El jueves por la tarde, en un acto de campaña, la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner dijo:
“Hace unos días veía una intervención que le hacían a Elegant. Yo les recomiendo que lo escuchen porque con el Conectar Igualdad y un microfonito de $1.000 hizo un tema que tiene 176 millones de reproducciones en el mundo. Y bueno, si van a escuchar a Elegant, Trueno…yo de los raperos lo conozco a Wos, que una vez fue y me hizo un rap en el Senado. No era vicepresidenta y nadie soñaba que íbamos a estar donde estamos, ni siquiera los propios. Tiene un mérito. Fue al Senado. Confieso que me puse a escuchar a Elegant. Pero yo soy de la generación de Fito Páez, o como el Presidente, de Lito Nebbia”.
El acto encabezado por la Vicepresidenta tenía como excusa anunciar la distribución gratuita de computadoras en Lomas de Zamora, un municipio peronista. De esa manera, Kirchner intentaba contrarrestar un reproche extendido al oficialismo por no haber cuidado la educación durante el último año y medio. Pero ese párrafo generó efectos interesantísimos, iluminó un fenómeno cultural muy potente y provocó una serie de equívocos muy reveladores.
El primero de los equívocos provino de la mención de la propia presidenta. En realidad, el artista que logró 175 millones de reproducciones no se llama Elegant sino L-Gante, y se pronuncia como la palabra en castellano: “elegante”. Gracias a la referencia, muchas personas –entre ellas el autor de esta nota— se enteraron de la existencia de un fenómeno de dimensiones inéditas en la historia de la música argentina. Varios artistas locales están conquistando el mundo. Jóvenes como L-Gante, Nicky Nicole, Bizarrap, el Duki, entre otros, logran millones y millones de visitas a sus canciones, son invitados a shows de la televisión norteamericana, sus imágenes aparecen en la pantalla gigante de Broadway o ganan millones de dólares. Es un fenómeno que genera números estremecedores de espectadores y, por ende, de dinero. En su mayor parte, son chicos que armaron esa historia con muy pocos recursos: una computadora barata, y un microfonito.
La vida de L-Gante fue contada por él mismo en un reportaje fantástico que le realizó el periodista Julio Leiva en YouTube. Tiene apenas 20 años. Abandonó la escuela. Trabajó en una fábrica que produce plástico. Para grabar su primer video vendió barbijos diseñados por él, casa por casa. En su vida, como en sus canciones, hay también conflictos con la policía, droga y alcohol. “Estoy pensando en dejar de escabiar”, dice en un momento. En pocos meses, tendrá su primer hijo. En los barrios lo quieren mucho, entre otras razones, porque después de hacerse famoso da recitales gratis, y ayuda económicamente a otros chicos. Fue criado por su madre. Tuvo tres hermanos, uno de los cuales falleció. Todo parece demasiado para un joven de 20 años.
Un rato después de la mención de CFK se disparó un debate sobre el contenido de la producción de L-Gante. El video que mencionó la Vicepresidenta no es precisamente amable. El cantante aparece rodeado por mujeres que muestran el culo, mientras él baila con un revólver en la mano.
“Si me pego pa lo oscuro, le meto sin disimulo
Pa otra gira que me sumo, tumbando adentro del humo
Más el humo que me fumo, me siento el número uno
Cuando ella mueve el culo (puta)”
Ese detalle fue destacado por Eduardo Feinmann en su programa de televisión. “Esta es la letra del cantante que le gusta a Cristina”, dijo. Inmediatamente, todo derivó hacia la lógica de la grieta. L-Gante era un héroe o un villano, según si quien lo describía era k o antik.
Y, entonces, habló L-Gante.
