El panorama contrasta fuertemente con la Argentina de las primeras décadas del siglo XX, que supo ser la sexta economía del mundo y un polo de atracción de inversión extranjera a nivel global. Basta analizar solamente el comportamiento de algunas empresas estadounidenses con Argentina para entender lo que el país representaba en aquel entonces.
Hasta finales del siglo XIX, el 80% de la inversión extranjera en el país pertenecía a capitales británicos; en aquel momento la principal potencia. Sin embargo, en las primeras décadas del siglo XX, se vivió un aluvión de inversiones americanas, particularmente en el sector industrial y en el comercio, que ayudaron a expandir y diversificar la economía argentina. A principios de la década del ‘30 Argentina era por lejos el principal destino de la inversión extranjera de Estados Unidos en Latinoamérica y su primer lugar de elección para la fabricación de productos de empresas estadounidenses en la región.
Veamos algunos ejemplos: en 1900 se establece en Argentina la empresa General Electric Co. a través de la South American Electric Supply co. para la venta de aparatos eléctricos en Argentina, Chile, Paraguay, Uruguay y Bolivia. En 1903 abre sucursales comerciales la United Shoe Machinery Corporation (fabricante de maquinaria industrial) y en 1905 hace lo propio la Singer Sewing Machine (fabricante de maquinas de coser). En 1907 Swift & Co. el principal frigorífico americano adquirió la empresa La Plata Cold Storage Co., la planta frigorífica más grande de Argentina, e inició un proceso de adquisición y expansión sostenido en el mercado local. En 1911 se instala Remington Typewriter Co. (fabricante de máquinas de escribir) y en 1913, National Cash Register (fabricante de cajas registradoras y hoy empresa de software y tecnología conocida como NCR Corporation). En 1914 llega también Sulzerberger & Sons al sector frigorífico.
La inversión extranjera y la expansión de empresas americanas en Argentina fue acompañada por la llegada de inversiones en el sector financiero. Cuando en 1913 el Federal Reserve Act habilitó a los bancos norteamericanos a establecer sucursales fuera de EEUU, el National City Bank of New York (hoy Citibank) decidió establecer su primera sucursal extranjera en Buenos Aires. Fue la primera sucursal extranjera de un banco americano fuera de EE.UU. En 1917 abrió la suya el First National Bank of Boston (Bank Boston).
En el sector automotor, Ford Co. tomo la delantera estableciendo una oficina de ventas en 1914 y una planta de ensamblaje en 1917. Ya para el 1916, EEUU era el lugar de origen del 80% de los automóviles que Argentina importaba. Esto también incentivó la llegada de empresas como Goodyear, Firestone y US Rubber, entre 1915 y 1917, inicialmente para comercializar y más tarde fabricar neumáticos.
El auge de la inversión extranjera americana en esos años incluyó también a los servicios profesionales. Sullivan & Cromwell, una de las firmas de abogados más prestigiosas de Wall Street, abrió sus oficinas en Buenos Aires. Fue una de las primeras oficinas de estudios jurídicos estadounidenses fuera de EEUU. Más adelante, en 1929, también se sumó J Walter Thompson, una de las empresas más grandes de publicidad, que brindó importantes servicios a empresas americanas, desarrollando campañas publicitarias exitosas.
La llegada de capitales externos contribuyó al desarrollo de la industria local. Gran parte de las empresas que desembarcaban, al poco tiempo expandían sus operaciones, estableciendo más plantas o sucursales. Muchas ingresaban a través de agentes, establecían luego sus sucursales de venta y terminaban fabricando en el país. Un ejemplo de ello es la Otis Elevator Co. que en 1927 expandió sus operaciones estableciendo una planta en Buenos Aires para la fabricación de ascensores. Sobre el final de la tercera década llegaron otras empresas importantes, como la International Telephone and Telegraph Company (ITT), que se mantuvo en el país hasta 1946 cuando se empezó a gestar el proceso de nacionalización de las telefónicas bajo el gobierno de Perón.
Muchas teorías han intentado explicar las razones del éxito del país en la atracción de capital extranjero en ese primer tercio del siglo pasado. Hay quienes argumentan que se debió a razones de mercado, condiciones impositivas mas favorables, costos de producción más bajos, el crecimiento de un mercado interno potente (en los años ‘20 Argentina representaba aproximadamente el 50% de la actividad de toda Sudamérica).
Por mi parte, considero que las causas principales son aún más simples. Se explican por los factores que determinan todo proyecto de nación exitosa. En particular, la unificación nacional y la sanción de una Constitución Nacional en 1853 que promovió las ideas de la Libertad y una generación de dirigentes con visión de grandeza determinados a respetarla y hacerla respetar. El proyecto arrojó enormes resultados mientras esas condiciones se mantuvieron vigentes. Cuando se empezaron a manosear, con el quiebre del orden institucional y las violaciones al derecho a la propiedad, la creación de un Estado desmesurado, y el desarrollo de una ideología populista anti-empresa que aún perdura, el proyecto se derrumbó.
A partir de ese entonces el país entró en una espiral que hasta el momento no ha logrado superar. Hoy los desafíos son mucho más complejos, con la fuga no solo de capitales sino también de cerebros. Pero seguimos sin atender las causas del desorden. Si queremos recrear las condiciones que permitieron el éxito de nuestra nación, no podemos desatender las causas que provocaron su fracaso. Hay que volver a las bases. Entender la importancia que tiene respetar y hacer respetar la Ley, generar condiciones de estabilidad y previsibilidad, respetar la Libertad en todos sus órdenes, pero especialmente en materia de negocios, y fortalecer la integridad en el manejo de la cosa pública.
El problema argentino excede hoy a los gobernantes. Se ha tornado un problema cultural, que abarca también a su clase empresarial. Hubo muchos que en las últimas décadas desde la vuelta a la democracia participaron también de esquemas corruptos llenándose los bolsillos de manera ilícita con el dinero de los argentinos, tal como lo demuestran numerosas causas penales aun en trámite.
La integridad es un pilar fundamental para la estabilidad de la República. La falta de integridad, que es la corrupción, mina la institucionalidad, la seguridad jurídica y el Estado de Derecho, todo lo cual desalienta la inversión y compromete la estabilidad macroeconómica. La corrupción altera las reglas de la sana competencia, permitiéndole prosperar a los más corruptos y dejando fuera a los innovadores, emprendedores y todos aquellos que pretendan obtener beneficios fruto de su creatividad y esfuerzo en el marco de la ley; es decir, fruto del mérito.
La corrupción es uno de los principales desincentivos a la inversión. Me refiero a la sana inversión. Especialmente la de mediano y largo plazo que necesita de condiciones integras y estables para asumir riesgos en el tiempo, y que es el tipo de inversión que países como el nuestro necesitan para generar fuentes de trabajo dignas que permitan sacar a la gente de la pobreza y favorecer su progreso.
Hasta que no entendamos la importancia que tiene la integridad para el capitalismo, no seremos capaces de recrear las condiciones que permitieron al país ser potencia mundial hace 100 años atrás. ¿Capitalismo de amigos? ¡Ese sí! En ese tenemos mucha experiencia. Pero ese no es el capitalismo de mercado que permite avanzar a los pueblos. Para este, se necesita ser íntegros.
El autor fue presidente de la Unidad de Información Financiera de la República Argentina