Una rara coincidencia se produjo en estos días entre la inclusión en una lista de una politóloga cuyo único antecedente es haber negado la soberanía argentina sobre Malvinas y la encendida defensa de los “derechos” de los kelpers por parte de Beatriz Sarlo.
La ensayista había participado además en 2012 de una iniciativa de intelectuales “realistas” que se rinden ante la prepotencia de la ocupación y consideran más importante defender la voluntad de una población trasplantada con el respaldo de la fuerza que los derechos históricos de su país.
El documento, titulado “Malvinas, una visión alternativa”, estaba firmado, además de Beatriz Sarlo, por Daniel Sabsay, Jorge Lanata, Juan José Sebreli, Emilio de Ípola, Pepe Eliaschev, Rafael Filippelli, Roberto Gargarella, Fernando Iglesias, Santiago Kovadloff, Gustavo Noriega, Marcos Novaro, José Miguel Onaindia, Vicente Palermo, Eduardo Antin (Quintín), Luis Alberto Romero e Hilda Sabato.
Amén de criticar el “apoyo social” a la guerra de Malvinas, afirmaban que la causa tenía “escasa relación con los grandes problemas políticos, sociales y económicos” del país. Trataban de “víctimas directas” a los “conscriptos combatientes” y sugerían que, “en honor de los tratados de derechos humanos incorporados a la Constitución” argentina, “los habitantes de Malvinas” fuesen reconocidos como “sujetos de derecho”. “Respetar su modo de vida -decían- implica abdicar de la intención de imponerles una soberanía, una ciudadanía y un gobierno que no desean”.
Aseguraban también que la Historia no es “reversible”, por lo que es absurdo pretender “devolver las fronteras nacionales a una situación existente hace casi dos siglos”.
El argumento de los deseos o intereses de los kelpers, esgrimido por los ingleses, está lejos de ser una convicción del Reino. Es una coartada para encubrir que sus pretensiones sobre las islas están flojas de papeles.
La mejor prueba de ello es que Londres jamás les dio voz ni voto hasta la posguerra de Malvinas. Recién entonces, cuando la cuestión cobró más notoriedad internacional y se hizo evidente que la ocupación británica tuvo su origen en una usurpación lisa y llana, se acordaron de la población local a la que hasta ese momento habían despreciado.
Los antecedentes ingleses tampoco contribuyen a dar credibilidad al argumento de la autodeterminación de los kelpers.
Baste recordar el caso de la isla Diego García, en el Océano Índico, que los ingleses también ocupan ilegítimamente ya que pertenece en realidad a la República de Mauricio. A finales de los años 60, Londres decidió alquilar la isla a los estadounidenses para la instalación de una base militar. Con ese fin, no dudó un minuto en expulsar a toda la población civil -autóctona, a diferencia de la de Malvinas-, que fue desterrada a Mauricio y a Seychelles. Unos 2000 individuos, población similar a la de Malvinas, fueron expulsados con métodos que más tarde la misma justicia del Reino Unido declaró ilegales. Pero la Corona no se molestó en dar marcha atrás. En concreto, no actuaron según los deseos de los habitantes como ingenuamente creen estos intelectuales que lo hacen ahora en Malvinas.
Por si no bastara, en febrero de 2019, la Corte Internacional de Justicia dictaminó que Inglaterra debía descolonizar el archipiélago de Chagos al que pertenece la isla Diego García. Como con Malvinas, los ingleses desconocieron el fallo y, por ende, el derecho internacional.
Pese a ello, en 2012, el entonces premier David Cameron destacaba el referéndum de los kelpers sobre la autodeterminación -otra argucia británica- como “muy importante, porque Argentina trata continuamente de ocultar este argumento y pretende que las opiniones de los isleños no importan; espero que hablen fuerte y claro y que Argentina escuche”.
Si los deseos de los kelpers fuesen contrarios a los de Inglaterra, ¿ésta los escucharía? Los ingleses sólo se plegaron a los reclamos cuando no les quedó más remedio -como en todo el proceso de descolonización de la posguerra- o cuando les era funcional, como en Hong Kong, de donde retirarse era lo más conveniente para sus intereses permanentes, que defienden con un tesón que sí deberían imitar los intelectuales argentinos. Y los políticos.
