El trueque

La muerte del peso y la necesidad de subsistir

María sabía que esa noche Juan llegaría bien tarde de su infructuosa búsqueda de trabajo. Ella había llorado todo el día, escondiéndose de sus hijos y de los espejos que le devolvían esa cara de acabada y profunda tristeza. Cierta misericordia había en esos espejos, ya que ellos también la evitaban en el andar a través de su pequeña casa, para no azotarle más aún su piel curtida por sus cansadas penas. Pero el coraje podía más que la aflicción y tenía claro que esa misma noche debería enfrentar a su compañero de camino y decirle la verdad. No había más plata para comprar comida alguna. Su pequeña alacena era un mar de vacío y su heladera tenía un vano doloroso enfriando la nada misma. Quizás ya sería momento de desconectarla. María esperó hasta tarde a Juan, con la lejana esperanza que la changa prometida se hubiera convertido en metálico.

No lejos de allí, gastando codos, apoyado sobre el mostrador del bar “El Triunfo”, Juan conversaba entre llantos con Pedro quién le tendía baratos vasos de vino, sin siquiera pensar en poder cobrarle. La fraternidad hace cómodos los largos silencios, cuando no hay nada que explicar ni argumentar. Ambos tenían la conexión del abatimiento y ambos sabían que esto ya no tenía salida. Pedro lo animó a volver a su casa con algún chiste menor sobre que ya era hora de cuidar a María, para evitar así, que algún señor barrial se la llevara a una casa con abundancia. Cosas de hombres. Juan enfiló con su sombra y desconsuelo hacia su casa y antes de entrar, plantó su soledad, su tiempo, su amor y su lloro frente a la puerta desgastada, vieja y hastiada de promesas de la pintura que nunca llegaba. Era momento de enfrentar a María y decirse la verdad. Solo esa puerta los separaba pero la comunión estaba en el tormento.

Tomás Ariel Bulat (1965-2015) no solo fue un excelente periodista si no sobre todo fue un docente y divulgador de la economía. Tenía la rara cualidad de explicar en simple lo que otros necesitaban farfullar en miles de palabras que nadie entendería. Bulat explicaba muy bien cuáles debían ser los requisitos de una moneda para ser considerada como tal. La primera condición era que sirva para transacciones y cambio: “Te doy $1.000 y vos me das un producto o un servicio contra ese importe, el cual lo consideras justo”. La segunda condición es que la moneda debe servir como referencia de valor: “¿Un departamento lo cotizás en pesos o en dólares?”. Y la tercera y definitiva condición es que sirva como base de ahorro: “La gente quiere ahorrar en pesos o en dólares? El querido y recordado Dr. Bulat concluía que el país ya no contaba con moneda pues ninguno de esos tres factores tenían certeza, dicho esto ¡en 2012! Esto es que la gente perdió la referencia de lo que vale cada cosa (típico de los países con sostenida inflación), a los bienes preciados se los cotiza en dólares y cuando tiene que ahorrar también lo hace en moneda fuerte, huyendo así de la moneda débil, o sea el peso. Conclusión, estamos ante la muerte del peso como moneda de referencia.

El ejercicio de escribir está precedido por la práctica de leer y estudiar y allí fui a sumergirme en Historia de la Economía para poder entender cuál fue el proceso de creación de las monedas para que a través de ellas, podamos hacer intercambio, generar ahorro o mantener valor. En mis lecturas descubro que el trueque era una práctica de un mundo sin moneda, en sociedades primitivas o en países con una caída brutal de la demanda del dinero local (¿quién quiere quedarse en pesos?). Resumiendo, el trueque es una práctica que nació por el neolítico (unos 10.000 años antes de Cristo), cuando comenzaba a vislumbrarse una sociedad productora de bienes del agro y las costumbres nómades se empezaban a abandonar. Obviamente quien tenía trigo necesitaba leche o quien tenía carnes necesitaba maderas para sus chozas. Al no existir moneda, la forma de intercambiar era la concurrencia a un espacio en el que distintos miembros de esa sociedad comenzaban a trocar sus bienes, con algún elemental sentido de la valorización. Los ermitaños funcionarios que nos mandan deberían entender que es aquí donde nace la regla acerca que quiénes más excedentes producen, más bienes tendrán para intercambiar. Poniendo frenos a la producción (o haciéndola no rentable), no se producen sobrantes y como consecuencia, no habrá intercambio posible para cuando busquemos bienes o servicios producidos en monedas fuertes. Es solo cuestión de estudiar un poco la historia de la humanidad.

