De dicotomías está hecha la Argentina y con ese impulso se instaló hace un tiempo que quienes componemos Juntos por el Cambio nos dividimos en dos bandos. Como si fuera posible trazar una línea tan clara y como si no fuera unánime nuestra voluntad de representar a esa mayoría de argentinos que quiere vivir en un país mejor, más amable, más estable, donde los chicos vayan al colegio y los adultos puedan trabajar. Como si tuviera sentido anclarnos en el narcisismo de las pequeñas diferencias en lugar de reconocer los objetivos y deseos comunes, y la responsabilidad compartida.
Gustavo Santos, entonces ministro de Turismo de la Nación, en un Gabinete Ampliado hacía una arenga fiel a su estilo que alcanzaba su clímax diciendo “¿Cómo hacemos si no es con todos?”. Yo creo que no hay manera. No solamente no es cierto que haya una línea que nos divida, sino que creo que la gente nos está pidiendo otra cosa, el país necesita otra cosa y nosotros mismos somos muchísimo mejores si aportamos al conjunto que si nos empeñamos en la diferencia.
De Horacio Rodríguez Larreta necesitamos su extraordinaria capacidad para generar consensos, para dialogar y no perder la calma en la tormenta. En este último tiempo le ha tocado convivir con el poder nacional en su faceta más errática y arbitraria, y aun así ha sabido mantener el foco. Necesitamos su pragmatismo, su visión sin prejuicios y su increíble capacidad de trabajo, aquella que hace surgir lo mejor de todos los que han tenido la suerte de trabajar junto a él.
No podemos privarnos del aporte de Patricia Bullrich, de su resolución y fortaleza, de esa actitud a veces quijotesca, pero siempre imprescindible, de enfrentarse al poder sin eufemismos. Patricia es fundamental para el desafío de país que tenemos por delante, que requerirá la dureza de los blandos y la suavidad de los duros. Patricia encarna la valentía necesaria para no claudicar, como lo puso de manifiesto durante toda la campaña política orquestada en torno al Caso Maldonado. Y como se vio en cada marcha, en cada manifestación y en cada situación de desamparo en cualquier lugar del país, hasta donde fue ella para ayudar en lo que pudiera y acompañar a los que sufren.
De María Eugenia Vidal necesitamos su sensibilidad y su determinación para afrontar los desafíos, incluso aquellos que parecen imposibles. No olvidemos que en 2015 fue artífice de un milagro: fue la primera mujer en gobernar la provincia más importante del país y a su vez cortó con décadas de una hegemonía peronista muy dañina para la provincia. No podemos prescindir de su entrega, su escucha y su avasallante capacidad de gestión.
Del radicalismo necesitamos su historia y su integridad. Son los más viejos -¡espero que ninguno se ofenda!- en esta aventura y es de quienes tenemos todavía muchísimo que aprender porque ahí donde hay un desafío, hay un radical que puede aportar su experiencia. Son nuestros ojos en el terreno y además gobiernan tres de los cuatro distritos donde hoy somos oficialismo. No me imagino encarando el futuro sin nuestros socios naturales.
De “los cívicos”, lógicamente, necesitamos su honestidad a toda prueba, su abnegación en la defensa de las causas buenas y esa incorrección política bien entendida que transmitió, y sigue transmitiendo, Lilita a todos sus seguidores.
El resurgir del liberalismo, que vuelve a entrar con fuerza en el escenario político argentino, del que quizás nunca debió irse, también tiene un lugar. La necesidad de un estado ágil y eficiente, el valor de mantener las cuentas ordenadas y la posibilidad de integrar a nuestro país al mercado mundial del conocimiento son objetivos irrenunciables y compartidos. Representamos al mismo sector del país; si cada uno va por su lado, sólo ganarán aquellos que representan los desvaríos autoritarios del populismo y su destrucción económica. No jugar juntos en esta, sencillamente, no tiene sentido.
Necesitamos, también, al peronismo en su vertiente más razonable, lo más alejado que pueda estar de los fanáticos, que se han convertido en un espejo que exacerba lo peor de sus vicios y diluye su contribución más significativa a la vida nacional: la necesidad de un estado presente que ayude a quienes más lo necesitan y les permita crecer y desarrollarse.
Por último, y por supuesto, de Mauricio Macri necesitamos la mesura de su liderazgo y también la actitud de no resignarse, incluso cuando todo parece imposible. Contra todo pronóstico, supo liderar la transición de una verdadera catástrofe electoral a una reñida elección en la que por poco no entramos al balotaje. Y Mauricio también es la expresión más acabada de esa necesidad de integrarnos al mundo que marcó al gobierno de Cambiemos y que tan necesaria parece ahora, cuando la transparencia es una condición necesaria para acceder al mercado de vacunas que podría salvar a miles de argentinos. Pasaron menos de tres años entre aquella gala del G20 en el CCK, en el que los mandatarios más importantes del mundo nos aplaudieron de pie, y las cobardes abstenciones de la Argentina de hoy a la hora de condenar a las dictaduras de la región. Mauricio está ahí para recordarnos que, a pesar de los aciertos y errores del pasado, esa Argentina digna de ovación sigue siendo posible.
No es momento para que el ego prime en nuestras decisiones, es el momento de la amnistía a los viejos rencores teniendo como Norte inconfundible el pedido de una sociedad que sufrió demasiado. Por todo esto, la idea de ir separados es inconcebible. Durante mucho tiempo hemos hablado del equipo, ha llegado el momento de actuar como uno.
De las líneas anteriores puede decirse que describen y proponen una realidad maravillosa que no existe. Lo maravilloso es siempre un sueño, pero liderar a nuestras sociedades a mejores sueños, para los políticos, debe ser nuestra pasión.
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