
Ofelia no es la única. Menos de diez días después que ella la alcaldesa de Barcelona Ada Colau decidió dejar Twitter. La decisión fue con “carácter indefinido”. Los medios destacaron que sigue en Facebook e Instagram como si eso le diera menos peso a su decisión. Mantener alguna red no implica que renunciar a Twitter es un signo de corrida.
No es buena idea minimizarlo, sino espejar lo que realmente refleja: que muchas mujeres que lograron acceder a puestos públicos importantes hoy se ven sobrepasadas por las agresiones en las redes que ya no las impulsan, sino que las expulsan.
La alcaldesa criticó que Twitter (donde tenía 918.000 seguidores una cifra que no puede despreciar alguien que necesita hacer campaña y ser avalada por los votos) se llenó “de perfiles falsos y anónimos que intoxican e incitan al odio, muchos de ellos incluso comprados con dinero (bots) por la extrema derecha”. También objetó que le exijan que haya que opinar “de todo, todo el rato” (si hablas de tal tema porque no hablas de tal otro o que dijiste cuando paso tal otra cosa).
“A la política le sobra ruido, testosterona y proclamas de tuit fácil, y necesita más empatía, complejidad, escucha, pedagogía y matices”, aseguró. También enfatizó que Twitter “sobrerepresenta las polémicas y los discursos de odio, te acaba casi convenciendo de que la humanidad es mala, desconfiada, egoísta”.
La alcaldesa de Barcelona remató “Sin dramas ni victimismo, como una decisión muy racional. Para que el amor gane al odio, arrivederci Twitter”. ¿Tan importante es Twitter? Puede ser que no. Puede ser que sí. Pero en Twitter anunció, el 26 de Mayo pasado, la tenista Naomi Osaka (en ese momento N°2 en el ranking mundial), que no concedería conferencias de prensa en Roland Garros.
Ella tiró la primera pelota: “Siento muy a menudo que la gente no concede mucha importancia a la salud mental de los atletas y esto se hace visible cada vez que veo una rueda de prensa o asisto a una. A menudo nos sentamos y hay preguntas que nos han hecho múltiples veces anteriormente o nos hacen algunas que nos hacen dudar de nosotras mismas y simplemente no quiero someterme a gente que me genera dudas”, expresó.
Los organizadores de Roland Garros no fueron comprensivos, sino que la amenazaron con multarla con 15 mil dólares. “En París me estaba sintiendo vulnerable y ansiosa y pensé que el mejor ejercicio de autocuidado era evitar las ruedas de prensa”, explicó la jugadora. El punto del autocuidado es lo mejor que voleó Naomi, una activa defensora de las mujeres negras y del movimiento #BlackLivesMatter. Ella se ha mostrado con un tapabocas con el nombre de George Floyd quien fue asesinado por la policía y cuyo crimen desató una ola de protestas antirracistas en Estados Unidos.
Pero el torneo en vez de comprender que se corriera de las conferencias de prensa la puso entre la raqueta y la pared. Ella eligió irse. Autocuidado 1 - Presión 0. Pero también la organización es la que la saco de la cancha al no dejarla bajar de una actividad –dar conferencias de prensa- que la ponía ansiosa e insegura.
En ese sentido, la actitud de priorizar el autocuidado es valiosa. Pero también hay que resaltar que si las reglas no son más flexibles la expulsión de las mujeres es la única puerta que le queda a muchas , pero la salida de las competencias –sea cual sea- no debería ser la única salida. ¿Se pueden generar nuevas reglas para competir en el deporte y la política que no sean soportar o renunciar?
La presión por las conferencias de prensa es que hoy las redes amplifican los comentarios y los vuelven imposibles de esquivar. El ex jugador de tenis Alex Corretja comentó: “Hoy en día y con las redes sociales puedes sentir que todo el mundo está hablando de ti y eso puede ser muy estresante”.
En la historia no va a quedar la mezquindad de Roland Garros sino una posición que auguró un cambio de paradigma que llego mucho más lejos en los Juegos Olímpicos de Tokio. Naomi Osaka se convirtió en un símbolo mundial de la decisión de priorizar la salud mental. Por supuesto que muchos varones también deben y pueden hacerlo. Pero en las mujeres las agresiones, presiones y altas dosis de inseguridad inyectada desde el exterior no son neutrales, sino potenciadas por los estereotipos de género.
En su cuenta de Twitter ahora Naomi tiene un dibujo de ella y Simone Biles como dos nuevas chicas afro superpoderosas. Pero ser superpoderosas ahora no quiere decir blindadas sino capaces de aceptar su fragilidad y priorizar su salud mental a los premios, la prensa, la presión y la exposición.
