Este martes falleció un familiar por COVID. Pero el sonido de mi celular no tenía que ver con ese duelo que pedía parar el tiempo sino con otro que inició el lunes a la tarde en la escena pública: las expresiones cargadas de misoginia -violencia verbal y simbólica- de mi compañero de lista, el diputado Fernando Iglesias hacia la actriz Florencia Peña, por sus visitas a la quinta de Olivos.
En redes y medios el debate escalaba. Magnitud e intensidad. Y esa velocidad era inversamente proporcional a los repudios que se iban omitiendo. El problema: no era sólo un repudio contra la misoginia y punto. Eran tres. Contra la arbitrariedad, el privilegio -que informaban las visitas- y la misoginia. En ese orden; en esa secuencia. Si hay un principio que define el feminismo es la lucha a favor de la igualdad. Todos -sin excepción- son iguales ante la ley. Ciudadanía sin discriminación ni formas de violencia, es decir, en democracia no hay coronita. Al final del día, el repudio a la misoginia se impuso sobre los otros dos. ¿Ganamos?
Nada sobre la “arbitrariedad” de administrar libertades selectivas para unos y libertades suspendidas para otros: el cumpleaños de la primera dama vs. el adolescente de 13 años detenido en una comisaría común por ir a comprar pan en bicicleta fuera del horario del “toque de queda”, por mencionar sólo un ejemplo, ni siquiera el más doloroso durante los primeros meses de la pandemia en 2020. Nada sobre el “privilegio” de administrar influencia personalizada y directa para unos vs. esperas colectivas para otros: actores, actrices y empresarios del espectáculo vs. jardines maternales, salones, eventos y comerciantes, etc. La entrada VIP de los actores y actrices para quienes sufrieron no ser escuchados remite a las vacunas, listas que se informan y listas que se omiten.
Un repudio. Contra la misoginia. El más visible, ¿el más violento? ¿No es, acaso, muy violento usar violencias selectivas -la reacción desmedida e intencionada del diputado Iglesias con Florencia Pena- para silenciar violencias estructurales que duelen más pero molestan? ¿Cuál es la pedagogía de un feminismo que sostiene su repudio sobre arbitrariedades y privilegios que por omisión se legitiman? ¿Ninguna disculpa, ninguna explicación? Del otro lado del espejo también hay mujeres víctimas. No hay violencias que valen más y otras menos sólo porque haya voces más potentes para decirlo en redes y medios.
Impotencia y bronca. En marzo de 2020 presentamos un proyecto solicitando al Ejecutivo que reglamente la Ley 27.533 sobre violencia de género en política, sancionada en noviembre de 2019. Aún espera. Sin reglamentación una ley es un deseo, no una regla. Sin reglamentación no se aplica ni a nivel nacional, ni en las provincias. ¿Deseamos las mujeres feministas en política, con la misma intensidad, tener esa ley para poder actuar? Es obvio que no. ¿Cuántas mujeres fueron víctimas del poder en Santiago del Estero, Tucumán, San Luis, etc. tienen la voz potente de Florencia? Ninguna. Pero sobran nombres propios de víctimas mujeres que mendigan voz en el Congreso y el poder las silencia. ¿Valen menos? ¿Cuándo es que se rompió la acción colectiva en el movimiento feminista y se delegó en el poder de turno administrar los repudios? Recuerdo a las mujeres indígenas en Formosa. Su orfandad, fragilidad y vulnerabilidad. Ni el derecho a la duda lograron. El gobernador Gildo Insfran viajó al acto para estar el día en que se lanzó el Consejo Federal contra la violencia de género y no fue ni siquiera interpelado por el caso de aquellas mujeres. ¿Valen menos que la voz potente de una actriz? Es obvio que no, pero si el feminismo es selectivo les dice que sí.
Repudio que los repudios a la violación de los Derechos Humanos y de las mujeres en Argentina durante todo 2020 hayan sido administrados por el poder. Los Derechos Humanos y los derechos de las mujeres no le pertenecen a ningún gobierno. Si se rompe la regla, se pierde la brújula. La arbitrariedad de las excepciones debilitan, confunden y lo que creemos es una pedagogía colectiva termina comunicando un privilegio de élite. Lo potente de NiUnaMenos en 2015 es que hizo del feminismo, esa palabra difícil para miles de mujeres en el país, un movimiento, una herramienta social para peticionar frente al poder. Tal vez si mi familiar no hubiese fallecido el martes. Si no hubiese sentido la necesidad de detener el tiempo para tocar por última vez su mano, hubiese adherido rápido a ese repudio selectivo. Hubiese avalado un mensaje incompleto, pero sobre todo un feminismo elitista y sesgado que no es el que quiero defender, ni construir y representar en el país.
SEGUIR LEYENDO: