Agárrense de las manos

Una caterva de funcionarios luchando por seguir dentro de la cacerola

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Afuera, en el raso, el común gastaba vida y lo poco o nada de los mangos habidos. Los días le eran interminables, tratando siempre de eludir pillajes callejeros y diversas fechorías en colectivos y trenes. Es tiempo de pobres contra pobres. El hombre de la calle, diría Jaime Roos, siempre está atravesando temporales y encorvado debe caminar para poder hacer frente a todo lo que le tiren. No tiene privilegios, no se le perdonan ni firmes condenas ni tontas multas de ignotos y lejanos semáforos. Más le vale andar munido de los certificados sanitarios de ocasión y haberse guardado en decretadas cuarentenas de distancia y ostracismo, dictadas por aquellos que no se guardan, ni se esconden y que por el contrario se pavonean barbijos mediante, fotografiados en verdes jardines y con alejamiento para la ocasión. El hombre de a pie tiene placeres chiquitos, felicidades menores y seguramente circunscriptos a familia y amigos, los cuales, a su vez, también viven navegando entre grises desencantos y dolorosas frustraciones. Todos juntos en un mar de chascos y decepciones. El enojo y la rebeldía se le va apagando ya sea por ignorancia, abatimiento o por entender que poco o nada puede hacer para provocar revoluciones. Nunca fue de gritar hastíos y golpear mesas con puño cerrado. Se forjó en la aceptación o en el inútil y sordo declame en ruedas de compañeros. Siente el pesimismo en las tripas y nadie le leyó o le contó de las encuestas de IDEA donde el empresariado cree que las “cosas irán de mal en peor”. Si tiene trabajo, con poca visión, se aferra al puesto, soñando en la eventual indemnización (sea doble o lo que fuera) dando por sentado que su crecimiento solo puede venir por esos pesos más, que le podría sacar a su empleador. Nunca pensó que el mejor aumento pasaría por la movilidad laboral, fruto de más estudio y más trabajo, lo cual en otros tiempos y lugares le llamábamos “progreso”. Pero él no es culpable, ya que le enseñaron y solo aprendió que la única forma de sobrevivir es el rebusque. Él es un engranaje más, de una sociedad montada en base al escudriñe y al hurgueteo. De la misma forma en que ninguno de esos señores empoderados y apoltronados se animaron a trazar planes para el país, menos se lo podríamos pedir a Juan Sin Nombre.

Del otro lado de la valla, a pocos metros de distancia, pero con infinitas diferencias sobre la concepción del esfuerzo, está la rosca de los reyes que no quieren sacar los pies del plato ni por un segundo. Algo de sabrosa debe tener esa rosca para que los que están en ella nunca quieran salirse. Allí habitan los inventores de esos maravillosos lenguajes que modifican elípticamente la realidad que se nos impone en la jeta. Llámese “barrio popular” a la vieja y conocida “villa miseria”. Dícese “yo tengo una mirada”, en reemplazo de “no estoy tan seguro y no me la quiero jugar”. Arguméntese “el plan se hace día a día”, en lugar de “no tenemos ni idea en como zafar de este embrollo”. Es una berreta oratoria panegírica de los sin sentidos. Inmortalizados por el Nano Serrat en “Algo Personal”, lucen como “cachorros de buenas personas” y engañan a los de abajo con diatribas, metiendo siempre miedo y palo para mantener a raya a los alborotadores que pudieran aparecer. Allí van, “rodeados de protocolo, comitiva y seguridad”, con otros vulgares privilegios solo guardados para ellos, los señores de la burocracia. Tan cebados están, que el nepotismo es su forma de actuar, guarecerse y perpetrarse. Sus familiares, amigos y los supuestamente leales (no a una idea, sino al mango) son nombrados sin importar el mérito tenido para alcanzarlo. A manera de escudo de Kryptonita extienden su brazo y ponen sus dedos en señal de Victoria, como única manera de mostrarse que son parte de la misma comarca. Los une la nada misma, el vacío es su contenido y los fueros son su continente. Pero siempre se olvidarán de portar banderas o escarapelas cuando la Patria lo requiere. Solo sus dedos en “V”. Los señores de la cacerola jamás aceptarán el progreso por el merecimiento y la virtud, ya que consideran a la meritocracia como una especie de darwinismo social, donde solo avanzarían los más aptos. Aterrorizados por perder sus espacios de poder, fácilmente inventan que toda persona tiene derecho al acceso a cualquier función, poseer el cacho de tierra soñado o recibir dádivas pero nominadas con siglas creativas e indulgentes. Aunque claro está, para siempre se les deberá rendir pleitesía y aceptar sus explícitos requerimientos.