El trueque explota en el país en la gran crisis del 2001, aunque en realidad ya pocos años antes (1998), en un lugar llamado “La Bernalesa”, se habían dado los primeros pasos cuyo origen verdadero fue en el neolítico descripto. Inevitablemente, en varios libros de economía que describen la Historia del Trueque, citan a nuestro país como un caso paradigmático por la potencia que tuvo esta triste y atrasada forma de subsistencia. Es lapidario a la vez, leer monografías de diversos autores del mundo, donde nos cuentan como nació el intercambio de bienes y por qué Argentina tuvo que usar esas herramientas. Se llega al trueque por los tres principios que el Dr. Bulat citó en el 2012, pero también por la caída de la producción, la baja de consumo, el aumento de la pobreza, la recesión y como consecuencia la baja del PBI.

En el 2001, el trueque estaba en su salsa. Cuando los cacerolazos fatigaban brazos, cuando los planes sociales ya no alcanzaban, cuando ya no había trabajo, fue cuando el pueblo tuvo la inventiva suficiente para generar mecanismos que le permitieran cuanto menos sobrevivir. El trueque más crecimiento tuvo cuando el circulante desaparecía, ya que nadie quería tener encima esos pesos. El boom del trueque argentino constituyó uno de los fenómenos “para–económicos” más grandes del mundo. Lector, estamos a poco tiempo de estar nuevamente en los diarios. Si usted ya no tiene o no quiere pesos o el mismo no es aceptado como moneda de cambio y necesita un par de anteojos para poder leer, deberá entregar su reloj. Quien tenga ese reloj podrá tener acceso a buenos alimentos y los que se hagan de relojes seguirán la cadena hasta el infinito. Un “Todo se transforma”, de Jorge Drexler, pero con música de pobreza y miseria. ¿Soy pesimista? Absolutamente, ya que en esa dirección vamos. Las empresas quebradas se transformarán en “cooperativas”, un eufemismo de una organización no formal pero que cuanto menos permite seguir dando trabajo. Otras serán estatizadas para caer en las porosas manos de los rufianes de siempre. Los micro emprendimientos serán alabados aunque fueran insignificantes y, claro está, no lo harán dentro de un marco impositivo. Hasta el cartoneo será ensalzado como un ejemplo de esfuerzo. Es entonces cuando vemos que la capacidad de resiliencia de una sociedad es admirable y demuestra que los que vienen de abajo pueden tener una enorme capacidad de movilización. Nunca descarte el poder del pueblo. Todo lo que describo, si bien pasó hace veinte años, me es muy claro que tiene vigencia absoluta. Tengo la certeza de que vamos hacia el final de un proceso donde la desaparición de la moneda es un hecho. Los capitanes del naufragio tienen ante sí la pesificación total (corralito o corralón) o la dolarización. En el medio podrán intentar con las cuasi monedas, pobres y artificiales papelitos variopintos, con los cuales las provincias podrían pagar sus salarios.

Juan traspuso la puerta para fundirse en un largo abrazo con María. No hizo falta decirse que no había traído ni un cobre partido al medio. Los unía el amor y el miedo. Era momento de decisiones y algo debían hacer. Los pibes hambreaban profundo al mismo tiempo que se ensimismaban cada vez más para no llevar más heridas a sus padres. María recordó esas zapatillas de tres tiras que le había comprado en una feria de cosas usadas (seguramente falsas) a su hijo mayor. Entró silenciosamente en su habitación y con el máximo sigilo y vergüenza se las sacó. Mañana las cambiaría por comida. Mañana sería otro día. Mañana serían más pobres.

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