Donald Rumsfeld, el controvertido impulsor de la guerra de Irak

El dos veces Secretario de Defensa murió a los 89 años. En sus memorias aseguró que la remoción del brutal régimen de Saddam Hussein había contribuido a crear un mundo “más estable y más seguro”

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Donald Rumsfeld, ex Secretario de
Donald Rumsfeld, ex Secretario de Defensa

Pocos días antes de cumplir sus 89 años de edad, murió el dos veces secretario de Defensa de los EEUU Donald Rumsfeld, el único norteamericano de toda la historia que ostenta el récord de haber servido como titular del Pentágono en dos siglos diferentes.

Protagonista de una impresionante trayectoria, Rumsfeld dio sus primeros pasos en la política a fines de los años cincuenta como asesor de dos congresistas republicanos. En 1962 llegó por primera vez a la Cámara de Representantes. La llegada de Richard Nixon a la Presidencia, en 1969, significó el traslado del joven representante de Illinois al Ejecutivo donde iniciaría una larga carrera de funcionario como director de la Oficina para Oportunidades Económicas -una agencia estatal que había sido creada como parte de la política del Presidente Lyndon B. Johnson de lucha contra la pobreza y sobre cuya utilidad tenía serias dudas- y luego como Representante Permanente (Embajador) ante la OTAN (1973-74),

Por entonces, Rumsfeld recién recorría los primeros pasos de su escalera hacia el poder. El escándalo del Watergate y la renuncia de Nixon abrieron las puertas a la presidencia accidental de Gerald R. Ford, su antiguo compañero de la cámara baja, quien poco después lo ascendería designándolo Chief of Staff de la Casa Blanca (1974). Pero su hora de gloria le llegaría en noviembre del año siguiente, cuando Ford decidió una reorganización del gabinete que pasaría a la historia como la “Masacre de la Noche de Halloween”, cuando el sucesor de Nixon anunció una serie de cambios en su equipo de colaboradores que catapultaron a Rumsfeld al estratégico cargo de Secretario de Defensa.

Su llegada al Pentágono, a sus 43 años, lo encontró suficientemente poderoso para promover a su protégé, Dick Cheney, como su sucesor como Chief of Staff. No obstante, no todas eran rosas. Corrían tiempos extremadamente difíciles para los EEUU. La derrota en Vietnam había provocado una seria merma en la moral en las fuerzas armadas y la Unión Soviética parecía invencible. Sin embargo, el joven Rumsfeld demostraría sus habilidades. Expertos militares coinciden en reconocer sus esfuerzos en materia de modernización y por su capacidad para enfrentar en el gabinete a nada menos que a Henry Kissinger, titular del Departamento de Estado.

Pero el poder no dura para siempre y la derrota electoral de Ford en su búsqueda de un mandato presidencial por derecho propio ante Jimmy Carter significó la salida de Rumsfeld de la vida pública. En los tres lustros que siguieron sería CEO de empresas farmacéuticas, electrónicas y de biotecnología, aunque en los ochenta serviría como enviado especial del Presidente Ronald Reagan en diversas misiones a la siempre conflictiva región de Medio Oriente.

Republicano durante toda su vida, Rumsfeld sin embargo quedaría fuera del gobierno de George H. W. Bush (padre), quien sucedió a Reagan en 1989. Una corriente de enemistad mutua separaba a Rumsfeld del nuevo jefe de la Casa Blanca. Una versión nunca confirmada -pero tampoco desmentida- indicaba que Bush estaba convencido de que el cínico Rumsfeld había maquinado su “promoción” como jefe de la CIA en 1975 con la maquiavélica intención de apartarlo de la carrera como posible compañero de fórmula de Ford. Una decisión que a la larga sería paradójica, dado que Bush terminó adorando esa posición al punto que muchos aseguran que el puesto de jefe de la CIA fue el cargo que Bush más disfrutó en toda su vida política.

Pero la vida está plagada de paradojas y la relación de Rumsfeld con la familia Bush daría un vuelco inesperado. La llegada de George W. Bush (hijo) a la Presidencia en 2001 ofrecería la oportunidad para el retorno de Rumsfeld al poder. Su antiguo colaborador y socio político, Dick Cheney, era ahora el vicepresidente de los Estados Unidos. Probablemente, el más poderoso de todos los tiempos. Y Rumsfeld volvería a ser secretario de Defensa.

Fue entonces cuando la Historia dio un giro inesperado. El ataque terrorista contra los EEUU del 11 de septiembre de 2001 cambió el mundo para siempre. Rumsfeld jugaría un rol central en la invasión a Afganistán e Irak que siguieron a los ataques del 9/11. En su capacidad de secretario de Defensa, se convertiría en uno de los mayores exponentes de los Neocons que impulsaron la Guerra contra el Terror lanzada después de aquella tragedia. Durante años, antes y después de 2001, Rumsfeld aseguraría que Bagdad poseía armas de destrucción masiva. Quiso el destino que su nombre quedara para siempre asociado a la segunda guerra de Irak (2003). La cadena rusa RT lo recordó como “Arquitecto de la Guerra de Irak”.

