La etimología de la palabra “idiota” se remonta hasta la Grecia clásica donde era el ciudadano que se preocupaba sólo por sus asuntos privados, despreocupándose de los temas públicos. El significado moderno ya los conocemos. En materia política, y rememorando a los griegos, podríamos afirmar que los idiotas son los que no se preocupan por lo público, pero como toda moneda tiene dos caras, corresponde agregar al concepto a los políticos que trabajan desde lo público, pero atendiendo sus intereses personales o privados. Es un término de ida y vuelta, como los idiotas, están por todas partes.
El origen actual de los males que padece nuestra aldea pobre es el modo de hacer política en Argentina. Tenemos un sistema político debilitado y escasa o nula credibilidad, con una oferta tipo “comida de avión”: pollo o pasta, donde los principales líderes de cada lado de la grieta infame no dejan de tirarse expedientes judiciales por la cabeza. Todo vale menos generar consensos para sanar una nación rota. En la política argentina la ética es una silla incómoda sobre la cual pocos están dispuestos a sentarse.
La casta dirigente maneja mirando permanentemente por el espejo retrovisor en lugar de hacerlo por el parabrisas. Se buscan culpables en lugar de soluciones. No sirve, chocan seguro, como lo han hecho siempre. Los resultados están a la vista con 1.500% de inflación en la última década. Un desastre. Por ejemplo, en Estados Unidos en diez años (2021 al 2012) el índice de inflación acumulada fue 17,53% (fuente Tabla inflación media de EE. UU IPC publicada por Worldwide Inflation data). Una democracia con funcionarios que funcionan frente a otra que no. Los datos matan el relato, las políticas públicas argentinas son un fiasco.
Al mismo tiempo, un funcionario que se vacuna saltando la fila y dice que de lo único de lo que se arrepiente es de no haberse sacado la foto, otro nos escupe que somos nazis a los que pensamos diferentes, el otro frente a un fallo judicial adverso a los intereses de sus jefes grita en un acto público “si quieren venir que vengan”, mientras hay cientos de miles de chicos sin un plato de comida al día, se les ocurre la genial idea de licitar diez mil “adminículos” fálicos en plena pandemia. ¡Por Dios! ¿en qué piensan?
No nos olvidemos que durante toda la pandemia, incluso en la etapa más dura, los legisladores y funcionarios ni siquiera tuvieron el “gesto” de reducir sus dietas, aunque sea un 5% para donarlo, por ejemplo, a los comedores de niños carenciados. Por eso cuando nos preguntamos qué nos está pasando la respuesta debería ser: ¡Es la política. idiota! Y sí encima votamos a los que se vacunaron primero, antes de su turno en la fila, no tenemos salida. Nos corresponde a los ciudadanos votar por un país más ético y moral, si no lo hacemos, que Dios y la Patria nos lo demanden.
Ganar una elección importa más que pensar el futuro. Necesitamos décadas de consenso para salir del fondo del pozo. Hacer política con el dinero de los contribuyentes es un acto de demagogia. No saben administrar lo público, ni ponerse en el lugar que les corresponden. La casta que nos gobierna no son los reyes ni patriarcas de nuestra nación, son nuestros “empleados”, elegidos para que administren correctamente nuestro dinero y solucionen los problemas de gestión, no para que hagan lo que se les de la gana, nos maltraten, nos dejen varados en el extranjero como parias, o salgan a dar una vuelta en el avión de Messi. Si consentimos esas conductas, los idiotas, en el sentido griego de la palabra (y en el otro), somos nosotros. Destrozaron tanto nuestra nación con sus errores grotescos que resulta imposible arreglarlos con un “plancito” para tirar un par de años, hasta la próxima elección.
Lo cierto es que el sistema político que nos gobierna actualmente se ha llenado “a dedo” de gente, que, en su gran mayoría terminan ocupando puestos para los que no están preparados o, en el mejor de los casos, tienen poco conocimiento para ocuparse de los asuntos de todos. Los que gobiernan tiene la costumbre inveterada de tomar decisiones demagogas, pensando más en la supervivencia del corto plazo, que en un futuro mejor que por su impericia nunca llega. Desanclada de la realidad y en tiempos electorales, los políticos hacen promesas elásticas de acuerdo con el contexto que pretenden sostener, relato mediante, como discurso de campaña, saben que no cumplir no tiene consecuencia alguna porque votamos como idiotas -en el sentido griego del término-.
En palabras de Daniel Innerarity: “La indignación lo pone todo perdido de lugares comunes: nuestro mayor problema es la clase política, son demasiados… no toman las decisiones correctas o lo hacen demasiado tarde, se pasan todo el día hablando, …no nos representan … todo se debe a la falta de ética …”. La buena política es la que se ocupa de solucionar los problemas de la gente, en lugar de complicarnos la vida. Desde la tarima del gobierno se han convertido en un conjunto de funcionarios que no funcionan y no logran comprender el verdadero alcance de sus decisiones. Se muestran arrogantes, desafían públicamente a quienes piensan diferente, y se sienten dueños de sus cargos y del dinero de los contribuyentes, no los representantes de sus votantes, confusión típica de un idiota.
