Mi viejo es un fanático de coleccionar cosas: encendedores, botellitas en miniatura, billetes antiguos y, entre ellas, antigüedades, a mi criterio la mejor colección. Cuando lo visito en su oficina, me gusta revolver entre las cajas a ver qué piezas hay. Cada vez que agarro una, él me cuenta de qué año es y de dónde viene, como cuando me inventaba cuentos antes de dormir.
Hay una de las cajas que es mi favorita y es la de los libros. Hace un tiempo, hurgando entre el polvo, encontré uno que me llamó mucho la atención: El arte de enamorar de Domingo Gaeta, editado en 1962. Es un libro de tapa dura, color verde, con el título estampado en dorado, ya gastado por el tiempo. Las hojas están amarillas y llenas de polvo, pero intactas. Qué increíble que en cincuenta y nueve años no se haya roto ni una. El arte de enamorar.... la curiosidad esa vez no mató al gato sino a mí, así que lo abrí.
En esas páginas me encontré con algo muy bizarro. Una suerte de manual de instrucciones, consejos, casi como un libro de autoayuda sobre cómo conquistar a una mujer. La primera página me recibió con una frase que decía: “La felicidad no nos la da el amor que sentimos sino el que logramos despertar”.
En los tiempos en que este libro se publicó, seducir era todo un arte. Y, aunque parezca joda, la seducción no era algo que solo se aprendía en las calles; existían clases y, como verán, libros enteros dedicados a eso.
En ese momento, el amor “cortés” era la forma que se creía más adecuada para dirigirse hacia una mujer. El hombre ocupaba el rol activo y la mujer, el pasivo. De hecho, si una mujer se acercaba a un hombre y trataba de seducirlo, era una puta (en ese entonces con connotaciones negativas) una “cualquiera”. Solo había algunas maniobras bien vistas: dejar caer el pañuelo y esperar a que el hombre lo tomara, decir que tenían frío y esperar a que el hombre entregara su abrigo, entre otras. La seducción era el puntapié para la conquista, un abordaje exquisito que garantizaba el futuro romántico y a eso valía la pena esperarlo...
¿Cómo es la seducción hoy? Hay tantas formas como personas en este mundo, pero aquí estoy para contarles cómo lo vivimos, al menos algunes de mi generación. Con las formas de seducción completamente cambiadas, vale la pena aclarar que, a lo que antes llamábamos seducir, ahora le decimos chamuyar.
Lo engañoso del chamuyo es que aún no hay reglas concretas que lo expliquen. Hay algunos códigos que creo yacían en el terreno del subtexto y por lo tanto se daban por sobreentendidos como un común acuerdo, pero, la “constitución del chamuyo” es algo que aún estamos construyendo entre todes les que pertenecemos a este proceso de cambios coyunturales. Por eso es que todavía quedan zonas grises a la hora de vincularnos sexo-afectivamente.
Le pregunté a mis amigues qué creían que era la seducción hoy en día y, casualmente (o no) todes me respondieron lo mismo: “La seducción hoy es el famoso beboteo. El modo de encarar es un 99% virtual, te responden o respondés una historia. Ahora el chamuyo y qué decir es lo de menos, cuanto más rápido se llegue a la primera cita mucho mejor”.
Para quienes no estén familiarizades con estos términos, el “beboteo” consiste en una selfie que se sube a las redes sociales con el objetivo de llamar la atención de alguien que te gusta. Casi siempre, está dedicada a alguien en particular, pero al ser pública, abre puertas a reacciones y respuestas inesperadas. Lo más importante de esta selfie no es tanto lo que los demás vean sino que nosotres nos tenemos que sentir hermosísimes. El espíritu del beboteo es sentirnos deseades y que ese deseo quede inmortalizado, por unos segundos, en una foto. Es decir que hoy la seducción ya no es tanto una interacción entre dos fuerzas sino que una persona opera en soledad para llamar la atención de la otra. A veces nos gusta alguien y, sin embargo, esperamos a que ese alguien suba un beboteo para entonces animarnos a hablarle. ¿No les resulta gracioso?
Algo que observo es que, a medida que avanzan las generaciones, les jóvenes se vuelven más y más sinceres entre sí. La seducción, con lo que eso implica en la temprana adolescencia, tiene como objetivo decir lo que une siente por encima del “quedar bien parade”.
