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Con la copa de América en alto, el genial sintetizador de cuerpo, inteligencia de resolución a la máxima velocidad, arte, Messi, ha terminado de encontrarse con Messi.
Porque el camino, Leonel Messi, ha sido largo. Es la larga marcha para encontrar su identidad: habla hoy como si saliera de Rosario donde hizo el primario y los cazadores de talentos para el Barcelona convencieron a los suyos de llevárselo a los trece. El proceso no fue sencillo. Con todo lo necesario para vivir muy bien, a partir de entonces los Messi fijaron nuevo territorio. Jorge y Celia, los padres- y desde el primer contrato de Leo su guía y empresario- dejaron el marco en el sur de Rosario donde se habían casado en el 78, él como trabajador de SOMISA y Celia en una fábrica de baterías a las que agregaba con horas limpiando casas de vez en cuando. Jorge Messi también dirigía y entrenaba equipitos de chicos que nunca paran de patear - nunca es nunca-en canchas de poco pasto y algunos caballos sueltos en las enormes villas que forman una herradura como entrada y recepción desde Buenos Aires.
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No todo lo que había era aportado por el club para los Messi, aunque sí lo principal, el tratamiento para crecer: era demasiado bajito para hacerlo posible en plenitud. Una pierna y luego la otra se le aplicaron inyecciones al adolescente Leo todos los días. Muy dolorosas. Era imprescindible para que cuajara el crack que despuntaba con estilo deslumbrante- lento, rápido, gambeta sin detenerse, goles casi inverosímiles-, para que los días de este mundo pudieran ser Messi. Después de tres meses y 35.000 dólares fueron ganados cinco centímetros y medio: los setenta.
Hace ya mucho que lo es. Pero su formación en Catalunya, el otro mundo , influyó sin dudarlo un segundo. Aunque tome mate y hable- poquísimo hasta ahora- cuando se produjo un pacto clamoroso con la hinchada argentina-, se trata de dos maneras de vivir, de pensar si lo prefieren. La formidable actuación del mejor fue una promesa de esponsales. Hasta hace muy poco la promesa estaba incumplida. Messi , diría, es una en dos personas . El genio inhibido de cuyos botines dorados surgen hechos de asombro y de su mente la chispa que lo define todo, se afirma en el hecho inquebrantable de ser argentino. Durante años, un poco de verdad no le hace mal a nadie, la tribuna no digirió con facilidad a Leonel Messi. No era de aquí, jugaba mucho mejor en Europa, era un pecho frio, arrugaba en las dificultadas. Eso no se puede ocultar y es seguro que al tenaz argentino que Leonel guarda en el corazón contra todo viento lo nublaba. En gran medida porque, a mi juicio, los argentinos somos muchas cosas entre las que se destaca un nacionalismo fácil y peligroso.
En la medida en que el capitán consiguió poco a poco conectar – a jugar mejor, es simple- empezó una estruendosa historia de amor hasta entonces negada. Aprendió casi todo el Himno, soltó algunas frases sin equivocación dirigidas a las hermanas y madres de los contrarios. Él, tan prudente. Querías caldo, dos tazas, se dio cuenta . Él, que casi jibariza su vida social quizás por la versión de que relacionarse fuera de su adorable familia lleva consigo una versión menor del trastorno de Asperger. Verdadero o falso , lo que hace es insuperable, algo que solo puede alguien de brillo impar puede conseguirlo.
Al volver, a unos cincuenta kilómetros de Barcelona, donde vive, habrá de sentirse muy bien al unir las partes. Y cumplida una meta inversa a la que representa Maradona. Diego era el de la gente, tenía que dar “alegría”. Recordamos la babeante canción de Fito Páez. “Dale alegría, alegría a mi corazón”, una especie de huayno de altiplano que promueve más lágrimas que risas , un ruego de lo menos tribunero que uno pueda imaginarse. Este es el punto opuesto: el del público entregado al propósito de que Messi sea feliz. No parece mala receta para que la Selección gane la copa de América.
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