La vida privada de Alberto Fernández

Dirigentes de la oposición más numerosa prefirieron volcarse a los comentarios procaces y le ofrecieron así al Gobierno una vía de escape para que el necesario debate sobre la conducta presidencial durante la cuarentena no ocupara el lugar central que merece

(Franco Fafasuli)

En 1998 un escándalo sacudió al mundo al conocerse que Bill Clinton, presidente de los Estados Unidos, de 49 años, había mantenido relaciones sexuales con Monica Lewinsky, una pasante de 22 que trabajaba en la Casa Blanca. El poderoso Partido Republicano impulsó un juicio político durante el cual se ventilaron detalles morbosos de aquella relación. La prensa reaccionó de manera voraz. Finalmente, Clinton –que en principio había negado los hechos-- debió admitir que todo era cierto cuando un estudio reveló que uno de los vestidos de Lewinsky conservaba una mancha de semen con su ADN. Sin embargo, Clinton sobrevivió en el cargo. Su matrimonio sigue hasta el día de hoy, y su mujer, Hillary, ocuparía cargos de altísima relevancia en los años posteriores al escándalo. Con el tiempo, el periodismo descubrió que la mayoría de los acusadores habían participado, a su vez, en relaciones sexuales muy controvertidas para quien las analice con una perspectiva conservadora o religiosa.

Las posiciones enfrentadas en aquel escándalo expresaban escalas de valores divergentes, más allá de los obvios intereses políticos. Del lado de los acusadores, se sostenía que la conducta sexual de una persona, y especialmente de una figura pública, debía estar guiada por principios muy precisos y castigada cuando se los transgredía. En algún lugar, la conducta sexual de un presidente se transformaba en una cuestión de Estado. Del lado de los defensores, se esgrimía un argumento muy preciado para el pensamiento occidental: la idea de que la vida sexual pertenece al ámbito privado y no debe ser juzgada por nadie, siempre y cuando se trate de sexo consensuado entre adultos. El problema para Clinton era que entre él y Lewinsky había una diferencia enorme de edad y de poder, y que ella se había quejado. Allí estaba el punto fuerte de la acusación.

En los últimos días, en la Argentina, se intentó reproducir un proceso similar. Repasar los hechos ayuda a entender lo sucedido. Todo empezó hace dos semanas, cuando una cuenta de Twitter reveló la lista de ingresos y egresos a la quinta de Olivos durante los meses más duros de la cuarentena. De esa información, surgía la sospecha de que el Presidente no había respetado la cuarentena que le había impuesto a la población. Para decirlo con más claridad, de esa lista surgen evidencias bastante concretas de que mientras la inmensa mayoría de la población tenía prohibido entrar a un cementerio para despedirse de sus familiares muertos, en la quinta de Olivos se celebró el cumpleaños de la Primera Dama y se realizaban, además, reuniones privadas que no encuadraban dentro de la actividad imprescindible que debe realizar un Presidente. Las explicaciones que ofrecía, y que ha ofrecido hasta el día de hoy, la Casa Rosada son tan frágiles como cuando aclararon que el procurador del Tesoro, Carlos Zanini, y su mujer, habían recibido vacunas porque eran “personal estratégico”.

Sin embargo, en cuestión de pocos días, se empezó a discutir otra cosa: la vida íntima del Presidente. En la misma cuenta de Twitter, se difundió la información de que Sofía Pachi, una de las asistentes a Olivos, había posado en una foto hot en la tapa de la Revista Hombre. El tweet reproducido miles de veces, incluso por periodistas de primera línea –”el escándalo es imparable”, sostenían--, no aclaraba que esa foto tenía una antigüedad de varios años.

En ese contexto, el diputado opositor Fernando Iglesias, que se convertiría en un protagonista central del episodio, twiteó: “Para mí, la señorita iba a ayudarlo a encontrar la perilla para encender la economía”. Otro diputado nacional, Waldo Wolf, le respondió: “Pero ella de rodillas, ¿no?” Iglesias no reprochó la acotación.

El supuesto escándalo creció cuando se supo que la actriz Florencia Peña había visitado al Presidente. A partir de allí, los temas de conversación (hashtag) fueron subiendo de tono. Durante varios días, twiteros de un claro perfil antikirchnerista lograron que #LapeteradelPresidente fuera lo más conversado en el país. Periodistas de primera línea, otra vez, difundían fotos sexies de Peña, otros hablaban de “escándalo sexual” o de “partuzagate”. Ya no se estaba discutiendo solamente la vida sexual del Presidente sino también la de una actriz muy popular.

Peña se quejó por el destrato, en medio de una crisis nerviosa que la obligó a faltar varios días a su programa de televisión. Las redes sociales ardían en su contra. Iglesias negó que aquel tweet original estuviera dirigido a Peña, algo en lo que tal vez tenía razón. Pero luego escaló. Cuando el 1° de agosto, el jefe de Gabinete sostuvo que todas las personas que habían ido a Olivos eran “personal de trabajo”, Iglesias buscó y publicó tres fotos en corpiño de Florencia Peña, Sofía Pachi y Ursula Vargues –otra ex modelo, conductora de radio, que había ido a Olivos—y se preguntó: “Personal de trabajo?” En ese clima, las respuestas fueron las previsibles: “Putas, meretrices, peteras”.

