Un Plan de Desarrollo Productivo Verde para la Argentina del siglo XXI

En el ámbito internacional, las políticas productivas del siglo XXI están empezando a incorporar la dimensión ambiental como un eje fundamental de acción. Nuestro país no es la excepción, y es por eso que hoy estaremos lanzando esta iniciativa que busca armonizar y congeniar las tres sostenibilidades que nuestra economía necesita: la social, la macroeconómica y la postergada sustentabilidad ambiental

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Dos operarios fijan paneles solares
Dos operarios fijan paneles solares

Las políticas productivas se han centrado históricamente en la transformación de la estructura productiva con miras a incrementar la generación de empleo de calidad, el desarrollo territorial, la productividad de las empresas, la incorporación de tecnologías y el incremento de las exportaciones. Estos objetivos continúan siendo prioritarios, pero no es menos cierto que la agenda tradicional productiva prestó poca atención a una variable también fundamental: la ambiental.

El mundo atraviesa desafíos ambientales mayúsculos, como el calentamiento global, la presión sobre los ecosistemas y la pérdida de biodiversidad, por mencionar solo algunos. Si dañamos irreversiblemente al ambiente, la propia economía y la producción se verán severamente afectadas.

En el ámbito internacional, las políticas productivas del siglo XXI están empezando a incorporar la dimensión ambiental como un eje fundamental de acción. Argentina no es la excepción, y es por eso que hoy estaremos lanzando el Plan de Desarrollo Productivo Verde.

Este Plan busca armonizar y congeniar las tres sostenibilidades que nuestra economía necesita: la social, la macroeconómica y la postergada sustentabilidad ambiental. Lejos de ser un costo, como históricamente se la ha pensado, la variable ambiental puede y debe ser una herramienta para el desarrollo productivo, a partir de la creación de nuevas tecnologías, nuevos sectores productivos y nuevas oportunidades, tanto para las empresas como para trabajadoras y trabajadores.

¿De dónde venimos?

Argentina viene de tres años consecutivos de recesión: la insustentabilidad macroeconómica del plan económico del gobierno anterior derivó en la explosión de una crisis cambiaria en 2018, que terminó por deprimir el poder adquisitivo de las familias, el consumo y la actividad económica. Todo ello condujo a un aumento de la pobreza, que pasó del 25,7% al 35,5% entre fines de 2017 y fines de 2019. Sobre ese escenario, y tras apenas tres meses de nuevo gobierno, afrontamos la pandemia del COVID-19, que generó un cimbronazo adicional sobre la economía argentina.

Argentina debe recuperar su crecimiento económico, fundamental para la sostenibilidad social. A su vez, ese crecimiento debe ser, por un lado, sostenible en términos macroeconómicos y, por el otro, en términos ambientales. La sostenibilidad macroeconómica es fundamental para superar de una vez la crónica volatilidad macroeconómica de nuestra economía. Y lograr tal sostenibilidad requiere, en primer lugar, de divisas (sin las cuales el peso se devalúa, y los ingresos de las familias también) y en segundo lugar niveles razonables tanto en la deuda pública como en los equilibrios de las cuentas públicas. En tanto, la sostenibilidad ambiental es indispensable para desacoplar el impacto que hasta ahora las actividades productivas han tenido en el ambiente (sea en términos de emisiones de gases de efecto invernadero como de presión sobre la naturaleza). El desarrollo productivo verde justamente apunta a atender las tres sostenibilidades en simultáneo.

Veamos algunos ejemplos de por qué es necesaria esta visión integradora. Durante el gobierno anterior se implementó un plan de incorporación de energías renovables, el llamado “Plan Renovar”. Las energías renovables son, sin lugar a dudas, una apuesta fundamental para enfrentar de manera efectiva la amenaza del cambio climático. Dicho programa puso el eje en incentivar proyectos de generación eólica y solar y tuvo sus avances. Sin embargo, el Plan Renovar se desentendió de la sostenibilidad macroeconómica y de la social, ya que los proyectos casi no tenían producción nacional de equipos (impactando muy poco en la generación de empleo y capacidades tecnológicas locales), eran altamente demandantes de importaciones y se financiaban casi enteramente con endeudamiento externo. Cuando explotó la crisis económica de 2018, los proyectos se frenaron. Si, por el contrario, se hubiera apostado por incentivar proyectos de energías renovables con equipamiento nacional (con empresas como IMPSA), trabajo argentino y financiamiento en moneda nacional, se podría haber atendido a las tres sostenibilidades mencionadas en simultáneo. No hay sostenibilidad ambiental sin políticas no tengan en cuenta la sostenibilidad macroeconómica y la sostenibilidad social.

