Biocustodia, bioseguridad, ciencia e inteligencia nacional: hacia un nuevo paradigma

Argentina debe avanzar en una reconfiguración veloz del sistema de vigilancia nacional, orientando sus capacidades a las necesidades derivadas de un mundo en constante transformación, para actuar preventivamente en la identificación de situaciones que potencialmente puedan afectar la salud pública

La comunidad científica se ha expresado en reiteradas oportunidades en favor de avanzar en la identificación del origen del virus SARS-CoV-2. Se elaboraron múltiples hipótesis sin que existan pruebas concluyentes que permitan tener por saldada esta incógnita. En un primer momento se habló de un supuesto salto del virus hacia los humanos desde el mercado de animales de Wuhan. Ello no pudo ser corroborado, y se aventuró otra posibilidad referida a un salto intermedio desde los murciélagos hacia otros animales y desde estos hasta el ser humano.

También se habló mucho respecto de una posible fuga involuntaria de un laboratorio y hasta de un acto voluntario de propagación del virus para la consecución de objetivos no muy claramente identificados.

La creación artificial de un virus es posible en términos científicos, como así también la manipulación humana de uno existente en la naturaleza y que merced a dicha intervención surjan mutaciones nuevas de efectos potencialmente dañinos. La idea de que el virus SARS-CoV-2 pudo escapar de un laboratorio circuló intensamente al inicio de la pandemia y ahora ha tomado nuevos bríos.

Estas consideraciones se intensificaron luego de que circuló información acerca de la realización de experimentos de “Ganancia de Función” del virus SARS y del virus MERS desde 2008.

Estos experimentos se realizan para lograr identificar los cambios específicos en el genoma que pueden ser los responsables de las nuevas características del comportamiento viral. Este conocimiento permitiría que los científicos realicen predicciones más precisas sobre el advenimiento de futuras pandemias y también planificar el desarrollo de vacunas y tratamientos adaptados a cada uno de los nuevos agentes infecciosos.

Un ejemplo clásico y muy reconocido a este respecto es el trabajo desarrollado por Ron Fouchier, de la Universidad Erasmus en Rotterdam, Holanda, y por Yoshihiro Kawaoka, de la Universidad estadounidense de Wisconsin-Madison en relación al Virus de la influenza Aviar H5N1. Ambos equipos descubrieron que sólo se requiere de unas pequeñas mutaciones para convertir al peligroso agente patógeno en otro altamente contagioso para mamíferos, incluyendo los humanos.

El estudio fue largamente debatido durante 2012, se decidió interrumpirlo y el gobierno de USA instó a que no se publicaran sus resultados completos, tratando de evitar que la información experimental pudiera ser utilizada por “bioterroristas”. Las investigaciones se reanudaron en 2013.

En 2015, los científicos de la Universidad de Carolina del Norte de los Estados Unidos y el Instituto de Virología de Wuhan crearon, en forma conjunta, un coronavirus modificado que demostró que podía adherirse a células humanas y multiplicarse en células pulmonares, con una eficiencia suficiente para causar una pandemia.

EFE/ Raphael Alves/Archivo

El estudio que se dio a conocer en la publicación Nature Medicine es un claro ejemplo de una investigación de “ganancia de función” en la que ambos grupos habían estado participando por varios años.

La investigación sobre coronavirus de 2015 parece haber sido uno de los últimos proyectos de ganancia de función llevados a cabo en EE.UU., antes de que el gobierno de Obama pusiera temporalmente en pausa la financiación de tales estudios de investigación.

Los experimentos de laboratorio mostraron que la multiplicación del virus artificial en los pulmones de ratones no podía tratarse con los fármacos preventivos y tratamientos inmunes basados en el virus SARS, disponibles hasta ese momento. Ese dato es fundamental pues indica la necesidad de ciertos desarrollos en el mundo de la medicina para afrontar un eventual salto del virus hacia los humanos. Se trata ni más ni menos que de anticiparse a futuras pandemias y proteger la salud de la población mundial.

Tanto los intentos con terapias de anticuerpos como con vacunas no lograron neutralizar y proteger contra la infección por los CoV que contenían la nueva proteína de la espícula.

Cuando estalló la pandemia de SARS-CoV-2 el año pasado, este estudio de 2015 pasó a primer plano no solo porque la patogénesis y las características del virus generado artificialmente eran similares a las observadas con la pandemia de Covid-19, sino también por la participación del Instituto de Virología de Wuhan, que se encuentra en la misma ciudad en que surgió el virus.

No obstante, en febrero de 2020, un equipo de EE.UU. mostró que las secuencias genómicas de los dos virus no coincidían.

Sin embargo, el estudio destaca que aunque los EE.UU. han venido exigiendo una investigación sobre una posible filtración del laboratorio en Wuhan como fuente de la pandemia de SARS-CoV-2, los dos países estaban trabajando juntos en proyectos de investigación de ganancia de función dirigidos a coronavirus similares al que ya se ha cobrado millones de vidas en todo el mundo.

Con una mayor vigilancia sobre la investigación viral en su propio país, EE.UU. comenzó a financiar estudios de este tipo en China.

