La cuenca del Plata es una región geopolítica que dispone de una enorme potencialidad estratégica, por su habitabilidad, recursos naturales y humanos, extenso litoral marítimo, el enorme acuífero Guaraní (37 000 km³ de agua dulce), más de 100 millones de habitantes y 2 centros económicos: San Pablo y Buenos Aires. Tanto Brasil como Argentina tienen un Hinterland muy grande que les asegura potencialidad externa y amplias posibilidades de defensa estratégica, a lo largo de sus numerosos y diversificados centros de producción, de alimentos y de industrias avanzadas. La dimensión geopolítica de la cuenca está condicionada a un desarrollo inteligente de cooperación mutua e integración entre ambos países, como sugirieron el Gral. Perón, con “unidos o dominados”, o el Gral. Guglialmelli, quien afirmó que “el Cono Sur podrá ser un núcleo de poder regional frente a los grandes centros de poder mundial”.
Deberíamos aprender de la experiencia de la pandemia del COVID-19. Todos los países, en situaciones límites, utilizarán siempre todo su potencial disponible para resolver primero sus necesidades internas, o bien para aumentar su poder externo. Recientemente algunos países poderosos compraron en exceso y acapararon vacunas e insumos para su producción, para luego utilizarlas en negociaciones que generarían influencias o dependencias en otros países. En términos geopolíticos, nadie “regala” los recursos propios (naturales, científicos, humanos) y generalmente se los utiliza para evitar problemas, para negociar o para influir sobre otros intereses.
Lo mismo sucede con el recurso hídrico. Desde la década del 90 se intensificó la disputa por la apropiación y el control del agua. El dominio de los recursos naturales constituye una cuestión estratégica de interés y seguridad nacional, incluyendo el uso de la fuerza militar, con el objetivo de fortalecer la capacidad nacional. Existe una manifiesta manipulación globalista para “privatizar el agua”, bajo el argumento de que, siendo un recurso escaso, se hace imprescindible una “gestión eficiente del mismo”. A eso se ha contrapuesto doctrinariamente que “el agua es una necesidad humana”, aunque lamentablemente está sometida, en realidad, a los conflictos geopolíticos.
China nos ilustra al respecto. La geopolítica del régimen del PCCh insistió siempre en mantener bajo control total al Tíbet, porque los campos de hielo del Himalaya fluyen hacia la meseta tibetana, donde se inician los importantes ríos Indo, Mekong, Yangtze, Amarillo, Irawady y el Brahmaputra, de los cuales dependen cerca de 2000 millones de personas en 18 países: China, India, Myanmar, Laos, Tailandia, Camboya y Vietnam. China ha instalado allí una multitud de represas hidroeléctricas, algunas de enorme magnitud, o para riego, que condicionan, río abajo, el suministro apropiado a otros países. De ese modo China utiliza sus represas como un “arma” para fortalecer su control e influencia sobre los países asiáticos. Ya ha tenido numerosos conflictos con sus vecinos, inclusive militarmente con India.
Debido al cambio climático, el factor geopolítico del agua es, y será en el futuro, un problema mayor, al que deberíamos prestarle mayor atención y análisis. El estrés hídrico global (inundaciones, desforestaciones, sequías más duras y prolongadas), con grave deterioro ecológico, se manifiesta cada vez más claramente. Los intereses privados financieros, que adolecen de criterios de equidad o de respeto a las necesidades de los pueblos, fomentan el “uso racional, privatizando el recurso, poniéndole un precio al agua”, que ya se ejecuta en el mercado de futuros (NQH2O=0,45 U$S/m3), al igual que el petróleo, oro o maíz.
El recurso hídrico es fundamental para la producción agropecuaria y como plataforma logística de navegación. De allí su importancia geopolítica, ya que la seguridad alimentaria es un tema clave para todos los países. La producción de alimentos consume enormes volúmenes de agua (1 kilo de carne bovina necesita 4.000 litros de agua). El 97% del agua global es salada o no potable y solo 3% es dulce o potable. Cuando exportamos soja, estamos exportando “agua virtual”, es decir, la necesaria para la producción del grano. Los países de la cuenca del Plata son los principales productores de granos del mundo (para consumo animal); de allí la importancia de la preservación de las reservas de agua, siendo que es un recurso renovable pero finito. La agricultura utiliza el 70% del agua extraída de acuíferos, ríos y lagos; la industria un 20 % y los usos domésticos un 10 %.
