Argentina se ha convertido en un país tóxico (definición atribuida al actor Oscar Martínez, luego desmentida, pero no por ello menos acertada). Quienes hemos vivido por décadas en estas tierras pudimos observar la transformación de un país que prometía un futuro mejor en otro en el cual ese futuro nunca terminó de llegar. Fuimos una nación que prometía igualdad. Hoy la desigualdad es la regla.
La sociedad está indignada, llena de incertidumbre y miedo al futuro. Si bien los argentinos somos expertos en crisis, nunca padecimos lo que nos tocó vivir durante 2020, el largo encierro tuvo consecuencias que van más allá de las económicas. Encierro, colapsos familiares, divorcios, pérdidas, muertes, enfermedades, violencia familiar, cierres de empresas, sin clases. Todo sobre una población que venía ya castigada por largos años de crisis económica.
Cuando finalmente salimos del encierro -a medias- nos encontramos con una explosión de precios y una economía devastada, donde un par de zapatillas cuesta más de lo que lo puede pagar un asalariado. Esto genera que los trabajadores tengan un horizonte muy corto, solo pueden planificar su día a día, de manera tal que se construye una realidad muy diferente a la que pueden visualizar los políticos que viven una vida holgada, ya que cobraron sus sueldos y mantuvieron todos sus privilegios durante la pandemia (y los siguen gozando, ahora con un 40% de aumento).
Mientras la mitad de nuestra población sufre “pobreza”, vemos absortos como la clase dirigente vive una vida de ricos en un país quebrado. Tienen, pago por las arcas públicas, secretarias, choferes, custodios, comida, viáticos, en fin, gozan de una vida acomodada, mientras los dirigidos padecen sus errores, son cada vez más pobres y sufragan más impuestos. Pagamos mucho por muy poco. El costo de la política argentina es pornográfico. Somos el granero del mundo, pero le falta un plato de comida a millones de ciudadanos, ¿entendemos el país en el que vivimos?
Argentina es hoy un modelo de país gobernado por la desigualdad social. La sociedad argentina poco a poco se está dividiendo entre los que tienen una vida digna, los que alcanzan una vida apenas digna y los que no tienen nada de todo lo anterior. Esa desigualdad aberrante es consecuencia directa del fracaso de quienes han dirigido los destinos de nuestra nación, incapaces de generar las soluciones necesarias para tener una sociedad mejor, resultado de un modelo de país donde se gobierna para ganar una elección y no para arreglar los problemas que padecemos.
Tenemos un presidente que dice públicamente: “Si no le damos igualdad de oportunidades a todos, el mérito no alcanza”. Es una verdad a medias. Oportunidad y mérito son las caras de una misma moneda. ¿Qué oportunidades se le está dando a los chicos que no tienen ni siquiera un techo para cobijarse del frío a la noche? ¿Qué oportunidad tuvo el comerciante que perdió el trabajo de toda su vida, tuvo que cerrar su comercio y debe pedir ayuda del estado para comer? Podría seguir con los ejemplos, pero creo que es innecesario. El punto es claro: en una sociedad desigual las oportunidades no empiezan de abajo para arriba, sino al revés. Se debe cuidar al que da empleo para que genere trabajo genuino. Los empresarios, los emprendedores, los comerciantes, los profesionales, son los nuevos héroes de la recuperación de nuestra nación. Es a partir de su esfuerzo que se puede traccionar empleo genuino y volver poco a poco al país donde el ascenso social sea una posibilidad, y no en el que estamos ahora donde el descenso social es una realidad.
Las oportunidades se podrán igualar cuando la dirigencia política termine de entender que son muy caros para un país quebrado. Que con los miles de millones de pesos que nos cuestan a todos los argentinos mes a mes, se podrían generar muchas oportunidades para los más carenciados. Cada legislador tiene un elenco de asistentes que equivale o supera en muchos casos a una Pyme, con la diferencia que sus costos los pagamos entre todos. El mismo presidente, la vicepresidenta, cada uno de los ministros, los secretarios de Estado, gozan de una gran cantidad de privilegios a los que acceden gracias a la política, pero se sigue hablando de “igualdad de oportunidades”. ¿Por qué no empiezan por dar el ejemplo y prueban con la austeridad? ¿Por qué no dejan de contratar amigos y militantes que no hacen nada más que pasar por caja una vez al mes?
Nos toman el pelo. Cuando un funcionario tiene un problema de salud se atiende en la mejor clínica privada a la que tenga acceso, es operado en tiempo y forma y atendido a cuerpo de rey. Más de la mitad de la población no tiene esa posibilidad. Debe ir a un hospital público deshilachado, muchos casi en ruinas, esperar largas horas para ser atendido por un médico y meses para obtener un turno para una cirugía. En ese contexto hablar de meritocracia resulta una hipocresía. ¿Entendemos realmente el país en que vivimos?
