El Rabi Behaya ibn Pakuda fue un poeta, un místico. Se conocen pocos detalles de la vida del sabio sefaradí que vivió hace 1000 años en Zaragoza. En su libro “Los Deberes del Corazón” nos enseña: “No hay una sola persona viva que no haya recibido regalos. Al menos los regalos de la vida y la esperanza. Pero solemos sufrir de un tipo extraño de ceguera que nos impide apreciar lo que tenemos”.
La ceguera espiritual no nos permite disfrutar la abundancia de lo que tenemos, relegándonos a una vida llena de vacíos. Un tipo extraño de ceguera que nos encuentra corriendo hacia la eterna búsqueda de obtener lo eventualmente innecesario, mientras desaprovechamos lo imprescindible. Una que nos empuja a sentimientos de constante insatisfacción, perdiendo la capacidad de abrazar las bendiciones que tenemos, pero que no vemos.
El primer Tratado de todo el Talmud es el Tratado de las Bendiciones (Masejet Brajot). Allí los sabios han desarrollado un universo de poesías para bendecir y agradecer cada cosa que nos rodea. No sólo hay bendiciones para cuando realizamos algún ritual religioso, sino para cuando nos encontramos con alguien que hace mucho que no vemos, ante una buena o mala noticia, al abrir una nueva botella de vino para celebrar entre amigos, bendiciones para el milagro del nacimiento de un bebe, por levantarnos en la mañana, al ser testigos de una luna nueva, cuando nos asombra la belleza del mar, ante el misterio del arco iris o al sentir la fragancia de una flor.
Ese mundo de bendiciones fue creado a partir de la única bendición que aparece en toda la Tora, justamente en el texto de esta semana. Lejos de tener un motivo ritual o litúrgico, el texto sorprende por su simpleza: “Comerás, te saciarás y bendecirás” (Deut. 8:10).
El acto de comer nos enfrenta a nuestras limitaciones. Nos hace reconocer que no somos seres independientes para sobrevivir. Que necesitamos de algo más allá de nosotros mismos. Nos muestra que necesitamos del mundo para vivir. Decir una bendición al comer es un acto de humildad, de reconocimiento y de agradecimiento a lo que nos rodea, al universo y a Dios.
“Hakarat Hatov” en hebreo significa “Reconocer lo Bueno”. Es el concepto que nos invita a modelar el alma para alcanzar lo que llamamos: “la Actitud de la Gratitud”.
Lo bueno ya está allí. Sólo espera que lo veamos. Practicar la Gratitud significa estar completamente atento a todo lo bueno que ya es tuyo. Ser un ser agradecido no es ponerse lentes oscuros y hacer de cuenta que las dificultades no existen. Lo que sea que falte, seguirá faltando. Los obstáculos cotidianos para reconocer lo bueno pueden ser muy reales, especialmente cuando están ligados al dolor. Es en ese momento en donde transformarse en un ser agradecido es especialmente sanador para aquél que sufre. Descubrir lo bueno sana de la ceguera del espíritu, y abre los ojos hacia una forma diferente de encarar la vida.
¿Cuántas veces decimos la palabra “gracias”? A nuestra pareja por el amor, a nuestros padres por la vida, a nuestros hijos por el mañana, a nuestros amigos por la amistad. ¿Cuánto se lo enseñamos a nuestros hijos? Cuántas cosas damos por obvio. Damos por sentado que allí están, y que así será. Como si fuese un mundo de absolutos, cuando en verdad el universo entero es apenas un tal vez´ . Hakarat Hatov es reconocer lo bueno. Es dejar de dar por obvio lo que el mundo hace por nosotros. Es generarnos la sensibilidad de bendecir y agradecer lo simple. Desarrollar la actitud de la gratitud nos permite atesorar las bendiciones que damos por obvias, en vez de añorarlas cuando se pierden.
Tenemos tres razones por las que no logramos ver la abundancia en nuestras vidas. En primer lugar, cuando nada alcanza. Cuando no comprendemos que no hay límite para lo que no tenemos y que los placeres físicos nunca pueden ser totalmente alcanzados.
En segundo lugar, cuando todo sobra. Cuando acostumbrados a nuestros regalos, dejamos de verlos. Entonces, construimos una sociedad descartable, donde todo es reemplazable. Y cuando todo es descartable, todo pierde su valor. Apenas un rato después, no solo las cosas son reemplazables, sino que las personas comienzan a serlo.
Por último, cuando sólo focalizamos en los problemas y las aflicciones que sufrimos, olvidando que nuestra sola existencia y todo lo que tenemos es parte de lo que debemos ser seres agradecidos.
El gran místico sefaradí Ibn Pakuda nos dice: “El resultado de todas esas tonterías, es que muchas cosas buenas quedan sin ser disfrutadas, y la felicidad que podrían habernos dado queda manchada, por no haber reconocido lo bueno o no haberlo valorado a tiempo”.
Cuentan los Jasidim, que cuando el Rabbi Menajem Mendel de Kotzk, el Kotzker Rebe, debía cambiar un par de zapatos muy usados, envolvía con sumo cuidado el par de zapatos viejos en un papel antes de dejarlos en la basura. Sus alumnos le preguntaron al Maestro porqué se detenía a hacer ese trabajo innecesario, a lo que el Kotzker les respondió: “¿Cómo puedo simplemente tirar un par de tan buenos zapatos, que me han ayudado y servido tan bien durante todos estos años, a caminar por la vida?”
Amigos queridos. Amigos todos.
Esta noche, esta semana, díganle “gracias”. Ustedes saben a quienes. No porque hayan hecho algo en ese momento. Sólo así, díganselo desde el corazón. Recibirán a cambio y de inmediato, una sonrisa. No hay mayor riqueza y abundancia para el alma, que esa sonrisa cómplice que logramos cuando bendecimos y agradecemos a aquellos que nos acompañan a caminar por la vida.
SEGUIR LEYENDO: