Ha pasado una semana cómoda desde que José Pablo Feinmann defendiera en su columna de Página/12 (”Las ruinas de la Historia”) la violación en manada de parte de las tropas del Ejército Rojo contra las mujeres alemanas, en su avance hacia Berlín, en la Segunda Guerra Mundial, y no se conoce ninguna declaración de repudio del Ministerio de la Mujer ni de las organizaciones feministas del kirchnerismo.
En referencia a las acusaciones de que esas tropas fueron “vengativas y crueles con los alemanes. Que violaron a cientos (sic) de mujeres”, Feinmann replica: “¿Qué esperaban?… el odio por las atrocidades de los nazis en la campaña rusa pudo más que las órdenes de templanza (del mariscal Zhukov)”. En los reglamentos militares, sin embargo, la violación de mujeres -en este caso en manada- es penada con la muerte, no con llamados de “templanza”. Tampoco se entiende la relación de las violaciones de mujeres cometidas por el nazismo y los crímenes de lesa humanidad ejecutados en masa, con la responsabilidad en ellas de la masa de mujeres del pueblo alemán. La reivindicación de estas atrocidades cuando se desarrolla un inmenso movimientos de masas de la mujer contra el femicidio y contra el crecimiento sin paralelo de la trata de niñas y mujeres, constituye un delito político que no puede ser pasado por alto.
Las violaciones en cuestión constituyeron una política de Estado del stalinismo. La consigna de Stalin, a partir del avance del Ejército Rojo hacia Alemania, fue “ojo por ojo, diente por diente”, muy distante claro de aquellas que, en la Primera Guerra, llamaban a las tropas de los Estados beligerantes a cambiar de hombro el fusil contra sus propios gobiernos imperialistas. Las violaciones no comenzaron en territorio alemán sino que tuvieron lugar a lo largo de Europa del este. El objetivo de esta política era estrangular cualquier iniciativa de insurrección popular contra los gobiernos que habían colaborado contra el nazismo, para poder extender la dominación stalinista en los territorios que iba ocupando. En 1939, Stalin anticipó esta política cuando repartió con Hitler el territorio de Polonia. Ningún ejército revolucionario ejercería la violación de mujeres en su guerra contra el fascismo y la contrarrevolución.
Feinmann no leyó el libro Conversaciones con Stalin, escrito por el segundo hombre de la guerrilla de Tito en Yugoslavia, Milovan Djilas, o en todo caso ha preferido ocultar el testimonio. Djilas presentó ante Stalin, en Moscú, una protesta formal de Tito contra la violación de mujeres perpetradas por el Ejército Rojo, durante su paso por el norte de Yugoslavia. La respuesta de Stalin fue que Tito no tenía en cuenta la larga abstención sexual de esas tropas, que venían de los territorios asiáticos de la Unión Soviética. Yugoslavia fue liberada de los nazis por la guerrilla de Tito, de modo que esas violaciones no podían ser justificadas por las atrocidades del ejército nazi. Los trabajadores de Página/12 debieran pronunciarse acerca del artículo de Feinmann, enteramente funcional a la opresión de la mujer.
Hace más de una década, este mismo Feinmann responsabilizó al Partido Obrero por la muerte de nuestro compañero Mariano Ferreyra -asesinado por una barra del burócrata kirchnerista José Pedraza. De acuerdo a Feinmann, el PO debía haber sabido que luchar en el sindicalismo ferroviario implicaba un riesgo de muerte. La pulsión stalinista de Feinmann ha sobrevivido al derrumbe vergonzoso del stalinismo. Feinmann no se dio cuenta todavía que la disolución de la Unión Soviética y la restauración del capitalismo fue perpetrada por el aparato del partido comunista stalinista y de sus servicios de seguridad. Como lo había advertido Trotsky, un defensor incondicional de la Unión Soviética, cuarenta años antes. De esos antros proviene Putin, que se ha reconvertido de espía stalinista en Alemania a autócrata clerical ortodoxo y “hombre de negocios”.
La cuestión ahora es la siguiente: el repudio a la justificación de la violación de mujeres en manada por parte de Feinmann.
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