Con pandemia y sin pandemia, la pobreza parece ser un tema de agenda constante en Argentina. Una profunda tristeza porque si llamamos a las cosas por su nombre, la pobreza no es otra cosa que sufrimiento humano. No son estadísticas, no son números, no son presupuestos, es sufrimiento, y si lo hay es por indiferencia, inacción o complicidad de quienes no están sumergidos en ella.
¿Se destina presupuesto? Si. ¿Se destina tiempo? Si. ¿Se destinan recursos humanos? Si. Entonces, ¿cuál es la causa del problema a resolver?
Trabajar en contextos de alta pobreza, me permitió entender que el origen de este sufrimiento es el hambre de dignidad. La pobreza se lleva por delante miles de historias y rostros que no han logrado identificarse con su dignidad que les permita salir adelante, superarse, transformarse. No se trata de dar, se trata de despertar, la persona no es una vasija que hay que llenar sino una luz que hay que encender.
¿Cómo hacemos para combatir esta hambre? Rompiendo el espiral de pobreza que lo genera. La hoja de ruta que utilizamos en los campus de dignamente.org es Niñez–Familia–Comunidad laboral.
Vayamos a la práctica, le propongo que tome un área geográfica concreta, puede ser un barrio urbano o un paraje rural del monte, es lo mismo. ¿Por dónde empezamos?
1 - Priorizar y proteger la niñez. La infancia debe ser indiscutiblemente el primer tema a abordar. Es el más urgente. Casi el 60% de los niños en Argentina son pobres, esto es una epidemia que debemos frenar, su desarrollo es nuestro presente y nuestro futuro. ¿Dónde están, quiénes son, cómo viven? ¿Cuántos menores de 2 años transitando su periodo crítico de desarrollo tenemos? ¿Cuántas embarazadas con vulnerabilidad social hay? ¿Hay niños malnutridos? Si, él es Juan y vive allí, ella es Sofi y vive así. Necesitamos cerebros sanos y ambientes estimulantes para que su desarrollo sea fecundo y puedan estudiar y capacitarse el día de mañana ya que este es y será el principal capital que necesitamos como país. Para esto deben unirse órganos de gobierno, ONG’S, escuelas, hospitales, iglesias y tantos quienes contribuyen a cumplir los derechos de la niñez para ir detrás de acciones articuladas con el fin de implementar progresivamente un sistema de protección integral para ellos.
2 – Acompañar y educar a la familia. En hogares sumergidos en la pobreza existen hábitos y formas de vida fuertemente arraigados que muchas veces no les permiten mejorar su condición pese a recibir asistencia. Hay un hambre que tiene que ver con el vacío interior, no basta con dar dinero esperando que el problema se solucione por sí solo. Una persona pobre y marginada gastará ese dinero en aquello que mayor satisfacción le brinde al corto plazo, ya que no existe una noción completa de un futuro esperanzador, o más bien, no tiene interés en él, puesto que no se reconoce en él. Necesitamos que reciban un acompañamiento durante un par de meses, una guía, de una persona externa que mediante la generación de un vínculo de confianza promueva procesos de reflexión y de toma de decisiones a partir de una invitación aceptada y elegida por la familia. ¿En el hogar hay personas que no saben leer y escribir? Se acompañará a que se alfabeticen, ¿no hay cuidados básicos de la salud? Se educará en ello. Para esto tenemos que capacitar a personas que desarrollen habilidades de escucha y acompañen a las familias a sentirse reconocidas para que, a partir de aquí, se proyecten acciones acordadas a corto y mediano plazo ya conociendo el “para qué” del esfuerzo.
3 – Fortalecer y desarrollar una comunidad laboral: ¿Qué mejor modo de tratar a alguien excluido que recuperar su dignidad, ayudándolos a reinsertarse en la sociedad productiva y, de tal forma, ganar su propio sustento? Los logros individuales y colectivos de ese barrio, paraje, comunidad, deberán ser producto del esfuerzo y el sacrificio, la ociosidad es enemiga de la paz social. Esta frase debería inspirar a quienes luchan contra la pobreza. Los programas sociales pueden proteger los efectos de la pobreza en el corto plazo, pero no va a reducir el problema a largo plazo si su objetivo no se cumple: eliminar la necesidad del mismo. La asistencia de personas con posibilidades de trabajar tiene que tener requisitos los cuales se deben cumplir de forma obligatoria, convirtiéndola en un servicio contraprestado donde se genere un sentimiento de responsabilidad y confianza, y una necesidad de esfuerzo para cumplir con lo acordado. Esto es dignidad, me refiero al sentimiento de satisfacción y plenitud producto del esfuerzo personal. ¿Cuántos hogares con capacidad para trabajar no lo están haciendo? ¿Qué oportunidades de trabajo podemos generar? ¿Producción textil, hortícola, capacitaciones en oficios? El vínculo generado en el punto anterior, permitirá la adquisición de nuevos hábitos de trabajo que se traducirán en hogares transformados.
Nada mágico, sólo barro, territorio, conocimiento, en fin, más presencia. Al decir de San Martín este modelo podría parecerle imposible, pero es imprescindible y los resultados están a la vista.
SEGUIR LEYENDO: