Pensar que hubo un tiempo en que se votaba a socialistas, comunistas, justicialistas, radicales, conservadores, demócrata-cristianos o liberales. Los nombres de los partidos decían mucho, eran toda una definición político-ideológica. Con o sin agregados -“democrático”, “progresista”, “auténtico”- la denominación constituía una señal de identidad. Contenía una tradición y una historia.
Hoy, los nombres de las fuerzas y frentes que se anotan en la carrera electoral están vaciados de significado. Es decir, vaciados de politica. Posiblemente a propósito. Es la idea que los políticos actuales tienen de lo que es moderno. De lo canchero. Es lo que les aconsejan consultores o gurúes que, por otra parte, son tan intercambiables como los propios candidatos.
“Vamos con vos”, “Frente de Todos”, “Juntos por el cambio” -o sus derivados: “Juntos” (el cambio te lo debo) o “Juntos podemos más”-, etcétera. Una recorrida parcial por el interior arroja resultados parecidos: Vamos mendocinos / Cambia Mendoza / Juntos para construir (Tucumán) / Con vos podemos (Catamarca) / Frente Estamos con vos (Formosa) / Y hasta uno capicúa que no le teme a la redundancia: Todos Unidos del Frente de Todos (La Rioja).
Son nombres que no dicen absolutamente nada sobre las intenciones, valores, ubicación o trayectoria de las fuerzas que están detrás. O dicen lo contrario: Frente de Todos es el nombre de una de las corrientes más sectarias y detractoras de todo el que no se alinee bajo su bandera. “Cambio” y “podemos más” son los términos elegidos por los ex integrantes de una administración intrascendente en realizaciones.
Ni hablar de los slogans o trucos publicitarios: después de la promoción de un tónico capilar, vino el spot “La vida que queremos”, título de melodrama o de libro de autoayuda. El “vamos con vos” evoca un programa de Cris Morena antes que una fuerza política.
Un nombre de transición fue el de La Cámpora. El apellido elegido decía mucho sobre la verdadera ideología que lo inspiraba, pero no se pusieron Agrupación Héctor Cámpora. Es La Cámpora, como si fuesen una banda de rock o un restaurante de moda. Síntesis perfecta de setentismo (Cámpora) y minimalismo posmo (la).
Hoy, no desentona con ese espíritu el sol infantilizado en el escenario, un fondo más digno de una salita de 4 que de la presentación de listas electorales.
Tampoco desentonan con el espíritu de época los globos amarillos de la otra lado de la grieta, los retiros espirituales y las charlas motivacionales de gurúes que sustituyen el plenario, la asamblea y el debate. Se puede, se puede… ¿se puede qué?
La política ya no está al mando -salvo que llamemos así a la rosca y el aparateo-; ha sido sustituida por la publicidad.
¿Quién recuerda aún aquella campaña del 83 mucho más política, artesanal, militante, espontánea, que publicitaria? Cuando se creía muy poco en las encuestas y se caminaba la calle y el país para tomarle el pulso a la realidad. Raúl Alfonsín fue el primero en contratar publicistas profesionales, pero David Ratto era un simpatizante de su fuerza, no un mero publicitario ofreciendo sus servicios a un cliente. Hoy, un mismo consultor puede vender un candidato en una elección y a su oponente en la siguiente.
DEL PASADO EFÍMERO
Quien haya escuchado el poema “Del pasado efímero”, de Antonio Machado, cantado por Joan Manuel Serrat, posiblemente recuerde ese verso que habla de “el vacío del mundo en la oquedad de su cabeza”.
Oquedad…qué palabra tan expresiva y tan apropiada para calificar el cierre de listas que hemos presenciado.
Oquedad: espacio hueco y, en su sentido figurado, insustancialidad de lo que se dice o escribe. “La oquedad de un discurso”, dice el diccionario. Mejor ejemplo imposible.
