¡Terror en la casa! La inflación de junio, según el Indec, fue de 3,2 por ciento. Como la de mayo mostró un índice de 3,3%, es difícil creer, como sostiene la palabra oficial, que se verifica una desaceleración en el ritmo inflacionario; aunque, ciertamente, es menor al 4,8% de marzo.
Es obvio: la vara está muy baja, puesto que la primera mitad del año revela una tasa de 25,3 por ciento.
La proyección inflacionaria del Gobierno, para este año, ya resulta risible. Hablar de un 29% con el nivel registrado a la fecha es como sostener que los ángeles son masculinos.
Pero, mucho más preocupante que la fantasiosa proyección inflacionaria –establecida en el Presupuesto– es la tasa de la inflación núcleo; es decir, la referida al conjunto de bienes y servicios que no son afectados tanto por impactos estacionales como por cambios regulatorios del Estado. La tasa núcleo ya lleva varios meses por encima del 3,5 por ciento. Son 9 meses.
Pese a que el dólar sigue “planchado”, los precios de los bienes crecen más que los de los servicios. La inercia inflacionaria continúa en niveles muy elevados, sólo atenuados por el ancla tarifaria y del dólar oficial. Acá está el punto a considerar para una estimación de la tasa de inflación, sobre el futuro inmediato.
Aun cuando la política monetaria del BCRA se apoye en la esterilización de los posibles excedentes de liquidez y en la aplicación de instrumentos de ahorro que cubran al ahorrista de la inflación y del tipo de cambio, no parece factible que se dé una tendencia realmente considerable a la baja de la tasa inflacionaria. La política de administración del tipo de cambio no logrará, así nomás, su propósito y, en lugar de ello, irá abonando el terreno para una futura devaluación. Probablemente, después de las elecciones. No es posible predecir ello con precisión, pero sí resulta razonable estimar un cuadro cada vez más delicado en la balanza de pagos.
La antigua receta de un dólar oficial que trata de anclar la tasa inflacionaria, después de recorrido un camino de apreciación cambiaria y de problemas en la balanza comercial, suele terminar mal.
¿Son estas líneas pesimistas? No se trata de una cuestión de ánimo personal. Se trata de reparar en las causas estructurales de la inestabilidad de precios. El excedente en la oferta monetaria acompañado por la aversión de la gente a tener pesos en sus manos es la base del problema. Por ello, los pesos se dirigen a la compra de dólares. Por ende, aumentan de valor y, así, contribuyen a acentuar la inflación.
El ministro de Economía, Martín Guzmán, pareciera que hace lo que puede. Pero, obviamente, no puede hacer mucho
El meollo de la inflación núcleo está en el desequilibrio entre los pesos que se emiten y los que la gente quiere tener en su poder. Acá está la raíz.
Bien vale, entonces, un repaso de economía monetaria. El dinero es un medio de cambio que además sirve como reserva de valor. Preservar el valor de lo que se genera es un rol central del dinero. Así también, es un instrumento para efectuar intercambios, a fin de cubrir necesidades y deseos.
Cuando decimos los pesos que la gente quiere tener, nos referimos a la demanda de dinero que depende de la confianza en quien los emite. Porque por según sea ésta, la gente demandará más o menos pesos. La demanda de dinero se refiere a la demanda de billetes y monedas en poder de la gente, las cuentas corrientes bancarias más los depósitos en cajas de ahorro.
La receta de un dólar oficial que trata de anclar la tasa inflacionaria, después de recorrido un camino de apreciación cambiaria y de problemas en la balanza comercial, suele terminar mal
Cuando aumenta la duda sobre su aceptabilidad y su capacidad de reservar valor, la demanda de dinero cae y no tiene límites en su recorrido negativo.
El ministro de Economía, Martín Guzmán, pareciera que hace lo que puede. Pero, obviamente, no puede hacer mucho. Sobre todo en la recta final hacia las elecciones, donde el gasto público es resorte para incrementar el caudal de votos favorables. Y la sociedad lo nota, aunque parte de ella se complazca con ayudas provenientes del Estado. Como maná del cielo. En su avidez por mejorar, el espejismo es visto como realidad.
Con este cuadro, no es razonable aguardar la solución al problema inflacionario.
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