Los deseos de los kelpers que, con ingenuidad o con mala intención, defienden Sarlo y compañía no son más que la estratagema de un Estado que sabe muy bien que en el plano de la historia, la diplomacia o la política no lo asiste la razón.
En el año 1771, un pacto secreto entre Londres y Madrid contenía el reconocimiento por parte de los británicos de los derechos españoles. Así lo reveló el jurista estadounidense Julius Goebel, que afirma que a partir de ese momento “los españoles ejercieron la más absoluta soberanía sobre todo el grupo de las islas” e incluso sobre “los mares adyacentes”. “No parece que estos actos hayan encontrado resistencia alguna -agrega-. Los británicos los aceptaron, y mediante la convención de Nootka Sound les dieron su consentimiento formal al reconocer el status quo existente...”
Por otra parte, ellos mismos admitieron que la posterior ocupación de Malvinas en 1833 fue un acto de piratería, un hecho de fuerza, un arrebato, al amparo de la correlación de fuerzas totalmente favorable al Imperio más poderoso frente a una colonia de reciente emancipación que no contaba con una Marina permanente.
En el libro Malvinas 1833. Antes y después de la agresión inglesa, el historiador Arnoldo Canclini cita al Times de Londres del 23 de abril de 1833 que calificaba de giro “inesperado” a la toma de las islas en enero de ese año y consignaba que “las circunstancias, de las que no se ha dado noticia o explicación previa, parecen haber causado un sentimiento muy airado en Buenos Aires”.
Canclini también recuerda que, en su paso por el archipiélago, un joven Charles Darwin, pasajero de la nave Beagle de Robert Fitz Roy, escribió: “Para nuestra sorpresa, encontramos izada la bandera inglesa. Supongo que la ocupación de este lugar apenas si ha sido informada en los diarios ingleses, pero hemos oído que toda la parte austral de América está en fermento por ello. Según el terrible lenguaje de Buenos Aires, uno podría suponer que esta gran república ¡pretende declarar la guerra a Inglaterra!”
En 1829, un informe de William Langdon recomendaba al Almirantazgo ocupar Malvinas por motivos geoestratégicos; dato del que deberían notificarse los 17 intelectuales que hablan de la “escasa relación con los grandes problemas políticos” del país.
Es inevitable no observar que, en simultáneo con su salida de la Unión Europea, en cuyos estatutos había obligado a incluir a las islas Malvinas como británicas, el Reino Unido incrementó su presión sobre los anglófilos locales para llevarlos a desconocer -vía subterfugios de supuesta elegancia como la autodeterminación de los pueblos- las razones históricas por las cuales las Malvinas son reconocidas como argentinas y por las cuales Naciones Unidas insta constantemente al Reino Unido a negociar con nuestro país, cosa que Londres se niega sistemáticamente a hacer como se niega a descolonizar otros territorios que ocupa por la fuerza, tal lo explicado.
La salida de Gran Bretaña de la UE debilita su posición respecto de las islas, por eso no sorprende que promuevan operaciones mediáticas para sustentar sus pretensiones. Lo que sí sorprende es que personalidades de nuestra cultura caigan en estas actitudes impensables, por el dolor, el patriotismo, el sacrificio y la entrega omnipresentes en los veteranos de Malvinas -esas “víctimas directas” por las que dicen conmoverse- y en todos los argentinos que sintieron que en aquel momento histórico era su deber defender a la Patria.
Ver que personajes que se auto candidatean hasta para presidir el país paradójicamente niegan su soberanía al sugerir que por una vacuna regalemos las islas o promueven candidaturas de personas que desconocen los fundamentos históricos del reclamo argentino hace imposible no pensar que hay dirigentes nativos que responden a usinas transnacionales que los promueven como aspirantes a las máximas responsabilidades públicas enarbolando como plataforma la negación de las potestades del país al cual quieren representar.
Es el mismo espíritu de los intelectuales que firmaron el documento de 2012 y de los políticos que protagonizaron un desfile interminable por la embajada británica para festejar el cumpleaños de la Reina o simplemente para fotografiarse con el -hasta junio pasado- embajador tuitero de Gran Bretaña, Mark Kent, y festejarle los chistes.
