Es muy fácil comprar un título de secundario falso en la provincia de Buenos Aires. Lo comprobamos días atrás en una investigación de Telefé Noticias. Y resulta menos impactante la falsificación que su objeto. ¿Qué está pasando para que el título de secundaria obligatoria por ley sea un objeto de duplicaciones infieles? ¿Quién y para qué puede estar con necesidad de un título secundario apócrifo?
No se supone detrás de este fraude otra cosa que un adulto joven que quiere conseguir trabajo y requiere del insumo básico cualquier requerimiento laboral. Que en muchos casos ni siquiera es suficiente. ¿Por qué ese chico no estudió, si por ley eso debió estar garantizado? Y aquí queda al descubierto la tragedia que arroja un número de la realidad. Aunque la secundaria sea obligatoria, ya desde antes de la pandemia solo se recibía el 50 por ciento de los estudiantes en la provincia de Buenos Aires.
Sin educación mínima indispensable, la vulnerabilidad de los menores que en un escandaloso 60% viven en familias pobres, se proyecta directamente a su adultez. En estos días distintas empresas manifestaron sus inconvenientes para encontrar empleados mientras vemos a veces filas interminables por un puesto simple de trabajo en algún restaurante del conurbano. Por qué esos chicos no tienen las herramientas para empleos disponibles en el mercado. ¿Se piensa en cómo llegan esos chicos a la adultez? La asistencia social sin educación no hace adultos autónomos. Los lanza, por lo contrario, a un destino de dependencia donde será un paria de la superación.
Una de las palabras preferidas del discurso político es “inclusión”. Educar es la única forma de incluir realmente. Nadie puede siquiera soñar con una oportunidad si no está parado al menos en la línea de salida para aspirar a poder realizar una tarea por elección y en forma plena que lo lleve a progresar en la vida. Argentina era esta noción de llegar a algún lado porque se estudiaba. A cada chico que no completa el secundario se le roba directamente el futuro. Se le reducen sus posibilidades de crecimiento personal, o se lo lanza al delito o se lo condena a la desesperación. ¿Qué es el Estado presente si no está presente en esto?
No es casualidad que los jóvenes sean los más afectados por la desocupación que escala a 17% en varones y a 25% en mujeres de entre 18 y 30 años. No solo enfrentan la escasez de empleo, sino también las demandas de la nueva economía. Las políticas en Argentina parecen haberse quedado mentalmente en la era industrial. Como si no hubieran existido los saltos tecnológicos más espectaculares de la historia. Como si un país pudiera crecer sin desarrollar sectores competitivos. Los que lo son, lo son a pesar del gobierno que es pronto para gravarlos con impuestos, pero no para estimular su creación.
Elegir a Mercado Libre como enemigo, siendo una compañía argentina que además es una de las mejor valuadas en Latinoamérica, es uno de los ejemplos de este desquicio. La mentalidad cangrejo que domina las elites de gobierno y también una parte del status quo productivo deja al país varado en el pasado y mientras sentencia a los jóvenes de menores recursos expulsa a los que se reciben a intentar suerte en el exterior.
Lamentablemente, “las entradas de IED, o Inversión Extranjera Directa, en la Argentina también sufrieron las consecuencias negativas de la crisis originada por la pandemia y totalizaron solo 4.019 millones de dólares en 2020, cifra un 39,7% inferior a la de 2019”, según datos de la Cepal.
Supongamos que lográramos el círculo virtuoso que permitiera nuevas inversiones extranjeras. ¿Encontrarían empleados capacitados para sus requerimientos? Porque para crecer necesitamos inversiones, pero también un mercado laboral capaz de responder.
Cuando un gobierno tiene decisión de llevar adelante una reforma, al menos se nota. Como son notorios los esfuerzos de la actual gestión para reformar la justicia, son casi inexistentes las señales para lograr un clima de negocios amigable a la inversión y mucho menos el entusiasmo por formar a los jóvenes para un país abierto y moderno.
Por lo contrario, la pandemia dejó en evidencia que la educación fue botín de la puja política y los estudiantes de todos los niveles pagarán las consecuencias. Es muy difícil de estipular el costo de la interrupción en la normal enseñanza que ya venía más que golpeada, contrariando incluso los diagnósticos y recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud o Unicef acerca de la importancia de mantener las aulas abiertas. Fueron los padres, que sí son conscientes del daño irreparable que implica no tener clases para el futuro de sus hijos, los que se movilizaron incansablemente hasta lograr respuestas. Y esa es una gran reserva moral que aún guarda nuestra sociedad: la certeza de que el camino que iguala y da oportunidades reales es la educación. Y es un camino aún más urgente para los menores que viven en la pobreza. La advertencia de varias empresas sobre la dificultad para dar con empleados calificados es una señal de alarma que debe despertarnos.
En tiempos de descreimiento, de desesperanza e incertidumbre, parafraseando alguna frase histórica, al menos en lo político, la educación es el único dios decente al que deberíamos rendir culto en este lío.
* Editorial de Cristina Pérez en “Confesiones en la noche” - Radio Mitre
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