“No somos solo atletas. Somos personas al fin y al cabo, y a veces hay que dar un paso atrás”, explicó la gimnasta estadounidense Simone Biles, de 24 años, al abandonar la arena de los Juegos Olímpicos de Tokio. Su paso atrás es bienvenido. Nadie tiene que ir hacía donde no quiera.
“Creo que la salud mental es más importante en los deportes en este momento. Tenemos que proteger nuestras mentes y nuestros cuerpos, y no solamente salir y hacer lo que el mundo quiere que hagamos”, enmarcó.
“La atleta de 24 años, siete veces campeona nacional, cinco veces campeona mundial, cuatro veces campeona olímpica, hackea la maquinaria del deporte de alto rendimiento. La estalla. Desde adentro, bien adentro. En uno de los núcleos duros de los Juegos Olímpicos: la gimnasia. Simone no aduce problemas físicos y se retira sin más, no se oculta, revela y habla frente a las cámaras. No es la primera vez que Simone hace un movimiento que rompe”, relatan las periodistas Anuka Fernández Fuks y Dafna Alfie en la nota “Gracias por fallar, Simone”, publicada en Latfem, el 29 de julio.
Simone no es solo un medallero, es un cuerpo expuesto a la lucha contra los abusos sexuales y el racismo. “Cuando se hicieron públicas las múltiples denuncias contra Larry Nassar, el médico de USA Gymnastics, la organización que presiden Bela y Martha Karoly, de la que ella es parte, Simone no tardó en hablar a través de sus redes sociales, apoyar a sus compañeras y reconocerse también como una sobreviviente de esos abusos. Y fue más allá: presionó para que se creara una comisión independiente donde las deportistas pudieran denunciar nuevos abusos y pidió por la implementación de protocolos en los gimnasios”, explicaron en Latfem.
Bienvenida la retirada, Simone. El problema es si quiere reconvertir su apuesta al autocuidado en una invitación a retroceder para otras mujeres. No es lo que ella hace. Sino lo que pueden querer hacer con lo que ella dice. Si Simone es parte activa del Me Too en el deporte decirles a todas –o no decir, sino distorsionar- el discurso de Simone es querer hacer pasar cuidado por retroceso.
Simone, de hecho, se retiró de salto olímpico y de otras tres finales. Pero volvió a competir en la barra el 3 de agosto y logró una medalla de bronce. “Ha sido una semana muy larga, han sido cinco años muy largos. No esperaba conseguir una medalla, sólo quería salir y hacerlo por mí”.
Por vos, por nosotras, por todas. Correrse es lo que hace bien. Pero no dejarnos correr por los que no soportan hasta donde hemos llegado. No se puede avanzar con viento en contra: con abusos, con violencias, con presiones que exceden la superación y la capacidad de resiliencia.
“La gente es muy cruel, y por más que ignore quiero cuidar mi salud mental por sobre todas las cosas”, escribió la nadadora Delfina Pignatiello para decidir irse a una edad -21 años- en donde el ritual indica que la mayoría de edad recién comienza. Delfina puso en modo privado su cuenta de Instagram, borró videos, comentarios y fotos de su cuenta complementaria, eliminó todos los videos de su canal de Youtube (de casi 73 mil suscriptores y un millón y medio de vistas).
Ella solo dejó un mensaje para sus fanáticos en su perfil de Twich: “Ya no hago más streams, gracias a los que me bancaron siempre”. La borrada es salud, pero también implica dejar ganancias, diversión, cariño, auspiciantes y resonancia pública. ¿Se tiene que exponer, quedar, aguantar? Por supuesto que no. Pero que los haters (odiadores) logran expulsarla tiene que resonar como un signo de alarma.
“Perdón, de corazón. Me encantaría seguir haciendo streams y seguir con el canal de Youtube, pero estoy en una situación que me sobrepasa. Me siento muy lastimada y necesito priorizar mi salud mental y bienestar. No sé qué pasará de acá en adelante, pero sepan que los voy a extrañar”, se despidió.
Y resaltó que “la gente es muy cruel”. En ese sentido, la consonancia de las palabras salud mental puede ser distorsionada –aún con buena fe- una cosa es el mundo propio –con sus temores, mordiscos y pozos de ánimo- y otra cosa es que la crueldad impuesta como regla en el mundo le tire palazos a las jóvenes y que la regla sea que ellas tienen que aguantar y que, si no aguantan, es un problema personal.
No. Es un problema público, político y social que se suponga que tengan que soportar la crueldad ajena por nadar, saltar, correr. Y no tienen que meter la cabeza debajo del agua para poder seguir abrazando sus metas. En ese sentido, la tenista Nadia Podoroska se solidarizó con Delfina y expresó: “Los mensajes de odio en las redes sociales causan mucho daño y no tienen ninguna justificación”.
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