El ejercicio de pensar y escribir va de la mano con leer, aprender y dudar. Fue en Atenas, unos 600 años A.C, en que bajo la tiranía de Pisístrato nacía el nepotismo, ya que era la única forma en la que este muchacho podía tener bien corto de rienda a su pueblo. En la Edad Media, la Iglesia no se quedaba atrás y varios Papas y Obispos criaban a sus hijos naturales como “sobrinos” para luego así poder tener las manos libres y ungirlos con preferencia (léase la atrapante historia de los Cardenales Nepotes). De esa manera, la Iglesia se aseguraba el poder entre sus conchabados adláteres. Pregúntese por un segundo, casi es mandatorio que lo haga, si todos los que están en la repartija pública no son los mismos desde hace casi tres o cuatro décadas para acá. Cambiando sutilmente de bandos, sin sonrojarse por sus nuevos discursos o incluso pegándose a anteriores enemigos, allí van como jauría, que no es otra cosa que un conjunto de perros que generalmente se alinean detrás de uno o pocos mandamases.

Separo de este pensamiento al empleado público abatido por sus penurias y que por incapacidad o desdén no puede cambiar de trabajo. Hablo de los enquistados y de los perpetrados. Si bien los empleados públicos son millones, comenzaría ocupándome por los miles de engrampados que jamás han intentado mandar un currículum a una empresa, tener aunque sea un emprendimiento o ejercer profesión, diploma mediante de abogado o contador. Si nunca ha tenido la obligación de pagar algunos de los ciento setenta impuestos existentes, jamás podrá tener la sensibilidad de lo que significa estar fuera de la cacerola. Triste espectáculo presentan en sus recitales a los calmos y cansinos asistentes, dándose incluso la chance de cambiar ya no solo de jurisdicciones y domicilios sino también de partidos. Más nunca dejar sus chóferes y rebusques. Ya que estamos de Tributos a Cantantes, el eterno “Puma” Rodríguez cantaba: “Agárrense de las manos; Unos a otros conmigo; Agárrense de las manos; Si ya encontraron su amigo; Juntos podemos llegar…”. Si hasta los de “Juntemos por el Cambio” perdieron infructuosamente días enteros para escribir un “Manual de No Agresión” (le ruego que me crea), en lugar de pensar un “Plan Estratégico Argentina 2050”. A esta altura, ¿alguien puede ayudarme en saber de dónde descargo las Plataformas y Propuestas de cada uno de los candidatos?

No tengo dudas que hoy Argentina ya es un Estado fallido, entendiendo por el mismo a un Estado que es incapaz de suministrar servicios básicos, que tiene erosionada la autoridad, inexistente justicia y manifiesta extrema torpeza para interactuar con otros países y poder ser así, miembro pleno y activo de una comunidad internacional. Argentina está totalmente rota. Y tan desastrada está, que literalmente hay que hacerla desde cero. Nos quedamos con el sueño perimido de ser “el granero del mundo”, cuando ya el planeta entero pide “chips, computadoras y talentos científicos”. No estamos en la página del progreso, de la ética y de la construcción de los valores universales que mueven hacia delante a las sociedades modernas. Solo nos queda una salida y seré provocador como siempre: que venga la revolución de las ideas nuevas y que sean arrojadas como piedras por laterales bisoños. Es la hora de los jóvenes. Necesitamos convicciones y pensamientos distintos para que hagan volar por los aires a los amarrados al poder en los últimos decenios. Ya basta. Juan sin Nombre y todos los de atrás, vienen a paso lento, pero vienen.

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