Este mundo cambiante trae prosperidad para algunos y cambios para muchos. La distribución del ingreso, comparando diferentes países, sigue siendo desigual y este es un tema no sólo económico, sino que atañe a cuestiones sociales de diversa índole. La capacidad para generar industrias, para investigar, innovar y desarrollarse está desigualmente distribuida entre los países. Aún hoy, la vasta mayoría de las patentes se originan en países altamente industrializados, como Japón, los Estados Unidos y Alemania.
El sector privado crea riqueza, genera empleos, utiliza recursos naturales y atrae inversiones a niveles sin precedentes. El consumo juega un papel central aquí, el motor de todo este engranaje y hasta una fuerte influencia en la conformación de nuestra identidad personal. Los tipos de mercancía que consumimos y las marcas juegan un papel tan preponderante como en su momento lo hiciera la religión o cualquier otra ideología totalizadora. En esta línea de análisis pareciera inimaginable el fin de la empresa como reguladora de nuestra vida cotidiana. Pero, en tanto agente social, la empresa también exige ser controlada por el resto de la sociedad. Así, se exige que las empresas sean más transparentes, que mejoren su política de recursos humanos, que se establezcan relaciones justas de comercio con los proveedores y consumidores, que no dañen el medio ambiente y que no sean cómplices de regímenes políticos dictatoriales.
La responsabilidad política empresaria apunta a un compromiso empresarial con la permanencia y el fortalecimiento del capital nacional. Migraciones de empresas al exterior, inversiones en el extranjero en detrimento de las inversiones nacionales, venta de empresas gacelas a multinacionales extranjeras teniendo la posibilidad de construir un futuro en el país y el abuso distorsivo de los precios que mina la propia sustentabilidad del negocio a futuro constituyen ejemplos de prácticas que no se corresponden con la responsabilidad política empresaria.
La responsabilidad política empresarial implica un compromiso con el desarrollo del país. Comprender y aceptar esto, además, resuelve el problema de los desafíos teóricos planteados por Milton Friedman a la conveniencia del establecimiento y expansión de las prácticas de responsabilidad social en las empresas.
En la literatura de la ética para los negocios, las discusiones de intereses y responsabilidades en los negocios comienzan típicamente con una discusión entre los argumentos esbozados por Friedman por un lado y los defensores de una activa responsabilidad social empresaria por el otro. Friedman sostiene que la única responsabilidad de un negocio es incrementar sus ganancias y que nada más importa realmente.
La lectura estándar de Friedman implica asumir simplemente que las economías capitalistas sin regulación funcionarán bien para todo el mundo y están relativamente libres de conflicto. En primer lugar, él reconoce explícitamente que el capitalismo está signado por un conflicto de intereses entre el capital y el trabajo. En segundo lugar, no piensa simplemente que el Estado sea una cosa mala que debería dejarse de lado, como si el capitalismo pudiera continuar sin el Estado. Precisamente el rol del Estado sería mantener las reglas del juego y cuidar del cumplimiento de la ley. Pero el Estado también tiene la función de redistribución de la riqueza, la función de alivio de la pobreza, algo que el mismo Friedman reconoce.
El concepto de responsabilidad política empresaria apunta al hecho de concebir que las empresas deberían acompañar el fortalecimiento de las políticas públicas que tienden al desarrollo. Comprometerse con el desarrollo humano de determinada sociedad también implica asegurar las inversiones que permitan la continuidad en el tiempo del proceso de desarrollo.
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