La propiedad privada es relativa: chocolate por la noticia

La enseñanza de la Iglesia respecto al carácter secundario y derivado de la propiedad privada no es una originalidad del Santo Padre ni es, ni siquiera, nueva

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El papa Francisco se dirige a los fieles durante la Audiencia General de los miércoles en el Vaticano (EFE/EPA/GIUSEPPE LAMI)
El papa Francisco se dirige a los fieles durante la Audiencia General de los miércoles en el Vaticano (EFE/EPA/GIUSEPPE LAMI)

Como ya aclaré en alguna otra ocasión: estoy lejos de ser el exégeta oficial del Papa Francisco. Pero las reacciones al mensaje que le dio a la Organización Internacional del Trabajo ameritan algunas aclaraciones. Rápidos para mirar la paja en el ojo ajeno, algunos sectores clamaron al cielo: ¡“Pobrista”! ¡“Irresponsable”! “Está apoyando las usurpaciones y proponiendo el robo de tierras”. “Inmoral, desprecia el fruto del trabajo”. “Incoherente, que venda los bienes de la Iglesia si tanto le molesta la propiedad”. “En vez del amor, promueve el odio”.

De tanto rasgarse las vestiduras, los acusadores quedan desnudos (y expuestos). Parece que la grieta no sólo divide, sino que es un mecanismo hermenéutico que solo nos permite decodificar la realidad en dos categorías: buenos o malos. ¿Acaso ese filtro cognitivo inhibe la capacidad de matizar, contextualizar, empatizar e incluso de escuchar lo que el otro verdaderamente dice, impidiendo, por tanto, la posibilidad entender cabalmente a los demás? En un loop centrípeto de retroalimentación tóxica, el enojo promueve más incomprensión, que lleva a más distancia y menos escucha. El archipiélago no tiene puentes y cada tribu dialoga consigo misma, convirtiendo los microcosmos insulares de las redes sociales en espejos que reflejan y amplifican la propia imagen del mundo más que en ventanas que nos permitan ver la diferencia y lo diverso.

Parece que la grieta no sólo divide, sino que es un mecanismo hermenéutico que solo nos permite decodificar la realidad en dos categorías: buenos o malos

La indignación anti-papal es, por lo menos, extemporánea. El Papa no dijo nada nuevo. La enseñanza eclesial sobre la subordinación de la propiedad privada al destino universal de los bienes ya tiene sus años: la Rerum Novarum de León XIII data de 1891. Juan Pablo II, el Santo Padre que probablemente más acérrimamente combatió el comunismo, decía lo mismo cien años después, en la Encíclica -titulada no muy originalmente- Centesimus Annus. Y sería bastante novedoso que un Papa en el futuro dijera algo distinto: la Creación es de y para todos. Todo ser humano tiene derecho a vivir con dignidad. Lo curioso es que haya gente indignada con esto, que además es una enseñanza de la Iglesia que tiene 130 años de antigüedad desde su primera explicitación sistemática. Confundir esto con la “tragedia de los comunes” es un error grueso: el principio no niega el derecho a la propiedad privada, sino que lo subordina a otro. O sea, en vez de considerarlo de manera absoluta, tal como hacen algunos exponentes la tradición filosófica liberal, lo considera como un derecho relativo. Pero la “relatividad” de la propiedad privada no equivale a su anulación. Al contrario: la Iglesia incentiva que todas las personas puedan disponer de ella, como producto de su trabajo. Siguiendo esta lógica, propone pautas para que el trabajo sea digno y que permita que las personas puedan florecer. Nada muy marxista que digamos.

Todo ser humano tiene derecho a vivir con dignidad. Lo curioso es que haya gente indignada con esto, que además es una enseñanza de la Iglesia que tiene 130 años de antigüedad desde su primera explicitación sistemática

La Enseñanza Social de la Iglesia suele advertir sobre los peligros que las anteojeras ideológicas (o los horizontes de pre-comprensión) de cada época impiden ver. Desde ese punto de vista, las encíclicas y documentos eclesiales denunciaron valientemente tanto al igualitarismo alienante del comunismo, que destruía al hombre, como al consumismo insostenible del capitalismo salvaje, que descarta a los débiles y glorifica la maximización de beneficios. Pero no propone una tercera vía porque esa no es su función. Simplemente se limita, con fundamentos teológicos, filosóficos y éticos, a sostener algunos principios para la vida social que tienen implicancias económicas, políticas, sociales, etc. y que los cristianos y hombres de buena voluntad tendrán que aplicar con sabiduría y prudencia en cada contexto específico.