La relación de Rumsfeld con Saddam Hussein se remontaba desde hacía décadas. Enviado por la Administración Reagan, en 1983 Rumsfeld había mantenido un encuentro con el líder iraquí en Bagdad. Entonces, Irak estaba atrapado en un sangriento e interminable conflicto bélico con Irán. Rumsfeld llegó a la capital iraquí donde fue recibido por el dictador envuelto en su uniforme militar, con un revólver -cuyo mango de perlas- en su cintura y acompañado por su ministro de Exteriores, Tariq Aziz.

El nuevo escenario internacional creado por el 11 de septiembre generaría la oportunidad para los Neocons encabezados por Rumsfeld y Cheney. Esas circunstancias darían la posibilidad de “corregir” lo que creían había sido un “error” de la Administración Bush (padre). Aquella primera guerra del Golfo (1991) había ofrecido un acabado ejemplo de guerra “de necesidad”, tal como explicó años más tarde el ex director del Política del Departamento de Estado y actual titular del Council on Foreign Relations, Richard Haass. El 2 de agosto del año anterior, en una acción irresponsable, Saddam Hussein había invadido y anexado el minúsculo pero riquísimo emirato de Kuwait, provocando una ola de condena de la comunidad internacional. Fue entonces cuando por mandato del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, los EEUU lideraron una amplísima coalición que desalojaría a las tropas iraquíes y restauraría la soberanía estatal de Kuwait. La alianza incluyó nada menos que a la Unión Soviética, motivando a que el Presidente Bush celebrara el nacimiento de un “Nuevo Orden Mundial” emergente del fin de la Guerra Fría. Sin embargo, la decisión de la primera Administración Bush de no derrocar al régimen de Saddam Hussein después de haber liberado a Kuwait provocaría un debate en Washington. En ese momento, Cheney era el titular de Defensa y estuvo de acuerdo con no avanzar sobre Bagdad, una decisión compartida con la prudente actitud del Presidente, su secretario de Estado James Baker y su asesor de seguridad nacional Brent Scowcroft. Otros integrantes del gobierno, como Paul Wolfowitz insistían en invadir el país.

Pero ahora, diez años más tarde, los Neocons insistían en que era necesario un ataque preventivo para detener a Hussein. Las acciones del tirano de Bagdad, a su vez, contribuían a esas posiciones. Su desafiante comportamiento internacional durante toda la década del noventa parecía diseñado a la medida de provocar a los “halcones” norteamericanos. En esta segunda Administración Bush, tan distinta a la de su padre, Rumsfeld se transformaría en el secretario de Defensa más poderoso de todos los tiempos, tal vez con la única excepción de Robert McNamara, su antecesor durante la guerra de Vietnam.

La segunda gestión de Rumsfeld al frente del Pentágono llenaría de controversia a su carrera. Diversos informes indicaron que la política impulsada estaba plagada de vicios y que nunca pudo establecerse una dirección directa entre el régimen de Saddam Hussein y los atentados del 11 de septiembre. Las acusaciones de torturas y abusos en la prisión de Abu Ghraib (en las afueras de la capital iraquí) contribuirían a dañar su imagen. En una oportunidad, una frase suya pasaría a la historia como una de las expresiones más controvertidas de la historia reciente. Aquella tuvo lugar el 12 de febrero de 2002 cuando intentando explicar las deficiencias de los informes de inteligencia sostuvo que “las informaciones que dicen que algo no ha pasado son siempre interesantes para mí, porque, como sabemos, hay hechos conocidos que conocemos, hay cosas que sabemos que sabemos. También sabemos que hay hechos desconocidos conocidos, es decir, sabemos que hay algunas cosas que no sabemos. Pero hay también hechos que desconocemos, aquéllos que no sabemos que no sabemos”.

A fines de 2006 se vería obligado a abandonar el gabinete, tras la derrota electoral que los republicanos sufrieron en las elecciones de renovación del Congreso de noviembre de ese año. Para entonces, su nombre era sinónimo de arrogancia y un coro de voces que incluían a varios republicanos reclamaban su salida. Rumsfeld sería el “chivo expiatorio” de la Administración y Bush nombró al ex jefe de la CIA Robert M. Gates como su sucesor.

El New York Times recordó que muchas voces sostienen que Rumsfeld supervisó una guerra que nunca debió haber tenido lugar. Sin embargo, en sus Memorias, tituladas Known and Unknown (2011) Rumsfeld no reconoció estar arrepentido de la decisión de invadir Irak. Sostuvo que a pesar de los más de cuatro mil soldados norteamericanos que perdieron sus vidas y los casi setecientos billones de dólares que la guerra costó a los taxpayers, la remoción del brutal régimen de Saddam había contribuido a crear un mundo “más estable y más seguro”.

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