Patria, libertad e independencia

Lo conseguido el 9 de julio de 1816 debe ser defendido día a día, con responsabilidad y demostrándole al mundo que somos un país soberano. Pero además nos deja una lección que perdura a través del tiempo: cuando trabajamos unidos, podemos lograr lo que nos proponemos

REUTERS/Carlos Garcia Rawlins

Hace poco más de dos siglos, nuestro país comenzaba su historia como Nación independiente y soberana. Los hechos políticos y sociales de una época convulsionada por las decisiones extranjeras sobre nuestra patria en formación dieron inicio a un cambio trascendente.

Una España en crisis por la dominación francesa tuvo la inmediata repercusión en las Provincias Unidas del Sur y, consecuentemente, se fue consolidando ese sentimiento independentista, esa intención de conducir soberanamente los destinos de nuestro territorio.

No fue fácil lograr nuestra libertad como nación. Fue un proceso lento en el que participaron hombres y mujeres con distintas visiones e ideologías, pero unidos por el bien común y lejanos a intereses individuales. Ellos conformaron las bases de un pueblo esperanzado, que buscó construir un nuevo destino.

205 años nos dan la perspectiva necesaria para repensar el camino recorrido desde aquel 9 de julio hasta el presente y nos invitan a la reflexión.

La idea de Independencia es un valor que en estos dos siglos ha sido resignificado, de una y otra forma por distintos gobiernos, dirigentes políticos, sociales e intelectuales de nuestro país.

Oímos hablar de libertad de una manera recurrente. La libertad es uno de los valores humanos más preciados y, como tal, debe ser un elemento fundamental para la construcción colectiva de una verdadera Patria libre, justa, equitativa y soberana.

Aquellos congresales, hombres de carne y hueso, como nosotros, tuvieron la grandeza de ver más allá de sus diferencias y nos dejaron un legado que debe comprometernos hoy y siempre. Porque ese consenso unánime respecto a la declaración de Independencia nos habla de un verdadero ejemplo de civilidad, de auténtico “coraje moral” entendido este como la capacidad de sobreponerse a la adversidad, al temor por la amenaza permanente de penetración de tropas españolas que luchaban por mantener su poder, a los conflictos internos respecto del sistema político a implementar, a los numerosos desacuerdos e inconvenientes que debieron sortear, a las presiones de las provincias que representaban. La decisión que mostraron entonces frente a los riesgos e incertidumbre que tenían por delante son hoy referencia y modelo.

Ya es hora de que los argentinos pongamos en valor a todos los hombres y mujeres que abrazaron con coraje y valentía la causa de la libertad. Ponerlos en valor es ir más allá de las palabras. Es volver a decir sí como lo hicieron aquellos reunidos en la Casa de Tucumán:

Sí al respeto y defensa de nuestros derechos como argentinos frente a otras naciones.

Sí al amor a la Patria, demostrado en nuestro diario accionar.

Sí a ser solidarios con los que menos tienen.

Sí a cuidar este lugar tan puro y sano en el que vivimos y en el que vemos crecer a nuestros hijos.

Sí al respeto y al diálogo porque el pensar distinto no necesariamente debe separarnos.

Una sociedad mejor es precisamente una sociedad capaz de tener conflictos, de reconocerlos y de contenerlos. De vivir no a pesar de ellos sino productiva e inteligentemente en ellos.

Los valores que definieron la decisión de entonces deben ser actualizados. Ello implica pensar hacia el futuro y en el mismo, ubicar la vocación nacional y las acciones para concretarla.

A pesar de los profundos cambios ocurridos en el plano internacional, el Estado-Nación sigue siendo el actor central en las relaciones internacionales y en la forma de organización de los pueblos, y esta es la herramienta principal para lograr nuestros objetivos.

Desde nuestro rol como Fuerzas Armadas, Estado y soberanía son el marco de nuestra existencia, como lo fueron en aquel entonces, aunque la situación fuera más confusa e incierta. En el campo de las armas se dirimía entonces la existencia de la Nación, de allí el peso decisivo que tuvieron en las resoluciones los principales jefes militares San Martín y Belgrano. Hoy, en un mundo en el que las tensiones se diversifican y multiplican nuestra misión principal sigue siendo la defensa integral de nuestra soberanía nacional y todo lo que ello conlleva enmarcados en el orden que establece la Constitución nacional que, junto con la bandera, constituyen los dos motivos de nuestro juramento en la carrera militar, hasta perder la vida si fuera necesario.

El 9 de julio de 1816 nos dio una independencia que debemos seguir construyendo y defendiendo día a día con responsabilidad y demostrándole al mundo que fuimos, somos y seremos un país soberano pero que, además, nos deja una lección que perdura a través del tiempo: cuando trabajamos unidos, cuando dejamos de lado nuestras diferencias, podemos lograr lo que nos proponemos.

En estas circunstancias tan difíciles que estamos transitando por la pandemia que nos azota, y que visibilizó la importancia de las Fuerzas Armadas como actor fundamental del Estado, pudimos llegar a comprender que la independencia y la libertad son los valores más preciados que podemos tener los seres humanos y las naciones. Volvamos, pues, nuestra mirada hacia aquellos hombres y mujeres de coraje que los hicieron posible: San Martín, Belgrano, Güemes, Juana Azurduy, los congresales de Tucumán y tantos otros, para nutrirnos de sus convicciones y de su conducta y explorar en su ejemplo soluciones para nuestro diario devenir. La historia no la hacen solamente los próceres sino también las personas comunes, como cada uno de nosotros.

La gesta de nuestra Independencia nos interpela y recuerda que hubo argentinos que pudieron vencer todos los obstáculos y que, con coraje y con valor, con honradez e inteligencia, se puede servir a la patria dignamente. Porque la Patria es algo más que un concepto abstracto, es algo que creamos día a día, entre todos.

Que así sea.

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