El Mercosur discute su presente. Pero el acuerdo es solo una herramienta de algo integral: el modelo de relacionamiento externo de la Argentina.
Argentina tuvo en el bloque la puerta para ingresar en la globalización moderna porque este permitió multiplicar generosamente el comercio: las exportaciones argentinas a Brasil pasaron de USD 1.423 millones al momento su creación, en 1990, al récord de USD 17.440 millones en 2013. Pero, por diversas razones, luego el intercambio en la región se debilitó. Cambiaron las circunstancias y, consecuentemente, las ventas argentinas a Brasil cayeron a menos de USD 10.000 millones anuales.
Es que las relaciones externas suponen mucho más que la relación con los vecinos.
El comercio a través de las fronteras en el planeta creció de USD 4,5 billones en 1990 -cuando se creó el Mercosur- a USD 25,1 billones en 2019. En aquel tiempo el comercio entre los países del planeta ocurría en más de 90% entre mercados que no tenían acuerdos comerciales entre sí. Hoy el comercio entre países se produce en más del 60% entre países asociados. El mundo pasó en 30 años de unos 50 tratados comerciales vigentes a casi 350 en la actualidad. Argentina tuvo en el Mercosur la única gran herramienta externa y no avanzó mucho más desde aquel hito, mientras la mayoría de los demás países comenzó con acuerdos en su vecindario pero después extendió sus vínculos mas allá.
La pérdida de relevancia
El bloque rioplatense se concentró, además, esencialmente en eliminar aranceles al comercio de bienes entre sus socios -aunque ha mantenido obstáculos no arancelarios de diverso tipo que afectaron el espacio intrabloque- y en mantener un elevado arancel externo común hacia terceros (que más que duplica el promedio del arancel en todos los países del mundo, que bajó de 15% en 1990 a 5% hoy). Y el mundo evolucionó hacia pactos entre países más sofisticados. Además, el acuerdo no generó una confluencia regulatoria moderna y ha evitado acuerdos con terceros para ampliar su radio de acción, lo que afecta la competitividad internacional de sus empresas. Y solo ha celebrado algunos pocos acuerdos adicionales con economías de la región y casi nada con el resto del mundo.
El bloque se concentró en eliminar aranceles al comercio entre socios y mantener un elevado arancel externo comùn, mientras el mundo evolucionó hacia pactos entre países más sofisticados. Además, no se generó una confluencia regulatoria moderna y se evitaron acuerdos con terceros que ampliaran su radio de acción, afectando la competitividad de las empresas de los países miembros
El hecho es que Latinoamérica absorbe hoy solo 3,3% de todas las importaciones mundiales. El porcentaje en Asia es 32,2%, el de Europa 36,5% y el de América del Norte 18,6%. A ello debe agregársele que Latinoamérica es la región que más participación en las importaciones mundiales ha perdido: generaba más de 10% del total a mediados del siglo XX, 6% a mediados de los años ’60, y continuó en baja desde entonces: su incidencia mundial actual es apenas un tercio de la de mediados del siglo pasado. Mientras tanto, Asia más que duplicó su relevancia relativa, desde 14% en aquel tiempo hasta el 32% actual. Puede agregarse a ello que en las últimas 5 décadas Europa perdió algo de participación (desde 53% a 36%) y Norteamérica la mantuvo estable.
Por ello las discusiones de este tiempo entre los cuatro socios reflejan esa sensación de estar a medio camino. No es un momento para retroceder sino para acelerar.
Un informe de la OIT de hace algunos meses expresa que el mundo está hoy definido por cinco tendencias relativas al modo en el que los diversos actores productivos desarrollan actividades: la innovación tecnológica, la integración económica supranacional, los cambios demográficos y generacionales, el cambio climático y sus impactos variados y la escasez de dotación de trabajadores con calificaciones suficientes a nivel mundial. Ergo, el Mercosur -que ha sido hasta hace algunos años un instrumento de gran valor para activar relaciones internacionales de sus socios-, como tantas cosas después de treinta años, padece desactualización. Y para corregir fallas es bueno pensar de nuevo.
Decálogo
Así, hay diez supuestos que deberían ser considerados para encarar la relación económica exterior dentro de la cual el Mercosur sea un capítulo pero no le único: el mundo de hoy es del saber hacer más que de las máquinas, de capital intelectual más que de dinero, de decisiones basadas en el futuro más que en el presente, de empresas más que de productos, de geografías digitales más que geografías físicas, de alianzas proactivas complejas entre actores económicos varios más que de resiliencia defensiva, de creación de espacios públicos no estatales más que de politización productiva, de innovación mas que de eficiencia, de perecimiento de viejas categorías y rubros y aparición de nuevos segmentos y áreas temáticas (“arenas” dice Rita McGrath) más que de sectores productivos, y de nueva apertura y no de vieja cerrazón y por ello de necesidad de flexibilidad y agilidad más que de rigidez directiva.
La nueva generación de tratados económicos internacionales en el mundo alienta espacios supranacionales que integran economías, crean confluencias regulatorias que sostienen estándares de calidad comunes, reducen obstáculos cuantitativos, garantizan derechos subjetivos y autonomías para actores productivos y amparan jurídicamente la iniciativa, la innovación y la organización de abajo hacia arriba.
La discusión, pues, avanzará no solo hacia cómo reformar el Mercosur sino hacia quienes más se vinculen en adelante con esta plataforma.
SEGUIR LEYENDO: