Eric Hobsbawm en 2011 escribió un libro llamado “Cómo cambiar el mundo”, haciendo total referencia al marxismo y el porqué de un nuevo orden donde interpelarse era más que obligatorio y había entonces que mirar e interpretar la realidad de una manera diversa.
Al fin y al cabo los modelos económicos y las teorías políticas vienen a ser modos de interpretar la realidad que vivimos, no tanto un sistema de funcionamiento, o si aunque a veces represente un círculo de retroalimentación.
En ese mar de conceptos, y porqué no en esta ciénaga de teorías que vivimos desde el Siglo XX hasta hoy, hubo personas que pregonaron, otras que predicaron, y otras que actuaron construyendo. De las que tendremos en un futuro un recuerdo de archivo serán sin dudas de aquellas que lograron visibilizarse públicamente, sin hacer juicios de su obra o no obra. Pero queda una gran cantidad de gente que interpretó la realidad desde una óptica humana, empática, y conscientemente social, para justamente: cambiar el mundo.
Esta gente, estas personas contemporáneas a nosotros, viven en la materialización de sus obras, sus gestos, sus palabras sanadoras, sus mensajes reconstructivos, y su dedicación absoluta a una misión humana. Con ellos y ellas, tenemos un deber inclaudicable que es la obligación de la memoria. Difícilmente estos imprescindibles salgan en la crónica de estos tiempos, no son estos tiempos los que más humanos nos encuentran.
La tarea es doble. El 26 de julio falleció Natty Petrosino. Quienes la conocen saben que hablamos de una mujer única que dio su vida entera hacia el otro, y lejos de cualquier discurso partidario. Quienes no saben quién fue, aquí entonces la oportunidad de conocer su obra.
Hablé con ella meses atrás, en medio de esta pandemia que nos llevó a interpelarnos en todos los aspectos: personales, religiosos, espirituales, políticos, económicos. Ella desde un rincón de Argentina, expresó algo que es parte de su mensaje “el pasado tiene que quedar allí, y es el momento de recrearnos y renacer”. Entiendo que para aquellos que no la conocían este mensaje puede ser, incluso, hasta un cliché de autoayuda. Lo cierto es que es una línea de idea a seguir.
Natty, desde su obra silenciosa pero escandalosa, pequeña e inmensa a la vez, al lado de las decenas de familias que asistió durante más de medio siglo, nos transmitía un mensaje que invitaba a no olvidar pero no a vivir atrás, sino pensar en que todo es –en medio de esta pandemia- una oportunidad para dar de nuevo las cartas y trabajar por otro modo de juego.
De un temple y una serenidad única, Natty luchó a favor de los que menos tienen, pero incluso con aquellos pobres de espíritu y con los desterrados por la historia. Estuvo con los pueblos originarios como una referente y una trabajadora más, construyendo casas de barro en la Argentina profunda. Ella, que unió a familias o mejor dicho, que constituyó una familia entre tantas personas que se acercaban a celebrar la Navidad, dejó esta Tierra con una plenitud que aún nos sigue enseñando.
“Todo está en los planes de Dios, pero hay que vivir el Evangelio”, repetía Natty en la última conversación que teníamos a la distancia, “el tiempo es ahora” –insistió- y es también así. Lejos de caer en etiquetas y religiones, lejos de pensar en modelos partidarios o búsqueda de intereses personales, Natty, una mujer brillante que cambió el mundo en cuanto su alcance, compartió su fe y no se calló, ni se achicó, ni dio marcha atrás.
Estas simples y profundas frases de ella deberían haberse escrito meses atrás, pero coincidió en que fueran luego de su partida. Será porque los que de algún modo la conocimos de ahora en más conservamos el deber de la memoria. Y cada uno desde su don aportará por sumar a estas causas, que son las que el corazón impulsa y por ende, aún contra la falta de reflectores, se hacen eternas y presentes como ella.