No es una táctica nueva en la política. Cuando una situación no es favorable, hay que cambiar la conversación. Hay que cambiar el eje. En tiempos de elecciones por lo general son los oficialismos -que cargan con el plebiscito de la gestión- los que intentan disminuir la carga de esas pruebas para amortiguar la desventaja. En modo de campaña, Cristina Kirchner inició el reseteo del discurso ante una realidad esquiva. Al presentar a los precandidatos del Frente de Todos para las elecciones primarias legislativas se refirió por primera vez en mucho tiempo al futuro, aunque lo haya hecho sólo para sacar de foco al presente e incluso sin dejar de endulzarlo con un poco de pasado. Les pidió a las fuerzas políticas hablar “sin beneficio de inventario”, es decir, haciéndose cargo de que todos habían gobernado el país, pero poniendo el foco en particular en la herencia de Macri, como si la gestión del gobierno, de la pandemia y de la economía, con sus desmanejos, fraudes morales y bancarrotas se hubiera producido por generación espontánea y el kirchnerismo no tuviera nada que ver. A las mismas fuerzas políticas a las que les pidió discutir cómo sacar al país de la pandemia, les negaron hace poco por su orden la aprobación de una nueva ley de vacunas que podía abrir el camino de la llegada de Pfizer y prefirieron un decreto de necesidad y urgencia con tal de no favorecer a la oposición, aunque en medio estuviera la salud de la población. Pero ahora invitar a la oposición sirve, sobre todo para hablar de Macri, que es el espantapájaros elegido por el gobierno para esconder de la escena el fracaso en sus propios resultados. Cristina habla como si el Presidente fuera Macri y el Presidente es Alberto, a quien puso ella. Cristina eligió también recordar la gestión de Néstor Kirchner luego del dramático 2001, como si la gestión k de 2021 no tuviera nada que ver con este penoso remixado trágico de aquella crisis.
Claro que hay una herencia de Macri como Macri tuvo una herencia de Cristina, y los gobiernos a diferencia de los herederos jurídicos no pueden librarse de ciertas deudas pasadas. La llamada “herencia recibida” es una justificación con fecha de vencimiento para las administraciones entrantes pero pasado un tiempo, los ciudadanos piden resultados. Macri heredó 7 puntos de déficit y su idea de resolverlo con crecimiento y deuda barata se hizo trizas al entrar al tercer año de gobierno con un mundo que encarecía el dinero y por no haber hecho ajustes de entrada en lo que muchos llamaron kirchnerismo de buenos modales. El super endeudamiento que vino después es conocido por todos y representa una enorme carga en los hombros del futuro. Pero la vicepresidenta que ahora le pide a la oposición discutir cómo se pagará la deuda se pasó el año torpedeando las negociaciones de su propio ministro de economía, a quien desautorizaron una y otra vez reduciéndolo a ministro de deuda cuando les conviene, y no permitiendo ni un gesto de buena fe para transmitir confianza al mundo como si se pudiera evitar enfrentar el problema de la deuda con rabietas revolucionarias o simplemente dejando que la sangre llegue al río y amenazando con un default como si eso fuera gratis. Después de todo, el Fondo Monetario pregunta lo mismo que preguntaría cualquier argentino: ¿cuál es el plan? El problema es que como el gobierno pone por encima de los largos plazos su plan de poder, los recursos no se administran para ciclos virtuosos, sino para ganar la elección que viene. Cristina puede culpar a Macri, lo que no puede es desentenderse del problema o convertirlo en una bomba de tiempo aún más de lo que es.
La incertidumbre que sembraron es la que hoy cosechan. Y que pagan los argentinos, en ascuas sobre qué pasará después de las elecciones. Somos una sociedad tristemente acostumbrada a que se posponga la desgracia en las campañas y se la condene a pagar los platos rotos con inflación y/o devaluación cuando la borrachera electoral termina.
En términos más simples, Cristina habla como si fuera oposición cuando es gobierno. Cristina vuelve a ponerse ropas de concertación para invitar a las fuerzas políticas al debate cuando las papas queman. Se modera por las elecciones como cuando vendió la moderación de Alberto Fernández. Y debe hacerlo para encontrar un atajo a las explicaciones porque la gente la está pasando muy mal. Porque el fin de año llegará con un número simbólico que ya acecha en el índice interanual de inflación: 50%. Y 50% de pobres es el cálculo que ya se anticipa dejará el segundo año del gobierno de los Fernández.
Cuando la vicepresidenta en términos más dramáticos afirma que “es la última oportunidad como país si no encontramos una solución conjunta”, no dice a qué se refiere. ¿Por qué es la última oportunidad? Qué hay detrás de ese augurio terminal que ella ve y no explicita. O acaso es la última oportunidad para su gobierno que a partir de las elecciones de medio término irá camino a la caducidad y requerirá de ejercitar los consensos que se dedicó a minar en pos de lograr la impunidad de su líder en los estrados judiciales mientras se empecinaba en aventuras ideológicas, que tienen su más grave exponente en la privilegiada vacuna rusa que por ahora cuenta 7 millones de varados para la segunda dosis.
Ojalá Cristina Kirchner tuviera la vocación de discusiones serias sobre cuestiones de futuro. Eso no fue lo que demostraron en sus primeros dos años de gobierno y quedó como tinta seca en el primer discurso del Presidente Alberto Fernández: unir a los argentinos. Elegir a Macri como interlocutor y target es hacer flamear un fantasma para asustar con el pasado cuando los argentinos claman y reclaman por una noción de futuro. ¿Tienen futuro para ofrecer? Si hubiera existido alguna vocación de convivencia real con la oposición, como hoy pregona Cristina, por lo pronto, lo hubieran demostrado con Rodriguez Larreta, a quien, después de ser un buen alumno en las conferencias de prensa tripartitas de la pandemia, y “el amigo Horacio” como lo llamaba el Presidente, sólo se dedicaron, y no hace falta abundar, a hacerle la vida imposible. De los autores de “a los porteños ni justicia” llega ahora el famoso y temido “abrazo del oso”.
* Editorial de Cristina Pérez en “Confesiones en la noche” - Radio Mitre
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