Hay que sacarse el disfraz y el afán por ganar la próxima elección. Deben gobernar para la gente, ya que para eso fueron votados. No tengo duda alguna de que si nos ponemos a discutir en serio, despojados de los relatos infames de la política berreta, la gran mayoría de los argentinos estaríamos de acuerdo. Las diferencias no son tantas. Lamentablemente la grieta que se ha instalado en la sociedad, pingüe negocio para un sector importante de la privilegiada clase política, hace hoy imposible ese diálogo para perpetuarse en el poder, vivir una vida de privilegios y mantenerse ajeno a las consecuencias de sus propios errores. Muchos se disfrazan de políticos, pero no lo son. Son oportunistas que se venden al mejor postor.
El pasado 12 de abril de 2020 el presidente dijo: “Prefiero tener 10% más de pobres y no 100 mil muertos en Argentina”. Lamentablemente hoy superamos ambas cifras. Todo lo que se hizo fue desordenado, bajo el paradigma del “vamos viendo”, tanto la tardía provisión de vacunas, como las trabas a las vacunas americanas como Pfizer, fue un dolor de cabeza para todas y todos los argentinos. Esa política del “vamos viendo” es la que nos llevó a superar los cien mil decesos. Si sumamos el episodio del vacunatorio VIP, donde el primer mandatario no tuvo más remedio que mirar para el costado, no es difícil llegar a la conclusión que los valores de quienes tienen la responsabilidad de gobernar están trastocados.
Desde la política se obtuvo el logro de convertir a un sector muy importante de nuestra población en una clase caduca. Tenemos una generación de chicos que nacieron en hogares donde el único ingreso proviene del Estado. Argentina modelo 2021 es un país planero, donde la asistencia estatal es a la vez una demostración del fracaso del modelo de país y un grillete de la política que asegura los votos indispensables para seguir en el poder. El problema es que sobre ese modelo planero, la generación de empleo genuino queda relegada. Tenemos tantos problemas acuciantes por resolver, que tener una visión de largo plazo es una utopía.
Con el clima político actual cualquier pensamiento con miras al futuro termina secuestrado por el apuro del día a día. En el modelo de país planero, pensar distinto es ser nazi. Y no nos olvidemos de que tenemos “NODIO”, el Observatorio de la desinformación y violencia simbólica, cuyo objetivo es trabajar en la detección, verificación, identificación y desarticulación de las estrategias argumentativas de noticias maliciosas y la identificación de sus operaciones de difusión. En un país libre, donde rige la Constitución Nacional, no sería necesario. Nuevamente me pregunto ¿Entendemos realmente el país en que vivimos? ¿Hacia adónde vamos?
La libertad no vale de mucho si no se tiene un presente que permita vivirla. En el formato de país planero el ciudadano de a pie es cada vez más irrelevante. Invisibilizados a consecuencia de la falta de un futuro que les otorgue una vida digna, un trabajo con el cual ganarse su sustento y volver a la senda del tan ansiado (y hoy lejano) ascenso social. El modo planero de vida es una batalla perdida. Su fracaso es patente. Los niños hambrientos no tienen libertades porque la pobreza los termina esclavizando de las necesidades que quedan insatisfechas, que por cierto son enormes. El sistema planero esclaviza a ese sector que dice proteger.
Cabe una afirmación de Abraham Lincoln cuando dijo: “Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo”. Un gobierno ineficiente pronto genera en la población la indignación suficiente para producir, por medio del voto popular, su cambio. Pero, siempre hay un pero, mediante el control gubernamental de ciertos medios de comunicación se intenta sostener la épica del relato, tomando medias verdades, para convertirlas en epopeyas dignas de los libros de historia. Es así como el relato termina siendo un ariete del mecanismo populista que, en modo planero, busca sobrevivir y perdurar.
Una autocracia puede, mediante estos mecanismos, perpetuarse en el poder, posponiendo los temas urgentes como la pobreza, la inseguridad, la falta de educación, el narcotráfico, la crisis energética, la excesiva carga fiscal que es una ancla para el crecimiento económico y solo sirve para mantener a la oligarquía que derrocha las arcas públicas. Por eso el modelo de autocracia populista y planera se termina camuflando con las ropas del progresismo, solo para disimular un poco.
Los argentinos venimos votando con los pies, en lugar de hacerlo con la cabeza. Una parte importante de nuestra población, vencida por la pobreza termina rindiéndose a los pies de la patria planera, que en definitiva le asegura la miseria que recibe, pero al menos es algo, porque no tienen otra opción a la que recurrir. El relato termina siendo el refugio de los más necesitados, rehenes de las penurias que les genera el propio sistema que tienen que abrazar para recibir un poco de miseria al mes.
Mientras todo esto nos pasa, los dos principales líderes políticos de la nación se tiran por la cabeza causas judiciales, ocupan su tiempo en defenderse de lo que dicen son los ataques del otro. Es su responsabilidad cerrar la grieta y no agrandarla porque están destrozando a la nación, somos cada vez más pobres, tenemos cada vez más problemas, estamos cada día más alejados del mundo civilizado, es una locura insostenible. No es sensato seguir sosteniendo este modelo que nos lleva directamente al fondo del abismo ¿entendemos el país en el que vivimos?
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