El otro rasgo saliente de este cierre de listas lo aportan los candidatos señalando la paja en el ojo ajeno. Evidentemente se sienten todos muy libres de pecado considerando el descaro con el cual arrojan piedras. Saca trapos sucios ajenos gente que no resiste un archivo… de Twitter.
Critican los mismos saltos de distrito que ellos pegaron antes; o el uso político partidario de la pandemia, abyección en la cual se superaron los unos a los otros, casi sin excepción. Y arrojan sospechas -posiblemente fundadas- sobre el financiamiento de las campañas, pero desde los despachos de un Estado cuyos recursos usufructúan descaradamente con fines partidarios.
La que es criticada por cambiar de distrito se desquita cuestionando al que deja la función ejecutiva por la legislativa, cosa que seguramente sus correligionarios también hicieron hace una nada de tiempo. Y así interminablemente.
Los programas o plataformas partidarias son antediluvianos para ellos. Eso ya no se usa. Papel mojado.
La insustancialidad es directamente proporcional a lo poco trascendente del compromiso, a lo poco que arriesga o pierde hoy quien incursiona en política. Si ayer la militancia era entrega, hoy es prebenda. Se es burócrata antes de ser activista. La profundidad, la coherencia o la seriedad son obstáculos antes que valores para la modalidad que ha adquirido hoy la práctica política. El relativismo se impone, la solidez es una rémora.
En este contexto de límites confusos e identidades lavadas, ¿por qué se sorprenden cuando los candidatos migran de un espacio al otro? Es lo más natural del mundo cuando lo único que se busca es estar, llegar o permanecer. A como dé lugar.
Los aspirantes a políticos, legisladores o funcionarios, no estudian los problemas ni piensan soluciones, ni analizan el mundo en el que la Argentina debe actuar para ver qué oportunidades y obstáculos ofrece. ¿Para qué? Si el denominador común es el “vamos viendo”.
EL CONCURSO DE IDEAS DE GOBIERNO
En septiembre del año 2004 la administración de entonces convocó a un Concurso de Ideas de Gobierno, por iniciativa del Instituto Nacional de la Función Pública. Las preguntas que los participantes debían responder, en 25 carillas -descripción del problema, alternativas de solución y modalidad de ejecución-, eran: “¿Cómo combatir la corrupción?; ¿cómo disminuir la inseguridad?; ¿cómo atenuar el problema del desempleo?; ¿cómo mejorar la Escuela? ¿cómo facilitar la integración social de los jóvenes?; ¿cómo fortalecer las relaciones de la Argentina con el resto del mundo?”
A juzgar por cómo está la Argentina, cabe concluir que el concurso quedó vacante. Pero en realidad el concurso estaba dirigido a niños y adolescentes, de escuelas primarias y secundarias. Cuesta creer que los funcionarios estuvieran pidiendo consejo a menores de edad. Seguramente los que lo concibieron dieron por sentado que los políticos ya tenían aprobadas estas materias, lo cual resulta dudoso considerando las circunstancias presentes.
El jurado estaba conformado, entre otros, ni más ni menos que por Alberto Fernández, entonces jefe de Gabinete
Ahora bien, las preguntas demuestran que se sabía cuáles eran los problemas estructurales del país: corrupción, inseguridad, desempleo, educación, integración social e integración al mundo. Quiere decir que si las administraciones que se han ido sucediendo en estos años no resolvieron estos problemas no es por ignorarlos, sino por falta de ideas o de voluntad.
Otro dato gracioso de aquel Concurso es que el jurado estaba conformado, entre otros, ni más ni menos que por Alberto Fernández, entonces jefe de Gabinete.
Sería bueno que los “todos”, los “frentes”, los “juntos”, los que “van” y el resto hagan una brain storm sobre estos temas hoy, siguiendo el ejemplo de aquellas preguntas; tal vez así tengan algo que decir en la campaña. Si no, pueden buscar en los archivos: quizás algún chico aportó en aquel Concurso las ideas y soluciones que ellos no son capaces de concebir.
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