El pueblo cubano está cansado de la dictadura que lo tiene sometido desde 1959. La revolución, que en su momento despertó gran admiración, terminó por transformarse en una pesadilla y la promesa libertaria de hace 62 años se desvaneció. Cuba no es hoy un país libre: para su gente se ha transformado en una cárcel.
El sistema económico cubano no funciona, allí prácticamente no existe la moneda, hay escasez y todo está siendo velozmente agravado por la pandemia, que en los últimos días ha registrado una escalada importante de contagios y muertes. La gente está desesperada. Reclaman igualdad para el acceso a los alimentos, vacunas para todos, apertura económica, basta de censura y de represión. En definitiva, apertura económica, cultural y libertad política.
Cuba es hoy una dictadura en toda regla. Un sistema opresivo donde quienes detentan el poder no quieren perder sus privilegios. Lo mismo ocurre en Nicaragua. Lo mismo sucede en Venezuela. En los tres países hay presos políticos, represión, asesinatos políticos, censura, persecución a opositores y elecciones ficticias.
El régimen opresor que hoy lidera Miguel Díaz-Canel está siendo víctima de sus propios excesos y del triste resultado de una concepción de la economía que la historia ya sepultó.
Por suerte, el desarrollo tecnológico en materia de comunicaciones vía internet y los opositores al régimen que viven allá han logrado que hoy el mundo entero puede ver “en vivo” a los manifestantes reclamando libertad y democracia, mientras los escuadrones represivos del régimen los persiguen, reprimen y se llevan gente detenida sin que se conozca su destino.
El pasado 11 de julio, Miguel Díaz-Canel llamó a los suyos a reprimir. Lamentablemente los revolucionarios de ayer son los represores de hoy y los verdaderos revolucionarios son quienes luego de 62 años de estar oprimidos claman por reformas democráticas y libertad. Piden que acabe la dictadura. Quieren, con todas las letras y las garantías, su propia autodeterminación.
Lo que “cuesta” comprender es el silencio del gobierno nacional frente a semejantes vejaciones. Lo que sí queda bien claro es que este silencio estruendoso avala la represión. Bien lo dice el dicho popular: el que calla, otorga.
Obviamente no estamos a favor de la intervención de potencias extranjeras en esos países para arreglar sus asuntos internos. Pero un país con la tradición en política exterior que tiene la Argentina no puede permanecer callado cuando en un país hermano se conculcan derechos, se tortura, desaparecen personas, se cometen asesinatos políticos, se agrede a periodistas y se mantiene secuestrada a la democracia.
Dijo nuestro Presidente que no conoce “la dimensión del problema y que tiene en claro que es necesario terminar con los bloqueos”. Es falso que un hombre que presume de ser tan progresista desconozca lo que ha sucedido en Cuba. Y si el Canciller no lo mantiene informado debería renunciar ya.
Llama poderosamente la atención que un gobierno que se jacta de ser adalid de los Derechos Humanos se haga el “distraído” frente a hechos de semejante gravedad que, lamentablemente, lo emparentan con los regímenes que los producen.
El silencio atronador de personalidades afines al gobierno como el premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel, Hebe de Bonafini y el CELS son la prueba de un acompañamiento ideológico y selectivo hacia formas de gobierno totalitarias que el mundo libre repudia, atrasan en el calendario y someten a sus pueblos a la desdicha, la pobreza y la mordaza.
Cuba debe ser libre e independiente de cualquier tiranía y merece el apoyo argentino y de toda la comunidad internacional que cree en las bondades de la libertad, la democracia y, justamente, la autodeterminación de los pueblos que ella posibilita.
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