Que un personaje de la talla de Julio de Vido salga a decir públicamente que ve “venir una implosión social, algo peor al que se vayan todos” es todo un síntoma de los tiempos que estamos viviendo. Desde otro lugar -muy diferente por cierto- Guillermo Oliveto (economista y especialista en consumo) señaló lo mismo: “A intramuros, Argentina está viviendo una implosión”. No es casualidad, algo está inflamando la paciencia de la ciudadanía mientras la política se ocupa de sus propios asuntos, total podemos seguir esperando que se ocupen de resolver los problemas de todos, mientras más de dos mil ciudadanos al día se convierten en nuevos pobres.
Primero renegamos de la relación con Estados Unidos y luego pedimos casi de rodillas que nos manden las vacunas que les sobran. La carta que se conoció de Cecilia Nicolini al CEO del Fondo Ruso de Inversión Directa es la demostración patente de la impericia en el manejo de la pandemia, donde la desesperación termina ganando el centro de la escena. La muy buena campaña de vacunación que se vio en Estados Unidos, que incluso permitió a miles de turistas vacunarse gratuitamente, demuestra el éxito no sólo de la democracia americana sino del sistema capitalista, mientras nosotros logramos 1.500% de inflación en 10 años, ellos solo tuvieron 17,53%, no es casualidad. En un lugar se hace todo mal en el otro bastante bien. Por ejemplo, nuestro gobierno, de claro tinte populista, castigó a quienes fueron a vacunarse dejándolos varados en el exterior. ¿No pensaron que cada vacunado en el exterior era una vacuna más disponible para otro argentino? ¿Son idiotas?
El sistema populista de gobierno tiene la penosa característica de igualar para abajo a la población, al mismo tiempo que iguala para arriba a la gran mayoría de sus dirigentes, quienes incrementen año tras año sus patrimonios personales viviendo una vida de lujo. Son tan hipócritas que piden a gritos un sistema de salud púbica, pero cuando tienen un problema de salud se atienden en los mejores sanatorios privados. Salen a dar explicaciones al por mayor, pero jamás a pedir disculpas por sus errores -que son muchos-. Los muertos que padecimos a la largo de esta triste pandemia no regresaran. En tanto la impericia en la provisión de las vacunas nos ha demostrado al mismo tiempo un Gobierno desorientado en sus prioridades y perdido en el laberinto de sus propias internas. El episodio de Pfizer, cuyas vacunas deberían haber sido las primeras en llegar, evidencia la torpeza que tiene el Gobierno para solucionar los problemas de la gente.
A pesar de la paupérrima gestión, hoy la vacunación en masa es un hecho en todo el mundo, con lo cual querer mostrarlo, ahora, como un logro es tanto como seguir haciendo política de la manera más idiota e inmoral posible. La vacunación de la que depende la vida de todos los argentinos, y que se paga con nuestros impuestos, no debe ser parte del mensaje de campaña. La Argentina de 2021 no nos está ofreciendo alternativas superadoras (seguimos con el pollo o la pasta, como en los aviones que no pueden regresar con los ciudadanos varados en el exterior). Desde la política es fácil tomar decisiones cuando las consecuencias no los afectan directamente.
Las ruinosas políticas publicas evidencian la miopía crónica de quienes tienen la responsabilidad de administrar lo público. No por nada en un modelo de país desvencijado como el nuestro, el principal empleador termina siendo el Estado con el dinero de los contribuyentes, que, además, es incapaz de generar políticas públicas que faciliten la inversión y la llegada de nuevas empresas, haciendo todo lo posible para echarlas a patadas en lugar de cuidarlas, es una política típica de idiotas que no tienen la capacidad necesaria para administrar los destinos de la nación. Un país que no cuida a sus empresas, empresarios y emprendedores, no tiene futuro.
Resulta sencillo ser demagogo con el dinero de los contribuyentes. Es más importante lanzar como acto de campaña el DNI binario que generar políticas para recuperar empresas que den empleo genuino a los argentinos que siguen colgados de las tetas del Estado porque no les queda otra. Con 1.500% de inflación en la última década, y la clase media argentina destruida por completo, nuestros “empleados”, que elegimos para gobernar y administrar la nación, deberían darse cuenta que los problemas de la gente no pasan por los penes de madera ni por el DNI binario, sino por la pobreza, el narcotráfico que a pasos agigantados se está apoderando de todos los rincones a lo largo y a lo ancho de nuestro país, la inseguridad, la falta de trabajo genuino en lugar de la patria “planera”, y por supuesto de gastar menos para bajar la carga tributaria que nos asfixia a todos los contribuyentes que “bancamos” la fiesta de la clase política y su vida de ricos.
El “vamos que podemos” no sirve más. La economía de los cepos, donde se regula todo es inútil, ya fracasó y va a seguir fracasando. La máquina de imprimir billetes es una droga que nos termina fulminando. Para los pobres y carenciados, al que no tiene la suerte de conseguir “un plan” no le que más remedio que el cirujeo para tratar de subsistir día a día. Y esto es resultado directo de las políticas de Estado donde los planes son bancados por los pocos que van quedando de pie y siguen pagando impuestos en una economía cada vez más chica. Todo al revés. Toda una idiotez.
Joan Manuel Serrat escribió: “Probablemente en su pueblo se les recordará como cachorros de buenas personas, que hurtaban flores para regalar a su mamá, y daban de comer a las palomas. Probablemente todo eso debe ser verdad. Aunque es más turbio cómo y de qué manera, llegaron esos individuos a ser lo que son, ni a quién sirven cuando alzan las banderas. Hombres de paja que usan la colonia y el honor, para ocultar oscuras intenciones. Tienen doble vida, son sicarios del mal. Entre esos tipos y yo, hay algo personal”.
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