La no injerencia se parece bastante a la complicidad

Aunque el canciller Felipe Solá refirió que el gobierno no tiene aún una postura tomada sobre la situación en Cuba, la posición parece bastante clara. Difícil esperar que Argentina condene las violaciones a los derechos humanos en la isla, si no lo ha hecho con Venezuela o Nicaragua

La manifestación de este domingo frente al Capitolio cubano, en La Habana (EFE/Ernesto Mastrascusa)

Las siguientes reflexiones se escribieron entre el 9 de julio y el 11 de julio, sin saber que podía establecerse una relación entre ellos. Entre el día de la independencia argentina y el día de la rebelión cubana que clama por libertad. Se puede imaginar al Presidente argentino preguntándose de qué se quejan los cubanos con la maravillosa “libertad colectiva” de la que gozan.

Ojalá fuera ignorancia la expresión de Alberto Fernández, según quien “la libertad no es un acto individual”. Porque reinterpretar la idea de libertad desde la palabra presidencial no es una mera opinión, es un ejercicio de poder. Y en los términos elegidos por el mandatario lo que hizo fue ejecutar una negación del individuo, del sujeto de derecho, del soberano, y lo hizo desde la más alta magistratura, en un nuevo acto de hostigamiento al espíritu de libertad y sus garantías que rige en nuestra Constitución. Una vez más, el Presidente contradijo los postulados de la ley de leyes que juró hacer cumplir. Claro que la libertad no es un acto, sino una condición intrínseca al ser humano: es directamente su esencia. Lo mismo que en nombre de lo colectivo se le niega a los cubanos desde hace 62 años. Libertad de pensamiento, de expresión, de determinación sobre sus vidas. Como si le pertenecieran al régimen.

El Presidente y su gobierno, sorprenden cada día con intentos de sustituir por vía retórica o administrativa, es decir, arbitraria, la forma de vida consagrada en nuestra juridicidad. Por eso también quieren someter al Poder Judicial y a la República.

Porque ser libre en una democracia es poder determinar nuestro destino como individuos según decidamos, en tanto no obstruyamos la libertad de otro y en el marco de la ley. Ser libre no es lo que dictamine Alberto Fernández ni Juan Pérez.

Las personas percibimos el mundo desde nuestra individualidad, y en ella radica la potencialidad de los bienes que podemos ofrecerles a las sociedades que integramos mediante nuestro desarrollo. ¿Qué es la libertad sino nuestro derecho a ser exactamente quienes somos? Cuando el presidente niega la libertad individual se inscribe en las más rancias tradiciones autoritarias.

Le bastaría leer la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que en su articulo 1 dice que todos los hombres nacen libres para luego referir las implicancias de ese carácter imprescriptible e irrenunciable que le corresponde a la persona humana como sujeto de derechos, para darse cuenta de la talla de su ofensa moral, jurídica y filosófica al negar la libertad individual en el mismo día de la celebración de la independencia.

La pandemia, se convirtió en la excusa ideal para instrumentar experimentos de control social y político en países con democracias débiles o para profundizar la opresión en los regímenes autocráticos. Para poner en cuestionamiento verdades auto evidentes, y para contradecir los postulados más fundamentales del ser humano. La mala noticia para esas intenciones es que la pandemia también encendió como nunca el fuego de la libertad en la conciencia de las personas. Somos nuestra libertad o no somos. En estas horas, lo inimaginable ocurrió en Cuba. Protestas multitudinarias que enfrentan al régimen dictatorial de los Castro no han sido sofocadas ni con los encarcelamientos sistemáticos que llevaron a decenas de artistas a las mazmorras de presos políticos desde marzo, ni lograron acallar el movimiento conocido como San Isidro, nacido en Noviembre de 2020 como un David frente a Goliat, que con arte y pensamiento se le plantó a la dictadura en el malecón con el poder de la dignidad humana.

Difícil esperar que Argentina condene las violaciones a los derechos humanos en Cuba, si no lo ha hecho con Venezuela o Nicaragua. A fines de mayo, mientras la llamada primavera negra desataba su redada de detenciones de artistas e intelectuales en la isla, la ministra de salud Carla Vizzotti se reunía entre sonrisas con el dictador de Cuba Miguel Díaz-Canel, que en estas horas promovió el derramamiento de sangre entre hermanos y luego se jactó de la represión política. En aquella visita, justificada por la negociación por vacunas aún en fase de desarrollo, la funcionaria argentina no mencionó ni una sola palabra sobre lo que ocurría en las calles. Aunque el canciller argentino Felipe Solá haya referido que el gobierno no tiene aún una posición tomada sobre la situación en Cuba, la posición parece bastante clara. La no injerencia se parece bastante a la complicidad. La Argentina gobernada por los K es aliada de dictadores y autócratas. Ya se mostraba Cristina Kirchner pletórica con capelina blanca en su último encuentro con Raúl Castro, en marzo de 2019. Nunca la incomodó estar rodeada por un país hambreado y oprimido. Quizás solo proyecte su ideal de dominio, aunque ese sería un tema para los psicoanalistas. “Yo no sé lo que está pasando en Cuba, pero terminemos con los bloqueos”, afirmó más tarde el Presidente de la Nación. ¿Quiere que le diga lo que pasa en Cuba, Presidente? Desde hace tiempo que Cuba es una cárcel. Desde hace tiempo Cuba es una cárcel y desde hoy tiene más secuestrados y torturados. Si fuera el paraíso socialista que tantos proclaman, su gente no querría jugarse la vida para escapar. Que si algo no tienen los paraísos, uno supone, porque no es necesario, es candado. Extraño paraíso del que la gente huye desesperada. El régimen dictatorial cubano es el último bastión donde la cortina de hierro no ha caído. Supera por más de dos veces los 28 años del muro de Berlín y es eje de un avance que ya se ha afincado en Venezuela y busca extender sus tentáculos al resto de Latinoamérica. Argentina está en la mira de la línea opresiva que ya une a La Habana y Caracas bajo la sombra de China y Rusia.

La causa de Cuba no es sólo la causa de los cubanos. La causa de Cuba es la causa de la libertad y de los hombres y mujeres libres. Porque la falta de libertad de cualquier otra persona nos disminuye. Parafraseando al poema de John Donne, en términos de libertad, ningún hombre es una isla.

* Editorial de Cristina Pérez en “Confesiones en la noche” - Radio Mitre

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