Otra epopeya sanmartiniana: a 200 años de la independencia de Perú

El 12 de julio de 1821 Lima quedó abierta para el ejército patriota y San Martín hizo su entrada triunfal. Finalmente, la solemne proclamación tuvo lugar el 28 de julio de ese año

Desde hacía mucho tiempo, Perú era un bastión español temible e imponente. De allí salían las expediciones para reprimir las rebeliones de Chile, de Argentina y del Ecuador. El virrey del Perú no tenía problemas a la hora de disponer de recursos para sofocar, generalmente de manera violenta, los focos de rebelión que fuesen apareciendo. Todo jefe patriota apresado tenía un único destino posible: ser enjuiciado y ahorcado, o fusilado.

De los estallidos independentistas que afloraron en el Perú el más grande fue el de Cuzco. Comenzó el 5 de noviembre de 1815 y a la cabeza de mismo pusieron a un indio llamado Mateo García Pumacagua.

Este aborigen fue vencido en una batalla desarrollada en Sicuani. Allí mismo lo ahorcaron, lo decapitaron y llevaron a la ciudad de Cuzco su cabeza clavada en una pica.

En rigor, desde hacía años que Chile y algunas provincias del Río de la Pata venían haciendo tremendos esfuerzos para liberar al Perú.

Para organizar las expediciones libertadoras, se habían firmado pactos de alianzas entre Chile y algunas de esas provincias, pero las mismas no llegaron a prosperar.

Y fue en ese marco de derrotas, de fracasos y de retrocesos que en determinado momento apareció una figura providencial, un hombre que había nacido en la Argentina, que se había formado militarmente en España, y que a fuerza de genio y de ingenio ya había liberado a su país de origen y a Chile: el General José de San Martín.

Un largo camino

El camino hacia la liberación del Perú demandó más de un año. Trece meses, si se quiere ser exactos. Comenzó el 20 de agosto de 1820, cuando la expedición libertadora al mando del Gran Capitán se hizo a la vela, llegando al puerto de Paracas 18 días después, el 7 de septiembre. De allí pasó sin dificultad alguna al vecino pueblo de Pisco.

La noticia de tal desembarco provocó conmoción en Lima, tanto que el general Joaquín de Pezuela, virrey del Perú desde el 7 de julio de 1816, envió tres ministros a negociar con el jefe patriota. La entrevista tuvo lugar en Miraflores, ubicada a escasos diez kilómetros de Lima. Pezuela exigió que San Martín y sus tropas se sometieran al rey de España y que juraran la Constitución que éste había dictado. San Martín, por el contrario, exigió la independencia total, absoluta y sin condiciones del Perú.

Fracasadas las negociaciones, San Martín envió a unos mil hombres al mando del general José Antonio Álvarez de Arenales a recorrer los pueblos y proclamar la independencia del Perú.

Él se quedó un mes y medio más en Pisco, desde donde dispuso un severo bloqueo al puerto del Callao. El 29 de octubre de 1820, partió a Ancón, cuarenta kilómetros al norte de Lima.

Desde este lugar enviaba patrullas a hostilizar permanentemente, en una suerte de guerra de guerrillas, a las tropas del virrey asentadas ya en los suburbios de Lima.

En la noche del 5 al 6 de noviembre de 1820, en el puerto del Callao cayeron en manos de las fuerzas patriotas comandadas por el oficial naval e inventor británico Thomas Alexander Cochrane, conde de Dundonald y marqués de Maranhäo conocido como Lord Cochrane, la poderosa fragata española Esmeralda, y otros buques menores.

Poblaciones tras poblaciones iban cayendo en manos de San Martín, hasta que en un momento dado ya todo el norte peruano, desde Huara hasta Guayaquil, ya no era español.

España quiere la paz

Cuando las fuerzas sanmartinianas ya estaban a las puertas de Lima, llegó al Perú para negociar con él un tratado de paz el comisionado del gobierno constitucional español Manuel Abreu.

La entrevista entre ambos se concretó el 3 de mayo de 1821. San Martín ofreció la paz, pero bajo estas condiciones: formación de una regencia de tres miembros elegidos uno por él, otro por el virrey José de la Serna y otro por elección popular. Además, el envío a España de un emisario para decirle al rey que mande un príncipe a ocupar el trono del Perú.

Abreu rechazó tales pretensiones y a cambio ofreció una tregua de un año, tiempo en que San Martín y la Serna debían ir a Madrid a firmar allí un convenio definitivo de paz. San Martín rechazó estas condiciones, y la guerra se reanudó.

El final

Pero a esta altura de los acontecimientos la situación española ya era desesperante. La Serna comprendió que ya le era imposible sostenerse por más tiempo en la capital. Así que, en los primeros días de julio, él y sus tropas abandonaron Lima. Sólo quedaron unos mil soldados enfermos y entregados a la generosidad de San Martín sobre su suerte.

Lima quedó abierta para el ejército patriota y el 12 de julio San Martín hizo su entrada triunfal. Lo hizo a su estilo, “sin bullas y sin fandangos”, sin ostentación alguna.

De inmediato, hizo arrancar los escudos de armas de España de los frentes de los edificios públicos de Lima, y el 15 de julio un cabildo abierto convocado por él acordó que era imperioso y urgente declarar la independencia absoluta del Perú.

La solemne proclamación tuvo lugar el 28 de julio de 1821, pero faltaba un detalle: encontrar a uno que reuniera el perfil necesario para asumir la primera magistratura.

Mientras los peruanos buscaban a alguien de entre ellos mismos para ese cargo, por decreto del 3 de agosto de 1821 San Martín tomó para sí él el título provisorio de “Protector del Perú”.

Como tal, declaró que todos los nacidos en Perú eran libres, incluso los hijos de esclavos; suprimió la mita, el impuesto de trabajo que pesaba sobre los indígenas; utilizó el dinero que le pagaron para crear la Biblioteca Nacional de Lima; abrió escuelas para niños de ambos sexos, y dictó casi mil disposiciones de policía.

Hasta tuvo tiempo de perseguir con singular tesón el juego de azar, algo que detestaba de alma. Por todas estas cosas y por muchas otras cosas más, San Martín está y estará siempre en el corazón de los peruanos.

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