El principal asesor médico de la Casa Blanca, el Dr. Anthony Fauci, reveló el 25 de mayo que los Institutos Nacionales de Salud de EE.UU. destinaron US$600.000 al Instituto de Virología de Wuhan durante un período de 5 años para estudiar si los coronavirus de los murciélagos podían transmitirse a los seres humanos.

Sin embargo, negó que estos fondos entregados al laboratorio chino mediante la entidad sin fines de lucro EcoHealth Alliance fueran destinados a investigaciones de ganancia de función.

Las investigaciones de “Ganancia de función” tienen la potencial utilidad de ayudar a la prevención de transmisiones de patógenos de animales a humanos. No obstante, es importante remarcar que las mismas deben ser realizadas en instalaciones que cumplan con los máximos niveles de bioseguridad y biocustodia.

En una entrevista brindada por Anthony Fauci el 11 de mayo, el enfáticamente solicitó que se realizara una investigación más exhaustiva acerca del origen del virus SARS- CoV-2. El 26 de mayo, el Presidente Joe Biden instruyó a sus agencias de inteligencia a profundizar las investigaciones tendientes a determinar si fue o no un escape de laboratorio el que originó la pandemia por COVID-19.

La OMS, Biden, Fauci y los líderes del G7, entre otros, están clamando por una investigación seria, transparente y profunda que permita confirmar si los experimentos de ganancia de función llevados adelante en modelos animales en el Instituto de Virología de Wuhan podrían ser el origen de la terrible pandemia que estamos enfrentando.

Esta nueva mirada sobre el origen de la pandemia por COVID-19 genera múltiples interrogantes y plantea nuevos desafíos:

¿Deben realizarse desarrollos experimentales que si bien pueden proveer información crítica para el desarrollo científico mundial acerca de posibles amenazas pandémicas, pueden entrañar también la generación de información que puede ser utilizada para bioterrorismo?

¿Existen marcos normativos adecuados en nuestro país y la región, que garanticen el desarrollo del trabajo experimental en laboratorios con niveles de bioseguridad debidamente acreditados?

Los gobiernos deben contribuir a la promoción de una cultura de responsabilidad mediante programas de formación en materia de bioseguridad, biocustodia y bioética.

El desafío actual de la pandemia obliga a los gobiernos a diseñar y aplicar medidas legislativas, reglamentarias y de control para estos fines, lo que incluye las medidas de bioseguridad y biocustodia destinadas a impedir la liberación accidental o la exposición no intencionada a los agentes biológicos y las toxinas, y la pérdida, el robo, la posesión o transferencia no autorizadas, y la utilización indebida de agentes biológicos de doble uso.

Es necesario encontrar un equilibrio entre la bioseguridad y biocustodia nacionales y la investigación científica abierta al público para evitar imponer restricciones al desarrollo de la investigación científica y a la publicación de sus resultados.

Estos debates, en nuestro país, los miramos con la ñata contra el vidrio, como si se tratara de una película futurista. Debemos decir, no obstante, que el mundo debe avanzar en la discusión de marcos regulatorios destinados a garantizar un riguroso control de la actividad científica de laboratorios por parte de la comunidad internacional, dada la potencialidad dañosa de dichas investigaciones. También es necesario anticiparnos a eventuales prácticas de propagación de virus, bacterias u otros patógenos con un deliberado afán delictivo para multiplicar enfermedades y sembrar la muerte o generar pánico en determinadas poblaciones.

Debemos, en consecuencia, avanzar en una reconfiguración veloz del sistema de vigilancia nacional, orientando sus capacidades a las necesidades derivadas de un mundo en constante transformación. Un sistema de vigilancia nacional debe actuar con un alto grado de profesionalismo en las cuestiones referidas a la bioseguridad, operando preventivamente en la identificación de situaciones que potencialmente puedan afectar la salud pública.

El mundo aventura hipótesis respecto de futuras pandemias. Se viene insistiendo, por ejemplo, en que las bacterias se están tornando cada vez más resistentes a los antibióticos conocidos y que ello podría derivar en un colapso de la salud mundial. El desarrollo de este tipo de hipótesis no forma parte de un juego de especulaciones abstractas de investigadores afectos a razonamientos intrincados. Se trata de anticiparnos a futuros problemas y velar siempre por la vida y la salud humana. El desarrollo científico y tecnológico necesita entonces estrechar vínculos con instancias de planificación estratégica, en aras de nutrir al sistema de vigilancia de las herramientas necesarias para evitar futuras calamidades.

El sistema de vigilancia e inteligencia es identificado en el imaginario colectivo como un aparato vetusto utilizado para operaciones de política interna dirigidas a la consecución de tristes objetivos de la politiquería más abyecta. Razones no faltan para que ese imaginario se haya consolidado. Necesitamos reformular ese paradigma en función de sintonizar con las exigencias de un mundo que se transforma velozmente.

Hoy, más que nunca, son la ciencia y la investigación las palancas que harán posible el mundo del futuro. Invertir en ellas debe ser prioritario desde una mirada con visión de futuro.

SEGUIR LEYENDO: