En la mitología griega, los dioses castigaron al rey de Corinto, Sísifo, por haber expuesto los planes de Zeus y haber burlado en dos ocasiones a Tánatos, el dios de la muerte. Embebido de ira, Hades, el dios que regía el inframundo, condenó al pícaro Sísifo a la agotadora e infructuosa tarea de empujar una titánica roca por una ascendente pendiente. A medida que éste cumplía su condena y ascendía por la pendiente, la roca se volvía más pesada, derribándolo y rodando hacia la planicie.
Una preocupación recurrente, sobre todo en la antesala de las contiendas electorales, es la fluctuante y generalmente escasa confianza que los electores tienen respecto a la política en general y sobre quienes gobiernan, en particular. En los últimos años, y como ocurre con la roca que empuja Sísifo, la desconfianza que manifiestan los electores en occidente, y que los políticos han intentado empujar por un terreno empinado, pareciera haberse hecho cada vez más pesada. Sin dudas, en la era de la incertidumbre y el descontento, el desafío de los dirigentes políticos y de los gobiernos de los tres niveles del Estado -Nación, provincias y municipios- es generar confianza.
El candidato es el futuro
Es usual que en países donde la forma de gobierno es presidencialista, las elecciones legislativas o de medio término se conciban como contiendas distintas a las ejecutivas. Dependiendo del país, su historia electoral y su cultura política, esta diferenciación va a ser más o menos radical.
En Argentina se suelen escuchar dos resonantes ideas respecto a las contiendas legislativas. La primera consiste en que los electores tienden a votar para generar contrapesos democráticos, es decir que existe una tendencia a votar por la oposición, para evitar la concentración del poder en una fuerza política. Si bien uno podría pensar que un gobierno dispone, por el hecho de gestionar distintas estructuras estatales, de múltiples factores que le dan una mayor ventaja respecto a la oposición (la teoría de “la cancha inclinada”), esta idea de votantes racionales y democráticos pareciera significarles a los gobiernos una desventaja ya al comienzo de las campañas legislativas.
La segunda idea que sobrevuela en el inconsciente argentino sobre el comportamiento electoral en contiendas legislativas, remite a que los electores ejercen una especie de tutelaje sobre la marcha general del gobierno. De este modo, en una elección que se convertiría en una suerte de plebiscito, si consideran que el Ejecutivo -pudiendo enfocarse en el nacional, provincial o local- ha tenido una buena performance al frente del gobierno, el voto legislativo se inclinará a favorecerlos. De lo contrario, se emite un “voto castigo”, manifestando de esta forma el descontento hacia la gestión.
Orgullosos de nuestra capacidad de reflexión y de pensamiento, las personas tenemos la tendencia a considerar que nuestro comportamiento se basa y rige en la racionalidad. Así, creemos que meditamos lo que hacemos, evaluamos toda la información disponible, y sacamos conclusiones en base a dichos criterios objetivos. Siguiendo las dos ideas que sobrevuelan el sentido común en Argentina respecto a las legislativas, este supuesto elector racional tendría en cuenta los contrapesos de la democracia y evaluaría los resultados de gestión, y en consonancia con ello, emitiría su voto. Suena realmente idílico, porque de eso se trata: una idealización que no se ajusta con la realidad. Sumado a ello, es evidente que ningún gobierno que esté atravesando una crisis, como la que trajo aparejada la pandemia global del Covid-19, puede esperar que los electores se rodeen del temple y la serenidad para reflexionar, considerar, evaluar y sacar conclusiones sobre los resultados de la gestión. Es más, una de las particularidades que tienen los escenarios de crisis es que las personas solemos perder la escasa capacidad de objetividad, estando nuestra percepción y subjetividad alteradas por el turbulento e incierto contexto en el que vivimos.
Si bien los electores nunca contemplan toda la información disponible sobre la gestión de gobierno, no es correcto sostener que ellos no tienen un balance propio sobre la performance del Ejecutivo. La tienen, y es mayoritariamente subjetiva. Es su propio diagnóstico, no necesariamente la realidad en términos objetivos, sino lo que la gente percibe. Pero a ello, hay que sumarle la necesidad que como seres humanos tenemos de no sólo mirar lo que se hizo -o lo que creemos que se hizo- sino lo que está por hacerse. La confianza en la política no se reduce, exclusivamente, a valorar aquello que se hizo. Sin dudas esto es muy importante, pero para lograr una confianza sólida, es necesario mirar hacia adelante. En gran medida las campañas electorales se explican por el futuro, por la expectativa y la esperanza, más que por el pasado. Esto, en tiempos de pandemia recobra capital importancia, ya que en todas las campañas electorales que tuvieron lugar en el mundo entre 2020 y 2021, se puede ver una inclinación favorable de los electores hacia aquellos espacios políticos que tuvieron buenos resultados gestionando la crisis y que además lograron generar una visión propositiva de futuro.
Si bien son múltiples los factores que explican -o ayudan a entender de una forma más acabada- el comportamiento electoral, en los últimos años, y observando distintas contiendas en el mundo, queda claro que los electores no sólo toman en consideración lo que un gobierno hace en materia de gestión. Es necesario complementar los resultados de la gestión con una propuesta hacia el futuro.
Dicho esto, el gobierno nacional tiene por delante una contienda electoral, susceptible de ser encarada con dos estrategias distintas. La primera es con una clásica campaña legislativa, en donde se busca un dream team de candidatos carismáticos, con un aceptable perfil público y buenos niveles de imagen positiva, que mantengan el equilibrio de la coalición gobernante y que el mensaje de la campaña se enfoque en poner en valor lo hecho hasta el momento. La segunda estrategia que se podría implementar con vistas a ganar los comicios y realmente llegarles a esos electores desilusionados por lo que han sido dos años difíciles, es el de recrear una campaña presidencial “bis”, liderada por el Presidente y enfocándose en lo que está por venir. El futuro, la esperanza, el día después de la cuarentena, puede ser el mejor candidato en un clima pesimista y de desconfianza.
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