Iglesias no reaccionó ante esas agresiones. Al contrario: escaló nuevamente. Encontró declaraciones muy provocadoras de Florencia Peña, y las difundió en el contexto que se estaba viviendo, . Así, los twiteros que reproducían la consigna “La petera del Presidente” pudieron leer en la cuenta de uno de sus referentes que, tiempo atrás, Peña había dicho: “Yo no soy puta. Soy putísima”. Luego: “Soy petera”. Más adelante, Iglesias celebraba: “Rock fuerte en el puticlub. Jaja. Que fuerte lo del puticlub”, en el mismo momento en que se difundía un meme de la puerta de la Quinta de Olivos con un cartel que decía “puticlub”: el lugar donde van las putas.

Olivos era un prostíbulo.

Si era cierto, era un hecho grave.

Si no lo era, lo grave era que un diputado opositor ensuciara así a un gobierno elegido por el pueblo.

La actriz Florencia Peña y los diputados Fernando Iglesias y Waldo Wolff

Naturalmente, distintos sectores del movimiento feminista empezaron a reaccionar. Iglesias no frenaba. “Los escándalos sexuales en Olivos son de exclusividad peronista”. Y empezó a recibir apoyo. El ex ministro de Cultura Pablo Avelluto se solidarizó con Iglesias y con Wolf. Avelluto escribió: “La policía del lenguaje es uno de los mayores horrores del presente (sic). Sus patrullas exasperadas denunciando lo que dijo tal o cual en nombre de la moral y la corrección política son más caza de brujas que democracia”. El ex asesor presidencial, Alejandro Rozitchner: “Apoyo total y permanente a Fernando y agradecimiento por la constante luz que aporta (sic)”. “Un chiste idiota se convirtió en una cuestión para fusilarlos (sic)”, agregó Florencia Arietto. El ghostwriter de Mauricio Macri, Hernán Iglesias Illia, se sumó: “¿Cómo se convirtió Florencia Peña en protagonista mediática del caso? Lo decidió ella misma”. Luis Juez envió su solidaridad desde Córdoba. El sector liberal de Juntos por el Cambio apenas balbuceó algún reparo.

Todo terminó en un bochorno. Adrián Suar explicó que él había ido a Olivos a una reunión con el Presidente. “Lo que le hicieron a Florencia Peña no tiene justificación”. Marcelo Longobardi también contó que fue. “¿Puede un presidente quedarse encerrado durante una cuarentena sin recibir a nadie? Yo pienso que no”. El periodista Ceferino Reato sostuvo: “A Florencia Peña la atacaron los trolls macristas”. Luis Majul y Eduardo Feinmann le pidieron a Iglesias que explicara qué quiso decir con “escándalos sexuales”. Iglesias reconoció que sólo se apoyó en rumores, que no tenía ninguna evidencia. Iglesias sigue siendo el cuarto candidato a diputado nacional en la Capital Federal.

El episodio deja un sabor amargo. La agitación alrededor de la vida sexual de un Presidente, de una actriz o de cualquiera, es muy desagradable para cualquier persona respetuosa de la privacidad de las personas. La vida sexual de Alberto Fernández o de Florencia Peña sólo debería importarle a Alberto Fernández y a Florencia Peña. Si, además, las alusiones se apoyan sólo en rumores, es aun peor. El tratamiento como putas, meretrices o peteras contra mujeres es un espanto, mucho más cuando proviene de un dirigente político, que encima lo sugiere, estimula a que sus seguidores lo digan, no reprocha esa barbarie y después niega haber hecho lo que hizo. El liderazgo de Horacio Rodríguez Larreta, que aceptó incluir al dirigente en cuestión en sus listas, queda desdibujado. ¿Estaba de acuerdo con los insultos? Si no estaba de acuerdo ¿por qué no dijo nada?

Pero, además de todo eso, Iglesias, Wolf, Avelluto, Iglesias Illia, Arietto, Juez y—por omisión—el resto de los dirigentes de la oposición más numerosa, le ofrecieron al Gobierno una vía de escape para que el necesario debate sobre la conducta presidencial durante la cuarentena no ocupara el lugar central que merece. Prefirieron que se discutiera, primero, sobre la vida sexual del Presidente y de Florencia Peña y de Sofia Pacci y de otras mujeres, y luego sobre la misoginia y la complicidad con la misoginia. ¿En qué está la oposición?; es una buena pregunta luego de todo lo que pasó esta semana. ¿Qué métodos avala en la lucha política? ¿Cuáles son sus límites?

Hay otra pregunta: ¿qué ocurrió en la Quinta de Olivos en la noche del 14 de julio del 2020?

En esos días, los argentinos teníamos prohibido visitar a nuestros parientes que enfermaban o despedir a los que se morían.

Pero nueve personas entraron, según las planillas, a las 10 de la noche a la quinta presidencial y salieron a las 2 de la mañana.

Era el cumpleaños de la Primera Dama.

Esa pregunta no debería quedar sin respuesta.

SEGUIR LEYENDO: