La tristeza de un pueblo

Un país de apagados es tierra libre para el atraco

Esa noche era noche de tensiones y emociones contrapuestas. Ricardo llegó a su casa, arrojó su abrigo al piso y rompió en llanto desconsolado. Acababa de tomar la decisión de tirar miles y miles de kilos de limones y naranjas, ya que no consiguió trabajadores que aceptaran la paga de $5.000 diarios para realizar la tarea de la cosecha. Desde el punto de vista del negado trabajador, era más conveniente seguir cobrando planes de ayuda y esto claramente se contraponía con la obligación de Ricardo en darlos de alta (ponerlos en blanco) para así evitar las manos porosas de la AFIP o de los organismos asaltadores que fuesen. No muy lejos de allí, la joven María festejaba con amigos su reciente nombramiento como Directora Nacional de Transporte No Motorizado de la Subsecretaría de Movilidad Urbana de la Cartera del Ministerio de Transporte. Ella no sabía muy bien cuál sería su función, pero ya tenía un presupuesto para gastos y una tarjeta de presentación doble faz, digna de envidia aunque vacía de contenido. Completaba la noche Alfredo, quien, a pesar de tener treinta años de prolijo y legal servicio trabajando para una gran empresa, se le había comunicado que en este mes tampoco cobraría su salario y quedaba a su criterio, si a manera de pago por el sueldo, aceptaba llevarse algunos televisores o heladeras de la cadena para la que trabajaba. Ya la noche dolía y mucho. Las calles y veredas mostraban las sombras pesadas de ambulantes ciudadanos, llevando penurias como las de Ricardo o Alfredo o las falsas y efímeras alegrías como las de María.

Debiéramos preguntarnos a esta altura de nuestra vida si el camino que hemos recorrido ha sido de felicidad, de alegría o solo ha sido un mero discurrir entre ciertos sueños no logrados y dolorosas desesperanzas. La pregunta es válida para cualquier edad que usted tenga, aunque quizás, si aún está en los tiempos de las hormonas en ebullición, seguramente su sentimiento es que la eternidad llegó para quedarse. La juventud nos hace sentir invencibles, que todo lo podemos lograr y más aún que nada ni nadie nos podrá detener, ni aún tendiéndonos las trapisondas más sórdidas. Es en la madurez cuando alcanzamos nuestra capacidad para darnos cuenta de lo que hemos logrado y de lo que no hemos podido hacer. Nuestra cara marcará, indudablemente, el fragor que le hemos metido a la vida. Nuestras manos podrán estar surcadas por el tipo de tarea que hemos hecho y nuestra actitud será de mayor o menor fortaleza en función de cómo nos ha pasado la vida. Si bien allí están, los divulgadores del “tú puedes”, “la fuerza está en ti”, “sé tu mismo” y todas esas variadas y baratas macanas reinantes desde los años ochenta para aquí, la realidad es que vivimos condicionados por variables externas que nos pueden ir apagando la llama de la lucha y amenguando la capacidad de pelea. Por supuesto que soy de los que creen en la fuerza del emprendimiento, pero también no tengo dudas que hay contextos que nos podrían permitir llegar a los objetivos buscados de manera menos trabajosa. Triunfar es complejo. Triunfar en Argentina es ciclópeo.

El nudo de este pensamiento es tratar de responderme si todos estamos sintiendo (o no) pesadumbre y aflicción. Y si ese abatimiento, nos está condicionando en el día a día y sobre todo en nuestros planes a futuro. Un derrotado no puede presentar batalla, ya que cualquier pequeño montículo es una suerte de Aconcagua frente a él. Paul Ekman (1937 - ), psicólogo y uno de los pioneros en los estudios de los sentimientos y su correlación con las expresiones faciales, afirma que la tristeza es una emoción “básica y no natal”, o sea, que es adquirida en función del derrotero de nuestra vida. En realidad, Ekman enumera otras emociones de base como son el miedo, la ira, la sorpresa, el asco y la felicidad, pero nos enseña que es la tristeza la que paraliza y puede sumirnos en decaimientos espirituales, de los cuales es altamente complejo evadirse. Sus trabajos sobre “micro expresiones” (si bien provocaron discusiones en el mundo de la antropología y la psicología) han sido grandes contribuciones para intentar descifrar si existen o no señales universales en nuestros rostros sobre mentiras, enojos y por supuesto tristeza.

Si es cierto que la tristeza es una emoción “no natal”, la pregunta que debo formularme es si hay o no responsabilidades entre formadores de opinión, mandatarios, gobernantes, maestros o nosotros mismos como padres, en esta lenta pero continua acumulación de apocamiento? ¿Cuáles han sido los factores que nos llevaron a la pérdida de esperanza (quizás la cualidad más sublime y motora del ser humano)? ¿En qué momento nuestras fuerzas han menguado de manera tal, que el desánimo se hizo presa de todos nosotros? Ekman y otros estudiosos de las reacciones de los hombres, están plenamente convencidos que “no se nace triste”, una persona “se convierte en triste” por infinidad de factores que lo fueron impactando. A esta altura de mi vida, no me vengan con el cuentito berreta que siempre fuimos tristes y que el tango era un reflejo de nuestra actitud. Confundir nostalgia con postración es un error de primitivos. Si en pos de generar supuestas igualdades (genial engañifa de las últimas décadas), tenemos que armar historias que nunca fueron ciertas o fabular con cuentos para que los tristes escuchen y no tengan más remedio que el acatamiento, es claro que la estrategia de los mandamases es llevar a la pesantez a los que tiramos sombras sobre estas tierras.

Friedrich Nietzsche (1844-1900), de quién no podemos justamente decir que era un optimista nato, afirmaba que para poder salir delante “Debiéramos enfrentar el mayor sufrimiento y la mayor esperanza en forma simultánea y tratar de romper ese círculo”. En otras palabras, poner en la balanza la más pesada de nuestras desdichas y el mayor de nuestros anhelos, ya que solo de esa manera podríamos tener por lo menos un camino delante. Ser tristes para siempre o ser luchadores ante la desgracia colectiva. Según Nietzsche estas decisiones nos podrían convertir en heroicos y tal vez así, podríamos superar la depresión. El gran filósofo alemán vivió en un hundimiento mental casi permanente. Sin embargo, en el final de sus días pudo escribir gloriosos párrafos de resurrección dejando atrás sus tiempos más oscuros. En el inolvidable film de Jean-Luc Godard, “Pierrot, el loco” (1965), Anna Karina le dice a Jean Paul Belmondo: “Muéstrame tu certificado de nacimiento y te diré cuantos años llevas muriendo por dentro”. El galán francés era un Nietzsche que no podía superar el decaimiento.

Los atracadores del poder pueden estar buscando que la depresión se generalice, ya que es un pase seguro para nuestra pérdida de identidad y el quebranto de nuestros sueños. Los tristes, medrosos o apagados no son ni serán jamás revolucionarios. A los pusilánimes solo les queda el camino del acatamiento. Cuando los momentos de felicidad solo son encontrados en nuestro pasado, en esos vagos recuerdos de cuentos de nuestros viejos y la nostalgia ya comienza a pesarnos hasta llegar a hundirnos, es entonces cuando los cuatreros tendrán la tierra libre. Ya es momento en que pongas en la balanza, tu peor pesar y tu máxima aspiración. No te permitas la tristeza, ya que te llevarán puesto.

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