En el Talmud de Babilonia, los sabios de los primeros siglos de esta era debaten acerca de la autoría de los diferentes Libros Sagrados de la Biblia. La extensa lista comienza, como es de suponer, con Moisés. Allí, al autor del Pentateuco se le adjudican también otros textos: “Moisés escribió su Libro, el texto sobre Bilaam y el Libro de Job” (Talmud, Tratado de Bava Batrah 14b).
El Libro de Job es una obra magnifica y misteriosa de la literatura sapiencial, que aborda los enigmas del sufrimiento humano. Nos enrostra las preguntas acerca del porqué del dolor, la raíz del mal y la respuesta ante la tragedia. El Libro no da a conocer a Job el motivo de todas sus desgracias. Completamente solo, se deshace en preguntas y debates con él mismo y con Dios, acerca de por qué la gente buena sufre. El texto tampoco menciona ni el lugar ni el tiempo en el que ocurre la historia. Es esa falta de datos particulares acerca del personaje central, la que hace que su historia sea, en realidad, de las que le suceden a cualquier persona, en cualquier lugar y en cualquier tiempo.
Que Moisés sea el autor del Libro de Job agiganta su figura como autor de grandes obras. Sin embargo, no es esa historia la que nos ocupa en esta nota. Lo incomprensible es que el Talmud diga que también escribió “el texto sobre Bilaam”, ya que esa historia está incluida dentro de la Torá, o sea “su Libro” (figura en Números capitulo 22). ¿Porqué los rabíes del Talmud, de todas las historias del Libro de la Torá, necesitaron señalar que la historia del famoso profeta Bilaam había sido escrita también por Moisés, si éste es el autor de todo el Libro?
La historia de Bilaam -que leemos de la Torá justamente en esta semana- tiene una particularidad por sobre el resto del relato bíblico. Moisés escribe su Libro a lo largo de 40 años, en el que relata la travesía del pueblo judío en el desierto. Sin embargo, la historia de Bilaam sucede en otro lugar. Mientras los israelitas se encuentran en un valle cercano a la Tierra Prometida, la historia de Bilaam sucede en el valle que está del otro lado del monte. Nos habla de los temores acerca del futuro, del prejuicio, la angustia, las traiciones, las plegarias, los sentimientos de frustración y la soledad que suceden en el valle que está del otro lado. Moisés no estaba allí. Sin embargo, pudo escribir también esa otra historia.
Solemos creer en lo que vemos, leer la realidad según nuestros lentes, pensar según nuestras emociones y convicciones, para finalmente escribir nuestra historia en relación a cómo comprendemos lo que nos rodea. Convencidos de tener en nuestra mente la claridad conceptual y en nuestra pluma la verdad, nuestro texto no siempre incluye lo que sucede del otro lado del monte.
Damos por sentado que conocemos a los nuestros, pero no necesariamente ingresamos en sus pensamientos y conflictos internos. No siempre les dedicamos el tiempo, la paciencia y la atención que merecen. Opinamos acerca de cómo debieran actuar, sin saber lo que en realidad guardan en su corazón.
Criticamos conductas y decisiones, sin ponernos en sus zapatos. Escuchamos lo que tenemos nosotros para decir, sin atención a lo que guardan sus silencios.
Del otro lado del monte también hay dudas, tristezas, esperas y desilusiones. Mesas vacías, años de soledades y secretos sin nadie a quien contar. Temor por algún resultado médico, ansiedad por la pérdida de un trabajo, angustia por la falta de sentido, frustraciones por lo no logrado o decepciones por la pérdida de rumbo.
Conocemos a nuestro hijo o a nuestra hija, a nuestro amigo o a nuestro amor. Pero del otro lado del monte que a veces nos separa, se encuentra otra persona muy diferente a la que tanto pensábamos conocer. Otras verdades, distintas a las que estábamos atados. Tantas historias a descubrir, luchas por acompañar, miedos a compartir, dudas a explorar y bendiciones que escuchar.
Nos sucede en lo personal, y nos sucede como sociedad. Aquí en la Argentina, a esa separación la llamamos “grieta”. Pero un monte es diferente a una grieta. Una grieta es insalvable, imposible de unir. Quien se asoma a ella, inevitablemente cae. Sin embargo, un monte nos da la posibilidad de subirlo, crecer y elevarnos para reencontrarnos en su cima. No importa de que lado del monte nos encontremos, en el otro valle vive otra parte de nuestra sociedad. Del otro lado del monte hay otras realidades políticas, económicas y sociales. Del otro lado del monte hay tantas otras necesidades, otras visiones del mundo, otra manera de entender y leer la realidad. Otras prioridades, otras búsquedas, otros sueños. Tanto otro del otro lado.
Desde ese otro lado, esperan por nosotros. El otro valle espera que podamos escribir en nuestro libro, también su historia.
Amigos queridos. Amigos todos.
En el Libro de Kohelet (2:14) nos enseñan: “Jajam Einav Beroshó” – “El sabio tiene sus ojos en la cabeza”. Se trata de no quedarnos apenas con lo que vemos, sino de mirar más profundo. Mirar a través del monte que nos separa.
Escribir una autobiografía acerca del camino realizado es algo muy importante. Pero cuando se incluye en el libro propio la historia del otro lado del valle, tal como le sucedió a Moisés, el prólogo lo escribe el mismo Dios.
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