Otro ejemplo en donde Argentina tiene una oportunidad para apostar a la triple sostenibilidad es el de los vehículos eléctricos. Los vehículos tradicionales de combustión interna son responsables de buena parte de las emisiones de gases de efecto invernadero, al alimentarse con combustibles fósiles intensivos en carbono. De este modo, la transición hacia la electromovilidad es uno de los engranajes fundamentales de la descarbonización de la matriz productiva. El mundo avanza en esa dirección, proceso que comenzará a tomar una mayor escala en la segunda mitad de esta década y se consolidará en la próxima. Ahora bien, si Argentina importara tales vehículos eléctricos en lugar de producirlos aquí, estaría descuidando la sostenibilidad macroeconómica (ya que gastaríamos divisas que, bien sabemos, escasean) y la social (ya que dejaríamos de crear miles de puestos de trabajo y desperdiciaríamos nuestro potencial productivo y científico-tecnológico). Y Argentina tiene con qué fabricarlos acá: tenemos un enorme potencial en litio y cobre (insumos fundamentales de los vehículos eléctricos) y una larga historia automotriz, que supone un punto de partida más que interesante.

Un tercer ejemplo es el del hidrógeno, que el gobierno nacional viene impulsando como estratégico para el futuro. Es un combustible alternativo que requiere de energía para ser producido. Si la energía utilizada en ese proceso es renovable, se dice que el hidrógeno es “verde”. Argentina tiene un enorme potencial para desarrollar el hidrógeno verde, ya que tenemos excelentes niveles de radiación solar en el NOA para utilizar energía solar y uno de los mejores vientos del mundo en la Patagonia para generar energía eólica. De acuerdo a estimaciones que hicimos en el Ministerio de Desarrollo Productivo, Argentina podría exportar en el futuro más de 15.000 millones de dólares de hidrógeno y generar 50.000 puestos de trabajo en toda la cadena. De este modo, estaríamos yendo, una vez más, en dirección hacia la triple sostenibilidad mencionada, al generar divisas, empleos y mejora ambiental.

Una imagen poco convencional de
Una imagen poco convencional de la reciente cumbre del Mercosur. Kulfas (a la izquierda de Alberto Fernàndez) dijo que la Argentina tiene una agenda "màs noble" para el bloque, incluyendo el desarrollo "verde"

Un modelo de desarrollo productivo verde para la Argentina

Desde el inicio de nuestra gestión en el Ministerio de Desarrollo Productivo estuvimos trabajando en algo hasta ahora inédito en Argentina: un Plan de Desarrollo Productivo Verde. Este Plan es el inicio de un camino hacia el desarrollo sostenible y la economía verde del siglo XXI. Dada la magnitud del desafío que enfrentamos, esta propuesta histórica pretende ser amplia e invitar a diferentes actores del sector público, el sector privado, a las y los trabajadores, los movimientos sociales y ambientales, las ONGs y la ciudadanía a construir en conjunto un modelo de desarrollo sostenible que nos permita crecer, reducir la pobreza y la desigualdad, aumentar el empleo y la productividad, a la vez que protegemos el ambiente local y global.

Trabajaremos sobre cuatro ejes estratégicos. El primer eje se denomina industria nacional para la economía verde, y apunta a generar sectores productivos nuevos (como la movilidad eléctrica -incluyendo no solo autos y buses eléctricos sino también bicicletas eléctricas- y el hidrógeno), y a desarrollar proveedores de bienes y servicios para estos sectores. Asimismo, impulsaremos la provisión nacional de equipos para las energías renovables; es aquí donde la reciente capitalización de IMPSA cobra un valor estratégico. Lanzaremos el Programa Soluciona Verde, mediante el cual apoyaremos con aportes no reembolsables a empresas de la economía del conocimiento que provean soluciones tecnológicas de alto impacto en mejora ambiental. Próximamente firmaremos un convenio con entidades del sector privado para impulsar la fabricación local de bicicletas eléctricas con creciente contenido nacional, y también apoyaremos por medio de líneas de crédito el consumo de las mismas. Lo mismo haremos con la producción nacional y el consumo de calefones solares.

