No conocí la Cuba revolucionaria. Me negué a visitar la Cuba de las jineteras. Horrible palabra para describir el lado oscuro del turismo sexual, las mujeres jóvenes, casi adolescentes, que se prostituyen por un dentífrico, un lápiz labial, una remera y en muchos casos son el único sostén familiar o el sueño de un amor que las saque de la isla. Relatos que se filtran con indisimulada jactancia machista de los que visitan ese paraíso caribeño de bellas mujeres, educadas y alegres, cuyos testimonios se pueden ver y escuchar en los numerosos videos y reportajes que han puesto la mirada sobre ese fenómeno que ha ido creciendo desde la década del noventa, cuando el gobierno cubano decidió incentivar el turismo. Con la llegada masiva de extranjeros, mayoritariamente españoles, italianos, alemanes y argentinos, la prostitución, “las jineteras tienen acceso a la economía del dólar y a un consumo privilegiado”, se lee “En las mujeres cubanas ante el Período: ajustes y cambios”, de la doctora en sociología Velia Cecilia Bobes, en el que describe el tiempo del colapso de la Unión Soviética que canceló los subsidios que enviaban a Cuba .
El oficio más viejo de la tierra, justifican los que se niegan a reconocer esa cara oscura de la revolución que prometía terminar con la prostitución y lo único que consiguió es cambiar la palabra brutal “puta” por los cínicos eufemismos “jineteras” o “trabajadoras sociales”. La palabra tiene raíces históricas. Durante las guerra de liberación contra el dominio colonial español, los mambises, jinetes se lanzaban contra los batallones de los soldados españoles para ganar la libertad. Los bromistas cubanos, o el cinismo que busca atenuante en los eufemismos, bautizaron con esa denominación a las mujeres que “aspiran a la libertad que ofrece el poder del dólar”, como se lee en la investigación de Lewis Cowie “El jineterismo como fenómeno social en la narrativa cubana contemporánea”. No se trata de mujeres que reivindican el derecho a usar su cuerpo con libertad como se escucha fuera de Cuba, en esta parte del mundo, sino mujeres que con brutal sinceridad frente a las cámaras o en la sórdida oscuridad de cuartos alquilados cuentan cómo de ser una actividad mal vista ha pasado a ser una actividad que incluso suelen ser apoyadas por sus familias porque les permite un nivel de vida impensable para el resto. Si hasta el nombre se suavizó. No es lo mismo la palabra puta, que suena como insulto, que jineteras.
Aún cuando la prostitución no esta penada, el gobierno lanzo la operación Lacra, el control de la policía, que en lugar de mitigar el problema determinó nuevas astucias para conseguir clientes. Los intermediarios, en general jóvenes, taxistas, profesores de baile, empleados de los hoteles, discotecas o guías turísticos, que se ganan una comisión ofreciendo “jineteras” para eludir el control de la policía para poner freno a ese fenómeno, que se propagó como la pólvora y está íntimamente asociada al turismo.
El fenómeno es visible en las calles “cuando la noche languidece renacen las sombras”, como dice la vieja canción. En los reportajes de la prensa extranjera, o los videos caseros hechos en Cuba, abundan los testimonios de jóvenes, en general mulatas, que cuentan que pueden ganar en una tarde el equivalente a lo que gana un médico en un mes. Con una prensa amordazada por la censura oficial, la mejor literatura cubana da cuenta de ese fracaso revolucionario. Amir Valle, uno de los “novísimos” escritores nacidos tras el triunfo de la revolución, en los primeros años del siglo XXI comenzó a publicar las cinco novelas de la serie “Descenso a los infiernos”, que lo convirtieron en uno de los narradores de novela negra más célebres de Cuba, en las que se ocupa de esa marginalidad. La droga, la prostitución, la corrupción, el chantaje a la homosexualidad. Todo lo que la prensa cubana ignora.
Amir Valle retrata lo que ve en su barrio al que llegó “como un paria” desde Cienfuegos y no tenía ni siquiera un techo y tuve que vivir de la caridad de algunos amigos escritores”. A partir del encuentro de una amiga, ahora jinetera, inicia una investigación que bajo el título " Habana-Babilonia, la cara oculta de la jineteras” presentó en la categoría Testimonio al codiciado premio Casa de las Américas. El premio es declarado desierto, pero supuestamente un empleado desconocido cuelga una copia en internet y de la noche a la mañana se convierte en un fenómeno cultural con copias clandestinas que circulan de mano en mano. El libro finalmente se publica fuera de Cuba bajo un titulo directo, “Jineteras”. La publicación de sus otras novelas le crean tensiones con la burocracia cultural y le obligan a instalarse en Alemania, desde donde exige su “derecho a entrar y salir de Cuba cuando yo lo decida”. No se trata aquí del análisis literario de la novela sino de ese derecho humano fundamental, el de desplazarnos, y de los temas que en sus novelas desnudan la parte oscura de la revolución que efectivamente garantizo salud y educación formal pero sesenta años después, la prostitución no puede ser la aspiración de las jovencitas para tener un perfume, un lápiz de labio, un jean o un amor que las saque de Cuba. Para no hablar de lo que ya es obvio, el grito callejero, “Vida y libertad”, convertido en un himno de la rebelión de San Isidro en el que reconocemos nuestro mismo grito “no tenemos miedo” del fin de la dictadura, cuando con la misma emoción los argentinos cantamos junto a Jairo la bella canción con la que en el advenimiento de la democracia nos prometíamos un “país feliz, con amor y libertad”.
SEGUIR LEYENDO