Otro elemento que debilita la posición de Inglaterra es la posibilidad, nada remota, de que Escocia se separe del Reino Unido. En 2014, el separatismo escocés perdió por poco un plebiscito sobre la independencia de Escocia; la perspectiva de una secesión del Reino formado en 1707, sigue latente. Y esto es relevante porque a la usurpación de Malvinas, le siguió su ocupación mediante la instalación en las islas de colonos escoceses. Lo que, en caso de una secesión podría habilitar una negociación paralela con Escocia por las islas.
Por otra parte, quienes afirman que la Argentina no existía en 1833 porque aún no tenía Constitución, además de un estrecho legalismo en la visión de la historia, olvidan que la Argentina se empezó a construir como un país independiente a partir del rechazo a dos invasiones británicas, en 1806 y 1807.
Los ingleses, para quienes -reversionando a Clausewitz- la política es la continuación de la guerra por otros medios, aun habiendo conseguido mantener su dominio sobre las islas por superioridad bélica, buscan igualmente instituir esa victoria física en el plano cultural. Lo que pone en evidencia que mantienen una vocación imperial.
Del otro lado, se necesita una dirección con una autonomía de la conciencia ético-moral y de patriotas que junto con repudiar por antecedentes fundados en hechos históricos universalmente conocidos que las Malvinas son argentinas, rechacen otros avances de las usinas culturales transnacionales que así como apuntan a desmalvinizar a los argentinos también buscan por vía del lenguaje inclusivo y el aborto la desnaturalización del ser humano.
Los que promovieron darle legalidad al matar argentinos por nacer, en un país con 44 millones de habitantes y casi 4 millones de kilómetros cuadrados de superficie, para provocar un invierno demográfico funcional a los intereses de otros, en un contexto de competencia mundial entre las potencias, son los mismos que con ingenuidad o por vaya uno a saber qué mandato afirman que la ocupación de Malvinas por una potencia extranjera tiene “escasa relación con los grandes problemas políticos, sociales y económicos”.
Ya que las islas tienen tan poca importancia como señalan los voceros espontáneos del Reino Unido, sería bueno que Londres explique por qué no las devuelve, cuando es evidente que su ocupación es clave para las pretensiones que tienen sobre la Antártida que de otro modo no tendrían el más mínimo sustento.
Desde el Centro de Ex combatientes de La Plata (Cecim) tildaron de “barbaridad” los dichos de Sarlo, lo que no deja de ser una pose por parte de los mismos que, por boca de uno de sus directivos, Ernesto Alonso, afirmaron que “para abordar la cuestión Malvinas desde la educación [es] importante (...) deconstruir los estereotipos del ‘Héroe’ fundados en la lógica del patriarcado, dentro de un pacto extremadamente machista…” Alonso y el Cecim fueron los eternos favoritos del kirchnerismo que al primero lo destacó en 2012 nombrándolo presidente de la Comisión Nacional de ex combatientes de Malvinas, dependiente del Ministerio del Interior.
Cuando por esa misma época le señalaron a Fernando Iglesias, partidario de entregar las Malvinas a los kelpers, que el planteo del documento que había firmado era contradictorio con una cláusula de la Constitución Nacional, el actual diputado y candidato a seguir siéndolo por Juntos por el Cambio respondió que “inconstitucional es esa cláusula”.
Con postulantes como estos, con pensadores como aquellos 17 y con el énfasis que vienen poniendo los sucesivos oficialismos en desmontar toda política de defensa y en destruir el aparato militar -que debiera garantizar nuestra integridad territorial-, la Argentina está tan inerme físicamente que la última frontera que le queda es la cultural.
En este momento hasta el sistema de poder mundial la ve tan indefensa en lo material que la ataca en lo cultural, porque -reitero- aun para el imperio la política es la continuación de la guerra por otros medios. Ningún argentino de bien debe rendirse ante esta ofensiva cultural.
Desconocer Malvinas es matar dos veces a los que dieron su vida por defenderlas. No importan las razones de la dictadura pues cuando suena el primer tiro somos ante todo argentinos.
Habría que revisar las plataformas de los aspirantes a candidatos, para ver si el repentino ardor por defender a los kelpers y el desprecio por los derechos soberanos de la Argentina constituyen el programa que quieren promover desde las bancas.
Canclini escribió que Malvinas es “la única deuda internacional que los argentinos no han perdonado”. ¿Puede ser casual que se ataque la única causa que despierta nuestra unanimidad como Nación?
No lo creo.
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