El segundo eje es la transición hacia una economía circular. Tradicionalmente, los procesos productivos se concibieron de modo lineal, esto es, extrayendo recursos de la naturaleza, transformándolos y luego generando residuos. El paradigma circular pretende que los residuos sean reutilizados como insumos productivos, con una notable mejora en términos de sostenibilidad ambiental. Comenzaremos con un Piloto para el Fortalecimiento de la Economía Circular que servirá como puntapié para delinear una política integral centrada en aumentar la capacidad productiva de las cooperativas y PYMEs en la valorización de residuos, con foco en plásticos, papel y cartón, residuos de aparatos eléctricos y electrónicos y aceite vegetal usado. A su vez, con el Programa de Desarrollo de Proveedores apoyaremos proyectos centrados en la fabricación de máquinas nacionales para reciclado.

El tercer eje se denomina producción sostenible para más competitividad. El mundo demanda cada vez más productos fabricados con mejores estándares ambientales y, a la vez, con menores requerimientos de emisiones de carbono. De este modo, si queremos ser competitivos y exportar más en el futuro, necesitamos urgentemente apoyar la adecuación ambiental de nuestras empresas, la trazabilidad y la eficiencia de recursos y energía en los procesos productivos. Para ello pondremos en marcha el Programa PyMES Verdes, que otorgará financiamiento, capacitaciones y asistencias técnicas para que en una primera etapa 3.400 PyMEs puedan innovar y adecuarse en procesos y productos de menor impacto ambiental. También, el Programa de Desarrollo de Proveedores financiará a empresas que fabriquen motores de alta eficiencia energética y máquinas para tratamiento de efluentes.

Por último, el cuarto eje es el de la industrialización sostenible de los recursos naturales y supone, por un lado, la agregación de valor de los recursos naturales y el desarrollo de proveedores nacionales en torno a las actividades intensivas en recursos naturales y, por el otro, estrictos controles ambientales y procesos de inclusión de los actores locales. Por ejemplo, el Programa de Desarrollo de Proveedores, al brindar financiamiento a proyectos que apunten a la producción de equipos para la energía y la minería. El impulso que venimos dando al cannabis medicinal va en una trayectoria similar, al apuntar a desarrollar la bioeconomía nacional en toda su cadena de valor.

Para llevar adelante tamaña empresa, hemos creado el Gabinete de coordinación del Desarrollo Productivo Verde en el Ministerio de Desarrollo Productivo, para darle seguimiento integral a todas aquellas iniciativas que impulsemos bajo esta perspectiva. Asimismo, asumimos el compromiso para que los programas ministeriales que apunten a la sostenibilidad social, macroeconómica y ambiental ganen participación en el presupuesto año tras año.

La pandemia pronto quedará atrás. Y Argentina tiene con qué salir adelante. Pese a nuestras recurrentes crisis, tenemos importantes capacidades productivas: podemos producir vacunas y respiradores, tenemos miles de empresas que se dedican a la economía del conocimiento y un gran potencial tanto en la industria como en nuestro sector primario. Y ese potencial también es enorme para encarar la transición hacia el desarrollo verde. La pandemia no postergó nuestros esfuerzos para pensar el desarrollo a mediano y largo plazo: pusimos en marcha la Ley de Economía del Conocimiento, lanzamos e implementamos el Plan de Desarrollo Productivo Argentina 4.0 y un programa de inclusión financiera para PYMES que permitió incrementar sensiblemente el financiamiento productivo, junto a numerosas iniciativas que han permitido recuperar dinamismo en nuestro sector industrial. Hoy damos este nuevo paso para modernizar nuestras políticas productivas, trabajando para que el enorme potencial de nuestro país pueda convertirse en realidad.

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