¿Quién es Borat? Borat Margaret Sagdiyev es un personaje de ficción, interpretado por el actor Sacha Baron Cohen. Dice ser el segundo mejor periodista de Kazajistán. Visita EE.UU. para aprender sobre su sistema político y su cultura, pero en el fondo su intención es criticar los valores estadounidenses tradicionales y su visión del mundo. Borat no es nuestro presidente, pero bien podría serlo. Su diatriba hilarante pone al descubierto los dramas sociales con una mirada inusual. Borat en alguna medida nos recuerda lo que somos como resultado de la confrontación de Fernández vs. Fernández, donde el presidente se enfrenta a sí mismo debatiéndose entre lo que es y lo que quisiera ser, pero jamás será.
Nuestro mandatario tuvo una etapa inicial que va desde el arranque de su gobierno, donde nos aseguró a todos que venía para cerrar la grieta (hizo todo lo contrario, la agudizó), hasta los tres primeros meses de la pandemia. En esa primera fase vimos un Fernández firme, en apariencia, que daba la imagen de saber para dónde iba. Y cuando dispuso el encierro de la población, le creímos. Prometió quince días, fueron más de doscientos. Se hablaba de “albertismo”, mientras se mostraba a gusto en sus discursos y se lo veía bien plantado.
A partir del errado intento expropiatorio de Vicentin, donde tocó una fibra muy delicada de la sociedad (un viaje al pasado de la “125”), mostró que sus intenciones no eran las que creímos. Empezó un camino cuesta abajo, que termina con un presidente desacreditado en la consideración general de la gente, más allá de que muchos nunca le creyeron. La mutación personal que padeció fue evidente: pasó de ser un feroz crítico de su mandante, la dueña del poder y de la voz del pueblo, a convertirse en su obediente subordinado. Es aquí donde comenzaron los problemas. Ser ungido no es lo mismo que ejercer el cargo, lo cual sucede cuando el candidato no cuenta con la autonomía necesaria y el poder propio.
Un presidente sin poder no es un presidente real. El poder se escuda en él, lo utiliza, pero se ejercerse desde otro lugar. La carencia de mando propio termina ocasionando que actué lo que la dueña de los votos impone (vale recordar un acto en el que dijo públicamente: “Hice lo que me mandaste”). Esa forma de ejercer el poder conforma un círculo vicioso que termina atrapando al presidente en una pelea contra él mismo: Fernández vs. Fernández.
La mediocridad evidenciada en sus acciones es a consecuencia de que se encuentra atrapado, rehén de una ideología que criticó ferozmente, y de un sistema de autocracia que anula las ideas, y lo determina a seguir obedientemente los designios impuestos por su dueña, ya que nadie duda de que las políticas imperantes son las del Instituto Patria, y no la de la Casa Rosada, donde hay varios funcionarios que siguen sin funcionar.
Pero más grave aún es que, en esa pelea entre el Fernández que quisiera ser y el que jamás será, parece no tener miedo al ridículo, porque de hacerlo temería de sí mismo, llegando en esto al extremo evidenciado de no poder sostener a las personas de su confianza que no son del agrado de la dueña de los votos, como sucedió con la ex ministra de Justicia Marcela Losardo, en un claro ejemplo de las genuflexiones presidenciales.
La confrontación -como estrategia de comunicación política- puede tener muchas interpretaciones. Pero es claro que en la discursiva de nuestro primer mandatario lo único que persigue es nivelar para abajo, intentando con ello poner al otro a su propia altura. Un Presidente de la Nación no puede decir: “Estamos en un país donde graciosamente se acusa de coimero al que tiene que comprar vacunas, se acusa de envenenador al que consigue las vacunas y cuando el envenenador consigue vacunas, le reclaman la segunda dosis de veneno”. En plena pandemia, casi llegando a los cien mil fallecidos, hablar de “veneno” para denostarnos a todos no hace más que mostrar su desprecio por el sufrimiento de su pueblo, los muertos y los pobres que no paran de crecer a niveles pornográficamente intolerables, como consecuencia de las pésimas decisiones que se tomaron en materia económica.
Sus reiteradas expresiones confrontativas son impropias de la investidura presidencial. Evidencian tanto desorientación como la impotencia por ser lo que no quiere ser. “Borat”, al menos sabe quién es (un cómico) y actúa como tal. Fernández es hoy una persona perdida, desorientada, y en ese desorden, los furcios (”salgan y contágiense”, “venimos de los barcos”, “tenemos descendientes que se convirtieron en afroamericanos”, etc.) son de un gravedad tal que marcan a fuego su destino político. El problema, en mi opinión, es más grave que los errores no forzados de nuestro primer mandatario, sino lo que éstos significan y el daño que causan a la Nación, tanto a nivel interno como internacional.