Desde el punto de vista logístico, la Hidrovía Paraguay-Paraná cumple una función análoga a los ferrocarriles en el siglo XIX. Es clave para la expansión de los negocios agroexportadores, que mueven 5.000 embarcaciones con 130 millones de toneladas de productos agropecuarios e industriales, movilizando el 50 % de la proteína vegetal que se consume en el mundo. Casi el 80% de lo que exportamos se hace desde los puertos allí ubicados. El control de la Hidrovía está necesariamente ligado a los intereses de la cadena de valor del agronegocio, en el cual predominan, en sus eslabones más rentables o claves, las empresas extranjeras; norteamericanas, europeas y chinas, que a su vez compiten (en parte) entre sí. De allí que el negocio de la Hidrovía sea un tema geopolítico global. También 14 de los 18 puertos en territorio argentino (donde llegan 1,5 millones de camiones y 250.000 vagones ferroviarios por año), están en manos extranjeras, al igual que las empresas de dragado (la belga Jan de Nul) y las transportadoras fluviales (98 % paraguayas, algunas bolivianas y uruguayas y muy pocas argentinas). Como China ya controla varias traders de granos y es el demandante más importante del mundo, cualquier concesión futura, ya sea del dragado, del transporte fluvial o de la operatoria, a manos del estado chino significaría una ventaja demasiado evidente. Por eso el manejo de la Hidrovía tiene una alta sensibilidad geopolítica, por eventuales futuros conflictos entre las principales potencias. China está interesada en la licitación, mediante la CCCC Shanghai Dredging Co., relacionada a las licitaciones de las represas de Santa Cruz. Como vemos el conflicto geopolítico global abarca mucho más que la tecnología 5G y la empresa Huawei.
El 26/11/2020, el PEN dictó el decreto 949/2020, licitatorio de la Hidrovía. Llamativamente detalla en su primer artículo la zona de dragado y mantenimiento de la vía navegable troncal, desde el kilómetro 1230 del Paraná hasta la altura del kilómetro 239,1 del Canal Punta Indio, y desestima la profundización del Canal Magdalena, proyecto ya aprobado por Argentina y Uruguay. La cota 239,1 es exactamente Puerto de Montevideo, una plataforma logística (hub) transnacionalizada, que cuenta con un canal de acceso marítimo profundizado a 43 pies de acceso, que Uruguay logró porque el gobierno de Macri anuló la disposición 1108/13 (aseguraba la soberanía portuaria argentina). Aquello otorgaba gratuitamente una ventaja contraria a los intereses nacionales, que ahora el decreto 949/20 viene a consolidarlo, constituyendo ambos una claudicación geopolítica muy grave, porque es funcional a intereses extranjeros, sin ninguna contraprestación estratégica inteligente. Determina a futuro el papel estratégico del puerto de Montevideo como principal salida al Atlántico de la cuenca del Plata, potenciándolo para ser un polo de atracción para todo el Atlántico Sur, relacionado con la pesca furtiva en los bordes marítimos argentinos, las Malvinas y la Antártida (reservorio de agua dulce).
Esto se encadena con una geopolítica del Cono Sur, ya que los intereses de Brasil, Paraguay, Bolivia, Chile y Uruguay también están muy interrelacionados con la Hidrovía, porque esta articula multimodalmente dos corredores bioceánicos prioritarios. Al norte une los puertos de Antofagasta (Chile) con el de Paranaguá (Brasil), que atraviesa el Triángulo del Litio y la zona sojera más extensa del mundo. Por el centro permite unir Porto Alegre (Brasil), vía Santa Fe, con el Puerto de Coquimbo (Chile). De hecho se ha conformado un “Eje Geopolítico Panamericano” (EGP) entre Brasil, Paraguay, Chile y Uruguay, que ha dejado a Argentina aislada de sus pares cercanos. Para colmo, recientemente Uruguay ha invitado al Brasil a realizar fuertes inversiones para hacer navegable al río Uruguay desde su desembocadura en el kilómetro 0, (“Punta Gorda”) hasta la ciudad de Uruguayana. Esto presupone el ingreso de Brasil (y el EGP) a la administración del Río Uruguay, que hasta hoy compartíamos en exclusiva con Uruguay, desplegando así una nueva una estrategia logística en dicho río.
Si bien este análisis presupone la hipótesis que los caudales de agua permitan una razonable interoperatividad fluvial de la Hidrovía, no deberíamos dejar de plantear la opuesta; que la probable amenaza del cambio climático se cumpla, porque así lo aseguran algunos expertos, y que la escasez de agua sea tal que hasta haya problemas para la producción y el consumo local de alimentos. La actual extraordinaria bajante del río Paraná así lo amerita. Pensando en ese futuro de manera no “naif”, podríamos imaginar que, ante situaciones críticas, nuestros vecinos piensen en sus intereses y no en los amables modales de viejos amigos. No sería lo deseable, pero sirve como eventual hipótesis de conflicto. Brasil ya tiene 46 represas aguas arriba del Paraná y podrá construir más. Si tuviese necesidad de cerrar compuertas por sequías graves, todo puede complicarse. No es casual la activación de proyectos sobre el río Uruguay. Además, cabe agregar que cualquier bloqueo de nuestras exportaciones agropecuarias al hub de Montevideo, por cualquier motivo o índole, provocaría crisis logística inimaginable.
Argentina continúa acumulando debilidades estratégicas múltiples y no sabe dónde colocarse en el mundo. Se autodebilita por ignorancia o por complicidades internas. Claudica de sus potencialidades y sigue en franca decadencia. El modelo zigzagueante de los últimos 40 años está en crisis terminal. “Algo está podrido en Argentina”, diría un Hamlet local. A los argentinos les hace falta, imperiosamente, un reseteo total, mediante un nuevo Proyecto Nacional, que debería ser motivo del principal debate de las próximas elecciones, en lugar de las reiteradas agresiones mutuas, que tanto nos debilitan y que explican la decadencia actual.
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