Mientras que Bergoglio se autopercibe como un Papa que vino “del fin del mundo”, pareciera que los argentinos, en general, nos creemos que estamos en el ombligo, bien en el medio. ¿Cómo no nos dimos cuenta de que cuando el Papa le habla a la OIT en su cumbre anual (o sea, al conjunto de representantes globales de una organización enfocada en el trabajo), en el contexto de los desafíos que enfrenta el universo laboral tanto por la pandemia como por el cambio tecnológico, en realidad aprovecha la ocasión para entrar en una disputa de carácter local, al nivel municipal del conurbano bonaerense? El Papa le habla al mundo. Porque es el Papa, o sea, el sucesor de San Pedro y máxima autoridad en la tierra de la Iglesia de Cristo. Le habla al municipio de Avellaneda tanto como a China, a la Unión Europea, a Rusia, a Brasil, a Japón, a Estados Unidos y a Australia. Para ubicarnos en una escala de magnitud quizás valga la pena recordar que somos 45.000.000 sobre 7.500 millones de personas: o sea que mientras el mensaje de la Iglesia es universal, nosotros representamos el 0,6% de la población del mundo. Somos así de chiquitos. Cito las palabras del Padre Manuel de Elía, capellán del IAE: “Cada palabra del Papa sobre la Propiedad Privada (la pongo en mayúscula) es un desafío de cara al mundo: no una opción entre K y Pro. Lo que dice de los Sindicatos (otra vez en mayúscula) no es, de ninguna manera, una bendición de ‘cierto’ sindicalismo”. Amén, padre. Evitando todo extremo, la enseñanza de la Iglesia ofrece un saludable equilibrio entre las miradas agrietadas y pendulares de las ideologías dominantes.

La “relatividad” de la propiedad privada no equivale a su anulación. Al contrario: la Iglesia incentiva que todas las personas puedan disponer de ella, como producto de su trabajo

El Padre Jorge, como todo hombre, también se equivoca. Sus dichos y opiniones personales sobre la cultura ilustrada o sobre las condiciones del diálogo verdadero, otros dos temas de su profunda exposición, son tan discutibles como las de cualquier otro mortal. Tal es su consciencia de falibilidad y vulnerabilidad que le pide a la Humanidad que rece por él. En una típica tensión del misterio cristiano, hacerse chiquito es un signo de su grandeza. Pero a no mezclar peras con manzanas. La enseñanza de la Iglesia respecto al carácter secundario y derivado de la propiedad privada no es una originalidad del Santo Padre ni es, ni siquiera, nueva. No es un mensaje elíptico ni subrepticio para hacer política de aldea en las elecciones de medio término de un país al margen del mundo. Es un recordatorio de que estamos de paso, como peregrinos, y de que nos iremos de este mundo tal como llegamos. Es un criterio para la construcción de un mundo más justo. Es una propuesta que supone la dignidad inalienable de la persona humana, que se merece una vida digna de ser vivida por el sólo hecho de existir y habitar esta tierra. Es una muestra de la profundidad de la mirada cristiana, que advierte sobre los peligros inherentes de un capitalismo-consumista sin consciencia hace más de un siglo.

El Foro de Davos –una institución innegablemente liberal– sacó un manifiesto sobre el sentido de la empresa, que podría ser casi un mea culpa, recién en el 2020, 129 años más tarde. Invito a que salgamos de nuestras islas y tendamos puentes de diálogo escuchando las palabras del Papa con serenidad y apertura, enfocándonos en el enorme desafío que tenemos por delante a nivel global: ¿cómo podemos seguir produciendo riqueza sin descuidar la casa común e incluyendo a todos tanto en el proceso como en los resultados?

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