Los errores, como el que convirtió un cumplido en un incidente de política internacional, sumado a la cantidad de bloopers propios de la verborragia de quien se siente acorralado, generaron un récord de “memes”. El drama es que nuestro mandatario pareciera no comprender que al ponerse en ridículo está desairando no solo la investidura presidencial, sino la reputación de todo el pueblo argentino.
Fernández, a consecuencia de sus respingos verbales, se ha convertido en el presidente con más memes de la historia nacional y popular a costa de su credibilidad, la que a 19 meses de iniciar su mandato y de cara a las elecciones de noviembre constituye, sin duda, un problema para la dueña de los votos, quien claramente tiene en el Gobernador de la Provincia de Buenos Aires el candidato a sucederlo (y Fernández ya lo sabe).
Ser presidente importa entender que todo lo que diga y haga tendrá una repercusión (buena o mala), también lo que calle. Lo neutro no juega. En el arte del manejo de los silencios la Vicepresidenta es una experta, que sufre los yerros discursivos de su entenado. Que no se tome en serio la figura del presidente es un problema político que pone en crisis la debilitada estabilidad de nuestra nación.
Tenemos un presidente desgastado, tanto física como políticamente. Nada de lo que diga será tomado seriamente. Desde la promesa de millones de vacunas para diciembre -que llegaron tarde y mal-, pasando por el episodio del megáfono en el malogrado entierro de Maradona, el primer mandatario ha recorrido un camino descendente. Dejó de ser el dueño de sus silencios, para convertirse en un esclavo de sus excesos verbales, que lo llevó a pedir disculpas y presentar un descargo ante el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo a consecuencia de la fallida cita de Octavio Paz. Borat lo hubiera hecho mejor, es un cómico profesional.
Fernández probó ser naif en todo lo relacionado con el manejo del mensaje presidencial. Pero las burlas, los entredichos, las asperezas políticas, y los memes no solo hacen mella en su propia y deteriorada imagen, sino que pone al pueblo argentino, de manera innecesaria, en boca de todo el mundo y no precisamente para hablar bien de nosotros. Que un primer mandatario sea tendencia en las redes sociales por sus torpezas nos daña a todos. La relación actual con Brasil, al menos mientras dure el mandato de Jair Bolsonaro, quien no se preocupa en disimular el desprecio que siente por Fernández, será un partido perdido antes de jugarlo. Muy grave para nuestra economía, hoy ya descendida a raíz de la reciente degradación de Morgan Stanley, que nos deja en un limbo financiero muy complejo.
La pelea de Fernández vs. Fernández es un nudo borromeo, donde lo real, lo imaginario y lo simbólico colisionan entre sí como si fueran autos fuera de control en una autopista de hielo. La humorada de los memes presidenciales quedará para el anecdotario popular. La tragedia argentina no. Fernández no es un líder a la altura de los acontecimientos, y es esa carencia la que nos termina hundiendo aún más en el océano de la incertidumbre, mientras el mundo civilizado ya comenzó a sacarse el barbijo, nosotros tenemos para un tiempo más a consecuencia de la inoperancia de nuestra dirigencia que no sabe, no quiere o no entiende cómo manejarse en un mundo globalizado, del cual nos alejamos cada día un poco más. Lamentable.
Argentina coquetea al borde del abismo con un presidente desacreditado para el que saltarse la fila de la vacuna no es un hecho digno de reproche, lo que nos marca la catadura moral del personaje, mientras esparce por sus redes el meme que lo personifica como cipayo de Putin vacunado a un Gorila, mientras nuestro máximo mandatario algodón en mano limpia el trasero del mamífero. ¿Error de cálculo o estupidez supina? La imagen de un presidente desgastado hace estragos en una sociedad huérfana de soluciones.
No entender la importancia de los memes en la sociedad actual tiene un costo muy alto, incluso el de malograr una elección. Los memes tienen la rareza de que al mismo tiempo no son de nadie, pero son de todos. Se esparcen a la velocidad de la luz arrasando con la imagen del primer mandatario, como un huracán lo hace con una choza de paja. El meme se ha convertido en un símbolo de estos tiempos, donde la “no” lectura deja paso al mensaje instantáneo, que se mete también de lleno en la arena política. Podría afirmarse que, en alguna medida, el meme informa, opina y critica al mismo tiempo. Es un flash. Pero muy potente.
Todo lo que pasa en política puede terminar en un meme demoledor. Tener un presidente “meme” no es bueno para nuestro futuro mediato.
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