Le concedió, por ejemplo, una entrevista al propio Feinmann. “Primero que nada señor Feinmann, le digo que mucha gente me dice que no quería que hable con usted… pero, re piola, la verdad, la mejor”. Y luego aclaró que él no había recibido la notebook del Gobierno. “Una cosa que voy a corregir es que la netbook, como yo abandoné la escuela porque tenía complicaciones y vivía solo con mi mamá y preferí trabajar a temprana edad, ¿no? Entonces la obtuve de mi parte. No me acuerdo si fue porque la cambié por mi teléfono móvil o si vendí el celular y la compré con eso”. Luego opinó. “Sirve igual. Lo logré con lo que ella (Cristina Kirchner) brindó. Quizá algo que pueda corregir…creo yo, mi punto de vista no está tan errado, es que sirve muy bien tener un ordenador inteligente. Pero hay que saber bien a quién se le obsequia esto”. Un rato después le dijo a Viviana Canosa: “No hay que recibir cosas así porque sí. La gente que me vendió la computadora así es porque no le dio uso. A mi me gustaría que la persona que recibió eso, lo use”.
Un medio tituló: “L-Gante desmintió a Cristina Kirchner”. El artista volvió a reaccionar. Escribió en sus redes. “CORREGIR, SENORES. DESMENTIR NO. CORREGIR. Yo no salí a desmentir. Solo dije la verdad, uno no trata de ensuciar a nadie, yo comprendo claramente que una persona puede estar con la información no tan precisa. Aclaro totalmente que esa notebook es muy útil y yo acomodé mi vida comenzando de ahí. Así que por lo tanto yo valoro mucho ese proyecto que alguna vez hubo”.
Desde las posturas más extremas, se podrían sacar conclusiones:
--Cristina es una genia porque vio este fenómeno antes que nadie.
--Cristina es una bruta porque no sabía de quién estaba hablando, y hasta pronunció en inglés el nombre artístico de un chico del conurbano. Encima era mentira que el gobierno había regalado esa computadora.
--El kirchnerismo regalaba computadoras para que los vagos las vendieran y compraran droga.
--Gracias Cristina por regalar computadoras para que los chicos como L-Gante tengan un futuro.
--L-Gante es k y es un ídolo (o un enemigo) porque lo nombró Cristina.
--L-Gante es anti k y es un ídolo (o un enemigo) porque le dio una nota a Feinmann y desmintió a Cristina.
--L-Gante es k y es un ídolo (o un enemigo) porque desmintió haber desmentido a Cristina.
--El populismo es una porquería porque regala computadoras a los vagos.
--Sin el populismo, L-Gante no hubiera sido lo que es.
Cada cual es cada cual. Pero hay otras cosas que tal vez se puedan pensar fuera de esta dinámica.
L-Gante es el protagonista de una historia cultural arrolladora, masiva, popular, inesperada, sus letras son muy incómodas, por ejemplo, para los postulados del movimiento feminista, pero también en muchas otras direcciones. Su historia tenía todos los ingredientes para que terminara mal pero su talento lo transformó en un artista exitoso. Ese talento tuvo ayudas. Una fue la notebook barata que se consiguió. Otra, su tenacidad. Pero también ayudó la revolución tecnológica generada por el capitalismo, donde un chico como él pudo comprar un microfonito barato y difundir lo suyo por internet casi sin costo y sin intermediarios.
El plan Conectar fue una idea muy necesaria para igualar oportunidades. Pero al regalarle también computadoras a chicos ricos que no las necesitaban y no las usaban, no exigir ninguna contraprestación, o usarla como parte de una campaña electoral –como lo hizo Cristina en estos días-- se la debilitó. Peor, claro, es haberlo eliminado y dejar a los chicos pobres sin computadora.
L-Gante viene, además, de un lugar que queda a pocos kilómetros del centro de la Capital pero con el cual la mayoría de los dirigentes políticos (incluida la Vicepresidenta), los periodistas (incluido obviamente el autor de esta nota), los académicos, los profesionales, no compartimos ni siquiera muchas de las palabras con las que nos comunicamos. En esta historia se insinúa la existencia de una grieta que separa a dos mundos, y esos mundos no tienen nada que ver con la tontería de kirchneristas o antikirchneristas. En la distancia entre Fito Páez y L-Gante tal vez haya algo más que una diferencia generacional o estética. Superar esa grieta, la verdadera –o atenuarla, al menos— es el gran desafío del país.
Sería bueno, por otra parte, que tanta gente dejara de tratar de arrastrar al artista hacia un lugar en el que no está.
O vaya a saber.
Si las moralejas se desprenden de una historia, no es necesario escribirlas.
Si no se desprenden, son forzadas.
La realidad es demasiado rica como para encerrarla en una moraleja.
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