Lamentablemente, mi generación cayó en el peldaño anterior; la era de las estrategias. Ya lejos de ser un arte pictórico e isabelino como en los viejos tiempos, pasó a ser una suerte de “perfo cold-cool”. Con esto surgió una destreza diferente al amor cortés y diferente al sincericidio y es, lo que yo llamo, “enfriar lo caliente”. Hemos aprendido a reemplazar el “estoy enamorade” por un “me caes bien”, un “te extraño” por un “re está para unas birras” y así es como fuimos ocultando nuestras emociones al punto tal de “congelarnos” dentro de un volcán y activar la modalidad cold-cool.
¿Por qué actuamos nuestras emociones en vez de expresarlas? Esta auto-censura nos oprime de forma tóxica porque está llena de inseguridades. Y esta es la angustia que nos lleva a armar películas de terror en donde aún no hay ni guiones. Roland Barthés sabe decirlo mejor que nadie en Fragmentos de un discurso amoroso: “El sujeto amoroso, a merced de tal o cual contingencia, se siente asaltado por el miedo a un peligro, a una herida, a un abandono, a una mudanza -sentimiento que expresa con el nombre de angustia”.
Sos muy importante para mí, te quiero, te deseo, me gustás, tengo ganas de que me acaricies, de darte besos, de tocarte, qué ganas de escuchar tu voz... Todas estas son frases que, a fin de cuentas, no son más que frases hechas y ya. Pero, han sido puestas en una especie de “máquina super poderosa transformadora de significados” y entonces nos aterran.
Paso a explicarles a qué me refiero con esto: la no comunicación entre personas, (específicamente en vínculos sexo-afectivos), nos ha llevado a muches a tener malos entendidos. Partiendo de la base old school y patriarcal de que la mujer solo quiere formar una familia y el hombre cogerse a muchas otras, se ha creado un esquema contemporáneo en el que la mujer es la que siempre está re In y en el que el hombre no quiere compromisos. El miedo al estar In, a aquella empalagosa seducción de tiempos anteriores, es la que nos hace ocultar nuestras emociones por otros miedos; el de la exposición, el de la pérdida de la dignidad, la atadura, la etiqueta, el compromiso, entre otros.
El modus operandi del “chamuyo estratégico y liviano” es la forma (a mi parecer poco funcional) que inventamos les jóvenes para vincularnos sin sentir que nos exponernos demasiado. ¿Por qué? Porque mostrar emociones es casi como quedarse desnude y no hay nada más vulnerable que la piel desnuda. Con esa piel descubierta es que nos sumergimos en la lava del “me re gustás, pero mejor seamos amigues”, al pantano del “no da vernos hoy porque nos vimos ayer” y a todo ese bluff de tonterías que decimos con tal de evadir la verdad. Con tal de parecer un poco más cancheres y desinteresades.
¿Y todo ese enrosque para qué? Posta no entiendo por qué hay que mostrarse desinteresade si en verdad estás re interesade. Creo que hacemos eso porque queremos alejarnos lo más posible de la idea del compromiso. Esa palabra... esa hermosa palabra que perdió valor el día en el que alguien decidió asociarla al matrimonio. Y ahí se nos armó un gran problema porque entonces, comprometernos, supone casarnos y creo que son dos conceptos sumamente diferentes. Al casarte te comprometés, sin embargo, al comprometerte no necesariamente te casás.
Comprometerse en un vínculo sexo-afectivo tiene que ver con la voluntad y el respeto con los que une se maneja con la otra persona. Con tomarse en serio (no estar en algo serio) cuando nos vinculamos con ese otre. En otras palabras, comprometerse es tener responsabilidad afectiva.
Y acá es donde los códigos juegan un rol muy importante. Cada pareja, cada vínculo, construye las bases y condiciones de la responsabilidad a piacere, pero siempre y cuando sean hablados y acordados por las dos partes. Cuando esos términos no se hablan, aparece la falta de responsabilidad afectiva y entonces sobrevuelan nuestros fantasmas, entre ellos el más temido: el ghosteo.
No le tengamos tanto miedo a la intensidad del sentir, después de todo, ¡son emociones! Efímeras, duraderas… ¿Qué más da?
Debo confesar que disiento con Gaeta...”la felicidad no nos la da el amor que sentimos sino el que logramos despertar”. No hay nada que me dé más felicidad que sentir amor, deseo, interés, curiosidad. ¡Sentir es la expresión más plena de lo que significa estar vivos! Es la mejor parte de la película. El despertar viene algunas páginas después en el guión.
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