Los 125 años del Partido Socialista en Argentina

El 28 y 29 de junio de 1896, un grupo de hombres encabezados por el médico Juan B. Justo dictó la Declaración de Principios, los Estatutos y el Programa Mínimo del partido, adaptando las ideas que ya pisaban fuerte en Europa a las peculiaridades de nuestro país

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El médico Juan B. Justo
El médico Juan B. Justo

Durante las jornadas del 28 y 29 de junio de 1896, un grupo de hombres encabezados por el médico Juan B. Justo y reunidos en el salón de la agrupación “Vorwarts”, de los emigrados alemanes exiliados tras las leyes anti-socialistas de Bismarck, echaba las bases de un Partido Socialista en nuestro país, coronando así los esfuerzos organizativos del socialismo argentino cuyos orígenes se remontan al inicio de la década de 1890.

En ese congreso constituyente del Partido Socialista, al que concurrieron 19 agrupaciones políticas y once sociedades gremiales, se dictaron la Declaración de Principios, los Estatutos y el Programa Mínimo, todas ellas redactadas por el propio Justo, en las que se evidenciaba la temprana vocación por la adaptación de las ideas socialistas, que ya pisaban fuerte en el Viejo Continente, a las peculiaridades de la Argentina finisecular que se insertaba decididamente en el sistema capitalista mundial como potencia exportadora de materias primas.

Bajo el liderazgo político e intelectual de Justo, el socialismo imprimiría desde entonces una fuerte y perdurable impronta sobre la política, el mundo del trabajo y la sociedad argentina, a través de una vasta actividad política, cooperativista, sindical y cultural, que quedará plasmada en la saga fundacional que emprenderá Juan B. Justo desde finales del siglo XIX: el diario La Vanguardia en 1894, el propio Partido Socialista en 1896, la Sociedad Obrera de Socorros Mutuos en 1898, la Sociedad Luz en 1899, la Cooperativa El Hogar Obrero en 1905.

Los primeros años del siglo serán tiempos de un sostenido crecimiento para el Partido Socialista. A partir de la sanción de la Ley Sáenz Peña que estableció el sufragio universal, secreto y obligatorio (aunque exclusivamente masculino), el Partido Socialista obtendrá importantes victorias electorales en la Capital Federal, lo que le permitirá constituir un importante grupo parlamentario que dará inicio a una legislación social de avanzada en nuestro país, que nos ponía a la par de los principales países desarrollados de Europa.

El mismo Justo ingresará por primera vez a la Cámara de Diputados en las primeras elecciones tras la nueva ley electoral (1912), siendo electo diputado por la Capital junto a Alfredo Palacios, que, en las elecciones de 1904, y fruto de un coyuntural cambio en el sistema electoral, ya había logrado convertirse en el primer legislador socialista de América al ser elegido por la circunscripción de La Boca. Las sucesivas victorias en las elecciones legislativas permitirán la llegada de sus principales figuras al Congreso, entre ellos Enrique Del Valle Iberlucea, que se transforma en el primer senador socialista. Por entonces, el socialismo ha irrumpido con un nuevo lenguaje y una agenda renovada en un anquilosado parlamento nacional habituado a los discursos barrocos y a los aristocráticos “pactos de caballeros”, y con iniciativas y proyectos que eran parte de un plan sistemático que habría de alumbrar un “Nuevo Derecho” protector de los trabajadores, asalariados y sectores desprotegidos y defensor de la dignidad de la mujer.

Treinta años después del Congreso fundacional, y de las elecciones de 1896 en que el Partido Socialista había alcanzado apenas 134 votos, el partido contaba con 21 diputados y dos senadores nacionales, convirtiéndose en la principal fuerza motora del movimiento democrático-popular argentino durante la primera mitad del siglo pasado.

Desde su nacimiento, el socialismo centró su accionar en el perfeccionamiento de la democracia y la defensa de los intereses de los sectores más desprotegidos y vulnerables: no sólo los trabajadores y asalariados, sino también los pequeños comerciantes y productores del campo y la ciudad, niños, jóvenes, y ancianos, aportando a la política argentina una práctica política coherente fundada en la honestidad del “manos limpias y uñas cortas” de Juan B. Justo y en la lucha irrenunciable por la igualdad y la libertad que llevaron adelante varias generaciones de parlamentarios, dirigentes y militantes socialistas. Por su parte, la labor e incansable lucha de Alicia Moreau por los derechos civiles y políticos de las mujeres marcaron un camino que hoy vemos plasmado en un vigoroso movimiento feminista que es ejemplo para Latinoamérica.

En esta larga historia la sociedad ha cambiado, y el socialismo, con sus luces y sus sombras, avances y retrocesos, inevitablemente ha venido cambiando con ella. En tiempos donde el mundo se transforma aceleradamente y el país atraviesa una profunda crisis de raigambre estructural y carácter multidimensional, debemos tener la inteligencia para entender no sólo que los nuevos problemas y actores exigen respuestas renovadas, sino también la humildad para saber que no tenemos ni tendremos todas las respuestas porque no hay soluciones individuales frente a los problemas colectivos. Por eso, sin renunciar a la construcción de un partido cada vez más grande y representativo de la rica y diversa realidad nacional, tenemos hoy la obligación de aportar ideas y propuestas para el cambio que el país necesita.

El Partido Socialista nunca ha sido un fin en sí mismo, sino un instrumento al servicio de la sociedad cuya razón de ser radica en ser vehículo para las demandas y aspiraciones de cambio, poniendo siempre en primer plano a los ciudadanos y los intereses del país, dialogando, sabiendo escuchar y practicando una forma de hacer política, no sólo más próxima a los ciudadanos y sensible a sus demandas, anhelos y sueños, sino también alejada de la crispación, las descalificaciones e insultos.

El Partido Socialista no tiene patrones ni dueños, tampoco debería tener exégetas ni guardianes de una pretendida ortodoxia o pureza ideológica que no es tal. Así ha sido a lo largo de la historia, y debemos velar porque continúe en ese camino que lo erige como un partido plural y cauce para ideas transformadoras, que sirva de referencia a los ciudadanos que aspiran a una profundización democrática y a una extensión de los derechos civiles y las libertades.

El socialismo debe ser, por ello, el partido de los hombres y mujeres que, a lo largo y a lo ancho de un país diverso y federal, trabajan y sueñan con una sociedad más democrática, justa y libre. Es una organización política que no sólo debe estar al servicio de los ciudadanos y los intereses del país, sino que también debe ser abierta, transparente, responsable ante la sociedad, federal, participativa, y promotora de un diálogo franco y sin perjuicios que permita la construcción de los grandes consensos que son imprescindibles para mejorar la calidad de vida de los argentinos y de las instituciones democráticas.

A 125 de aquel Congreso constituyente que dio origen al primer partido moderno de Argentina, una organización surgida en el siglo XIX se adentra así en el siglo XXI con la constatación de que la magnitud y profundidad de los desafíos de este país que tanto nos duele, y el hecho de que las convicciones que nos inspiran están intactas, siguen haciendo de la existencia del socialismo una necesidad, lo que nos alienta a continuar esta larga historia aportando a la construcción de un futuro distinto, un futuro mejor.

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